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Carlos Saura

Carlos Saura nos ha dejado huérfanos. Con su fallecimiento, se ha ido uno de los referentes más sólidos de nuestro cine. Nacido en Huesca, y hermano de Antonio, el pintor, vivió la guerra civil española en la zona republicana, para luego volver a su ciudad natal. Al poco tiempo, la familia Saura se trasladó a Madrid. Allí comenzaría sus estudios de bachiller y sus primeros trabajos como fotógrafo. En el año 1952, ingresó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC), donde se diplomó con el título de director en 1957, lugar en el que permanecería como profesor de artes escénicas. Cuando se cruza en su camino Elías Querejeta, comienza la etapa creativa como director.

Su trabajo abarca varias décadas, tocando infinidad de temas y estilos. En algunas entrevistas recientes, el mismo Saura definía el cine como “arte total”. Porque engloba todas las artes, y también posee la capacidad transformadora de nuestra visión de las cosas. Comenzó su carrera a los 32 años, con un film valiente y audaz, que pudo sortear la censura de la época: La caza (1966), donde ya planteaba algunos de los aspectos que predominarían en su cine, como la huella de la guerra civil en la sociedad española y los efectos de la represión franquista en los individuos. Después, comenzaría a introducir los aspectos psicológicos de esa represión, y cómo la inhibición erótica marcó varias generaciones. Igualmente, criticó con mordacidad la burguesía española en la década de los 70, con películas tan icónicas como Cría cuervos (1975), con premio del Festival de Cannes, para la compañera sentimental del director, Geraldine Chaplin. No dudó en reflexionar sobre los defectos patrios, con títulos como Mamá cumple cien años(1979). En los años 80, rodó una trilogía musical con el bailarín Antonio Gades: Bodas de Sangre (1981), Carmen (1983) y El amor brujo (1986). Ya en los 90, vuelve a renovarse, para producir algunas de sus más galardonas películas, como es el caso de ¡Ay, Carmela! (1990), consiguiendo trece premios de la Academia Española, de las quince nominaciones que tuvo. En ese mismo año, realizó unas de las películas que menos repercusión supuso, pero que consideramos magistral: una versión del cuento El Sur,cuyo autor es Jorge Luis Borges.

Algunas películas fallidas, en las que gastó más de lo que recaudó, hicieron nuevamente que se reinventara, para rodar Goya en Burdeos (1999). Junto a varias incursiones en el cine musical de raíces latinas: Sevillanas, Flamenco y Tango.

Destacamos siempre su fusión del presente y del pasado, con un lenguaje audiovisual innovador, experimentando continuamente entre fondo y forma. Esa originalidad se manifiesta para tratar temas eróticos o políticos, sin que la censura llegara a captar su significado. El pasado 10 de febrero nos dejaba este gran director, que no pudo llegar a recibir su Goya honorífico por toda una vida dedicada al mundo del cine y la fotografía. Sirva esta reseña como tributo a su vida, más de 90 años. Y a su obra, porque la tarea del arte, como decía Borges: “es transformar todo eso que nos ocurre continuamente, transformar todo eso en símbolos… transformarlo para que pueda perdurar en la memoria de los hombres, ese es nuestro deber, debemos cumplir con él, si no, nos sentiremos muy desdichados.”

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