“La tecnología fake, a través de la cual es muy fácil clonar imágenes, videos o voces, plantea una serie de desafíos de una magnitud incierta; sin embargo, también abre un abanico inabarcable de posibilidades para la creación de productos y servicios completamente innovadores”
Desde la invención de la rueda hasta el desarrollo de la IA (inteligencia artificial), la historia de la tecnología es un reflejo de nuestras ambiciones, necesidades y, en ocasiones, de nuestros temores. Cada nueva herramienta abre un abanico de posibilidades, tanto para el progreso como para el perjuicio. Por ejemplo, internet ha democratizado el acceso a la información, conectando al mundo de una manera inimaginable; sin embargo, también han surgido problemas como la desinformación, el ciberacoso y la invasión de la privacidad.
La tecnología, en sí misma, es un instrumento neutral: una creación humana diseñada para cumplir ciertas funciones y facilitar diversas tareas. No es inherentemente buena o mala; su valor moral y su impacto en la sociedad dependen del uso que le demos.
La proliferación de imágenes falsas, principalmente de mujeres desnudas realizadas por medio de aplicaciones de IA, ha copado gran parte de las noticias tecnológicas en la prensa generalista durante las últimas semanas. Me temo que este tipo de “creaciones” son algo con lo que vamos a tener que aprender a convivir.
Desde los inicios de la humanidad la tecnología ha reflejado las necesidades y ambiciones humanas
En el artículo anterior, hablábamos de la rápida evolución que están experimentando las aplicaciones de clonación de voz, un proceso tecnológico que implica la creación de una réplica digital exacta de la voz de una persona. Este proceso, que se realiza mediante el uso de técnicas avanzadas de IA, llega al usuario a través de aplicaciones muy fáciles de usar.
Algunos de los problemas que puede plantear el uso de esta tecnología van desde la suplantación de identidad para cometer fraudes hasta problemas de privacidad o de derechos de autor. Sin embargo, esto no es culpa de la tecnología; es la condición humana la que decide el uso que se le da a cada herramienta.
Por otro lado, además del entorno médico, donde ya permite que personas que han perdido la voz la puedan recuperar, las posibilidades para crear nuevos productos o servicios son inabarcables. Veamos un ejemplo sencillo.
Piense en la típica audioguía de visita por un monumento o ciudad. Imagine ahora un chatbot con el que además de escuchar el tradicional audio, pueda conversar sobre la historia de ese monumento o ciudad. Para asegurar una respuesta correcta por parte del bot deberíamos entrenarlo con los mejores libros que se hayan sobre el tema. También podemos pedirle que imite la manera de expresarse de los expertos que han redactado esos libros. Si además clonamos la voz de cada una de esas personas, tendremos el fondo, el estilo y la voz.
La experiencia de usuario es completamente distinta. Pasamos de tener una simple audioguía a poder mantener una conversación con los “mayores expertos” sobre ese tema. ¿Y si además pudiera comunicarse en 15, 20 o 100 idiomas?
Imagine por un momento la posibilidad de mantener una conversación sobre ciencia con Marie Curie, de astronomía con Carl Sagan o de fútbol con Johan Cruyff.