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“Urge reforzar el sistema de atención primaria para afrontar las enfermedades mentales. Faltan profesionales de la psicología orientados a los jóvenes. Todo el sistema sanitario y educativo debe asumir que estamos ante una prioridad”

Ansiedad, depresión, desórdenes alimenticios, déficit de atención, hiperactividad, etcétera, son cuadros cada vez más frecuentes entre niños y adolescentes. Imagen creada por IA (programa Leonardo)

Numerosos organismos y expertos europeos coinciden en que últimamente asistimos a un progresivo deterioro de la salud mental de los jóvenes. Ansiedad, depresión, desórdenes alimenticios, déficit de atención, hiperactividad, etcétera, son cuadros cada vez más frecuentes entre niños y adolescentes. La Comisión Europea ha publicado este mismo año datos de los que se desprende que los trastornos mentales y de comportamiento son la segunda causa más común de muerte entre los jóvenes. Y el barómetro de la fundación FAD y el Centro Reina Sofía sobre salud y bienestar juveniles señalan que un 15,9% de jóvenes españoles ha padecido algún problema de salud mental, frente a un 6,2% de hace un lustro. Estamos, por tanto, ante una auténtica epidemia.

Para abordar un problema sanitario de semejantes dimensiones convendría preguntarse sobre las causas de ese incremento de casos, cuyo efecto más dramático es el aumento de los intentos de suicidio. Parece obvio que el contexto socio-económico tiene relación son ese deterioro de la vitalidad de nuestros adolescentes. La crisis económica de la Gran Recesión (2008 a 2014) y la de la pandemia (2020) vinieron a sumar incertidumbre sobre el futuro a las capas más jóvenes de la población, las que deberían incorporarse ahora al mercado de trabajo. Muchos chicos y chicas muy bien preparados se encuentran con que el sistema laboral los rechaza o les ofrece unos empleos tan precarios como mal pagados. Ahí tenemos uno de los primeros motivos de la angustia juvenil, que en los casos graves puede llevar a la depresión.

Una segunda causa sería el estrés diario al que se ve sometida gran parte de la juventud enfrentada a la vez a los inestables contratos de trabajo, los estudios y las dificultades para emanciparse, como consecuencia de su bajo poder adquisitivo y el precio, muchas veces inalcanzable, de las viviendas de alquiler. Ese problema se acentúa en una sociedad enormemente competitiva, que les exige demasiado a cambio de casi nada. Como señala el psicólogo y psicoterapeuta Roger Ballescà, especialista en salud mental de niños y jóvenes, “somos una sociedad que tolera muy poco las frustraciones, les pedimos mucho, pero acompañamos poco a nuestros hijos e hijas”. Los cambios en la estructura de las familias (frecuente modelo monoparental, profusión de divorcios, madres y padres muy ocupados, etcétera) inciden también en cierto sentimiento de desamparo que pueden experimentar numerosos adolescentes.

Asistimos, por otra parte, a un cambio de paradigma en el cual ha disminuido la ilusión por el trabajo, que ya no se entiende como un modo de realización personal. Crece, a la vez, el interés por disfrutar el máximo tiempo libre. Sin embargo, hay grandes dificultades para que las empresas entiendan la necesidad de conciliar la vida personal con los horarios y obligaciones que ellas marcan.

El uso desmesurado de las redes sociales se ha presentado como otro motivo del incremento de los problemas mentales de los jóvenes. La ansiedad que produce el tratar de imitar a determinados personajes admirados, como influencers, músicos o deportistas, se convierte en un reto insuperable, en una frustración. Los perfiles que los usuarios presentan en Instagram o en Tik Tok son virtuales, aunque muchos jóvenes tienden a verlos como reales… e inalcanzables. Por otra parte, pasar horas y horas ante una pantalla puede conducir, según los psicólogos, a estados de soledad, estrés y depresión.

Las nuevas tecnologías son también un vehículo frecuente del acoso escolar o laboral, que puede producir graves daños a la salud mental. Más aún si se accede a herramientas capaces de manipular la realidad para vejar a las personas (recuérdese el caso reciente de las chicas cuyos rostros fueron insertados en imágenes pornográficas). En general, el estar permanentemente expuestos en las redes produce a muchos jóvenes unas inseguridades que pueden generar problemas graves.

¿Qué hacer ante este sombrío panorama? Evidentemente, urge reforzar el sistema de atención primaria para afrontar las enfermedades mentales. Faltan profesionales de la psicología orientados a los jóvenes. Todo el sistema sanitario y educativo debe asumir que estamos ante una prioridad. En segundo término, tanto centros de enseñanza como padres, medios de comunicación y la sociedad entera deberían luchar contra los efectos perniciosos de las nuevas tecnologías, estar más atentos a los cambios en los comportamientos de los chicos y ser más receptivos a sus dudas e inquietudes.

Firmado: COLECTIVO PENSAMOS
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