Las zonas de montaña del sur de Europa se consideran “altamente sensibles” a los impactos del cambio climático, a causa –entre otras razones– al descenso del agua disponible, la extensión y la severidad de los procesos de sequía y la mayor frecuencia de los incendios. Además, estas zonas han sufrido en las últimas décadas el abandono rural y la pérdida o reducción de la actividad socioeconómica, cuyos efectos se manifiestan en el paisaje y el mantenimiento de las masas forestales.