En 1084, dos monjes del naciente monasterio de San Juan de la Peña y un caballero proscrito fueron a buscar los restos de San Indalecio. El motivo que los movía era bien distinto: los monjes querían ganar una gran reliquia para el monasterio y elevar su estatus en él. En cambio, el caballero quería redimirse de sus pecados y conseguir el perdón del rey.
