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100 AÑOS

Enero 1924

Grabriele D’Annunzio en un montaje gráfico de la época.

Seguramente que muchos de nuestros lectores habrán pasado ratos deliciosos, leyendo entre las frialdades de la vida invernal jacetana las cálidas páginas de cualquier bella novela de D’Annunzio.

Y leyéndole, se habrán imaginado también admirativamente la psicología, el carácter y hasta la figura física del delicado poeta italiano.

Como todo ello despierta interés y simpatías hacia el autor de las páginas literarias que nos recrean, me parece, si no oportuno, disculpable al menos, comunicar a los amables lectores que en Jaca pueda tener el poeta de «El Fuego» que este señor… se hace fraile. El pequeño exdictador de Fiume se reconoce humillado, empequeñecido, por la gloria triunfante del dictador de toda Italia. Y ahora, los periódicos extranjeros publican una fotografía curiosísima, en la que D’Annunzio aparece entre dos monjes del convento de Maguzzano.

La severa silueta del poeta contrasta con las figuras venerables de los frailes, de patriarcales barbas blancas… Se recuerda ante esa fotografía aquella estancia de otro poeta –Rubén, el excelso– en un convento de Valldemosa. Un pintor español, Vázquez Díaz, nos ha pintado a Rubén cartujo.

Pero lo que en el poeta de «azul» fue un afán místico, en D’Annunzio es tan sólo un propósito de ocupar por unos días la plataforma de la actualidad. Así, en estas jornadas de ahora, en que el mediodía radiante de Mussolini apaga su suave ocaso de poeta que pasó, este siente la necesidad imperiosa de que los periódicos hablen de él. Por eso ha rechazado la Medalla del Valor Militar y el título de senador que le ofrecía el «Duce».

D’Annunzio esta triste; una pena melancólica le invade dulcemente. Se niega a ver a nadie, no quiere pronunciar una palabra… Está desconocido. Y, en esta hora de hoy, el reposo del claustro le ofrece un epílogo de paz, de quieta serenidad. Así lo ha dicho, al menos, a los periodistas. Como Rubén, el poeta encendido y magnífico de «La Virgen de las Rocas», abandonará temporalmente el mundo.

¡Admirable este gran D’Annunziol! Siempre vario, siempre distinto, siempre renovado. Hoy pide para su cuerpo pecador la tosca estameña del sayal franciscano. Mañana, cuando los periódicos cesen de hablar de su aventura mística, no tendrá inconveniente en solicitar la camisa negra de los que siguen al «Duce» pujante y triunfador…

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