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75 AÑOS

Septiembre 1947

Actual avenida Primer Viernes de Mayo en una fotografía de la época. SE

En unas impresiones de viaje escribía el inmortal autor de Fausto: “Decididamente, no sé decir nada de los Alpes”.

Decididamente –digo yo ahora, parodiando esta frase– no sé qué decir de estos Pirineos.

Ya supondrá el lector, quedándose todavía corto, que del gran Goethe a este mísero gastador de cuartillas hay tanta diferencia como de un día canicular, de pleno sol, a una noche de invierno, negra, como las entrañas del abismo. Pero estoy en Jaca, y he de hablar de Jaca.

Jaca es hija de los Pirineos. A ellos se debe y de ellos vive. En ellos están su pasado glorioso y su presente risueño. No se olvide que también está en ellos su porvenir. Esto, que algún lector apresurado pudiera juzgar como risible perogrullada, no lo digo en vano.

Grande, inmensa, espléndida, es la decoración que la Naturaleza ofrece a la vista de Jaca. Decoración cuajada de breñales que fascinan, detalles que encantan, rompientes que asustan, montañas que suspenden el ánimo cuando se las ve perderse entre las infinitas bambalinas de grisáceas nubes. Y no hablemos de esta edificación espléndida; de este Paseo señorial, recientemente iluminado a lo grande; de estas piscinas atrayentes y pintorescas.

Pero como toda decoración grandiosa y complicada, exige artífices que la muevan, expertos tramoyistas que busquen el mejor efecto. Y el efecto inmediato que aquí debe buscarse es la elevación de Jaca a potencia veraniega de primer orden entre las estaciones veraniegas.

Empresa es esta que requiere gastos de innovaciones, reproductivos a la postre. Cuéntese que las tan acreditadas montañas suizas no llevarían tantos turistas, si las poblaciones del pequeño estado encontráranse huérfanas de la tramoya que tanto entra por los ojos.

Hay que mirar al porvenir. Repitamos que Jaca tiene una mina de oro por explotar…

Perdónese la osadía del consejo a quien no ostenta aquí más título que el de admirador incondicional de este hermoso rincón de España.

Y, puesto a indultar, perdone el lector, también, el trasnochado recuerdo que Goethe, ya que sin darme cuenta he dicho algo de estos que, de seguir el ejemplo de aquel inolvidable Eusebio Blasco, llamaría “mis Pirineos”.

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