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“Somos seres sociales y necesitamos aprender a convivir y a eso solo se aprende conviviendo. Para ello los niños deben relacionarse con alguien más que con los familiares cercanos, medirse con sus iguales, aprender a gestionar su tiempo libre y a cuidar de su salud”

Niños jugando al aire libre en otras culturas que no son tan dependientes de las nuevas tecnologías y los patrones de ocio occidentales. TRILEMEDIA/PIXABAY

Quizás una de las escenas que más nos satisfacen es ver niños y niñas felices, riendo, jugando y demostrándose cariño. Antes se decía que para que un niño fuera feliz necesitaba afecto, estar bien alimentado, limpio y gozar de buena salud. Somos conscientes de que la mayoría de los pequeños del mundo carecen de estas cosas imprescindibles de las que ya disfrutan los de nuestro entorno. Sin embargo, puede que hoy a estos últimos eso ya no les sea suficiente porque algo está pasando a nuestro alrededor.

Sabemos que, a pesar de contar con lo necesario, nuestros niños no son tan felices como cabría esperar. Se habla de menores acosados y acosadores, de trastornos de salud mental desde edades muy tempranas, de ciertos problemas físicos como obesidad, exceso de azúcar, deficiencias oculares, hiperactividad… y al mismo tiempo, para nuestro asombro, está aumentando el número de hoteles que admiten mascotas y el de los que no admiten niños.

La solución a algunos de estos asuntos está fuera de nuestro alcance directo porque faltan presupuestos suficientes para la infancia lo que produce escasez de personal formado y que los protocolos de detección y actuación no se apliquen. Sin embargo, sí que podemos exigir a nuestros representantes que se comprometan a corregir estas deficiencias poniendo en práctica y dotando económicamente las medidas oportunas. Además, los ciudadanos deberíamos pedirles más tarde el cumplimiento de lo prometido.

Pero, no todo depende de quienes nos gobiernan, porque nosotros también tenemos responsabilidades en un campo muy importante: la prevención.

Somos seres sociales y necesitamos aprender a convivir y a eso solo se aprende conviviendo. Para ello los niños deben relacionarse con alguien más que con los familiares cercanos, medirse con sus iguales, aprender a gestionar su tiempo libre y a cuidar de su salud.

Vivimos en un entorno privilegiado con muchos parques, zonas verdes e instalaciones en las que los pequeños pueden jugar juntos, participar en actividades organizadas para ellos y donde es necesario respetar reglas para que la convivencia sea una experiencia agradable. En estos lugares se producen altercados que hay que saber resolver de manera correcta. Deben respetarse los turnos y el tiempo en el uso de instalaciones, compartir espacios y juguetes, cuidar las plantas y el mobiliario público.

Como es natural, los niños no saben afrontar estos conflictos. Pero no están solos, van acompañados de personas mayores que los quieren y los educan y que, sin pensar exclusivamente en sus hijos, pueden intervenir para que ellos los solucionen correctamente. Si son testigos de una buena intervención de los adultos, sin gritos ni insultos y con un adecuado uso del diálogo, irán aprendiendo a resolver los pequeños problemas que se les vayan presentando.

Cuando, en lugar de estas experiencias, los niños están pegados al móvil u otros aparatos aislados en su casa, difícilmente pueden aprender a convivir y corren el riesgo de que a la menor ocasión se sientan frustrados porque no saben perder, porque no conocen la renuncia o porque les es muy penoso admitir que no tienen razón.

En cuanto a la salud física, las criaturas necesitan correr, jugar, dirigir la mirada a diferentes distancias y alimentarse correctamente, lo que implica hacerlo en su momento y no comer cualquier cosa por aburrimiento. Todo esto no se aprende solo en los centros de enseñanza, ni a través de aplicaciones, ni con juegos electrónicos, sino también mediante el establecimiento de hábitos saludables en la familia.

Más adelante irán creciendo y llegará el momento de encaminarlos hacia aficiones que llenen su tiempo libre. Muchos elegirán las actividades físicas, pero habrá otros que preferirán las artísticas. No los ignoremos y démosles la oportunidad de conseguir sus sueños.

Pasarán los años y en la adolescencia tendrán más peso las opiniones y consejos de los amigos y las redes.  Sin embargo, no hay que olvidar que los buenos hábitos y las relaciones afectivas que se establecieron en la infancia perduran latentes y, en algunas ocasiones, reaparecen. Comentamos con frecuencia que nuestros jóvenes cuando eran pequeños, leían, dibujaban y disfrutaban haciendo excursiones, mientras que ahora pasan numerosas horas enganchados a las pantallas. Se ha comprobado que, una vez superada esa etapa, muchas de estas personitas retoman sus aficiones y tienen otras amistades con las que de nuevo es divertido jugar y recorrer caminos. Incluso las relaciones afectivas con la familia recobran su importancia.

Tratar con los niños y educarlos no es fácil. A veces tendremos que esperar para ver los frutos de todos los esfuerzos realizados que, aunque parezcan inútiles, merecen la pena. Durante ese tiempo, ¿por qué en lugar de protegerlos tanto no les enseñamos a vivir y a soñar?

Firmado: COLECTIVO PENSAMOS
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