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La Junta de Cofradías adelantó la salida de la procesión y recortó el recorrido, para garantizar que el Santo Entierro pudiera celebrarse

¿Cuándo fue que te vi colgado y yerto

suspendida tu vida en un madero

mi dulce salvador, mi amor primero

a quien no quise nunca mirar muerto?

 

¿Cuándo caí en la cuenta de lo cierto

Que fue tu amor, camino verdadero

desde el cálido agosto al frío enero

desde el bosque frondoso hasta el desierto?

 

Ya no recuerdo cuando me llamaste

Ni si me di la vuelta de repente

al escuchar la voz con que me hablaste.

 

Solo sé que ahora ya te tengo enfrente

y que mi eterna sed por fin saciaste

dándome el agua viva de tu fuente.


Con esta plegaria poética de Elena Ventaje (Experiencia de ti), que parece escrita para la jornada de Viernes Santo, da inicio la crónica de una procesión que no fue sencilla en su preparación, pero sí profundamente sentida en su desarrollo. La amenaza de lluvia obligó a tomar decisiones difíciles. La Junta de Cofradías anunció a primera hora de la tarde que se adelantaría la salida a las siete y media —media hora antes de lo previsto— y que el recorrido se limitaría a las calles Obispo y Mayor. Finalmente, el cielo respetó el esfuerzo, y la ciudad pudo vivir de nuevo uno de los momentos más sobrecogedores de su Semana Santa. Fue una decisión acertada, como recordó el presidente de la Junta de Cofradías, Carlos Lacadena, más, si cabe, teniendo en cuenta que pasadas las diez cayó un fuerte aguacero que, de no tomarse las medidas acordadas, hubiera deslucido la procesión y afectado a los pasos.

El alma de una ciudad en la calle

Desde la plaza de San Pedro, junto a la catedral, comenzó a avanzar la comitiva con sus trece pasos. Lo hicieron arropados por un millar de cofrades y seguidos por miles de vecinos y visitantes, apostados pacientemente a ambos lados del recorrido. Las plazas de San Pedro y de la Catedral estaban abarrotadas al inicio, al igual que el tramo de las calles Obispo y Mayor, por donde discurrió el Santo Entierro.

Las escenas de la Pasión —desde la Entrada de Jesús en Jerusalén hasta el paso de la Virgen de la Soledad— desfilaron una tras otra, custodiadas por las cofradías, las bandas de bombos y tambores y los estandartes de las hermandades. La solemnidad y el recogimiento reinaron durante todo el trayecto. A ello contribuyó también la Banda de Música Santa Orosia, que empezó interpretando una marcha de procesión sobre motivos andaluces.

Hubo momentos cargados de una intensa emoción, como el canto de la saeta por parte de Ricardo Giménez “Chola”, al igual que hiciera en la procesión del Silencio, el Martes Santo. Desde la plaza de la Catedral, entonó con voz quebrada a su “bonito Nazareno” y al Cristo de Biscós: “Yo le canto a mi Cristo, a mi Cristo de los gitanos…”. Las imágenes, a hombros de los costaleros, parecían bailar en la penumbra mientras el silencio se hacía absoluto.

Poco después, un haz de luz dorada en forma de “V” se proyectó sobre la imagen de la Soledad justo cuando salía de la catedral. Fue un instante de misticismo casi cinematográfico, con la Virgen enmarcada por el crismón trinitario de la portada románica.

Y ya en la recta final del recorrido, frente al Monasterio de las Madres Benedictinas, la banda de bombos y tambores de la Cofradía del Nazareno realizó una “rompida” especial. Fue un gesto de homenaje y despedida a las monjas, que se han visto obligadas a dejar Jaca después de casi cinco siglos de presencia ininterrumpida. El retumbar de los bombos se convirtió en tributo y oración, mientras el Nazareno, cargando con la cruz, miraba hacia el convento. Otras bandas de la Semana Santa jaquesa dedicaron también sus toques a las religiosas, un gesto de afecto y a la vez de tristeza por la pérdida de una comunidad que forma parte de nuestra historia y que se remonta a los orígenes del Reino de Aragón.

Tradición y devoción que se heredan

La procesión del Viernes Santo se explica desde quienes la hacen posible. Cuatro cofrades compartieron sus vivencias para El Pirineo Aragonés y dejaron testimonio de lo que supone este día para ellos.

“Empecé de pequeño y esto es parte de mi vida. Lo que sientes al llevar el paso por esas calles llenas de gente es difícil de explicar, un sentimiento que desde dentro se ve aún más bonito”, explicó Mariano Lorés, costalero del Nazareno, que lleva 48 años saliendo en la procesión.

Ignacio Oruezábal, del paso del Cristo de Biscós, hablaba de la fuerza y el compromiso: Aunque el paso pesa mucho, nunca ha dejado de llevarse a hombros. Es emocionante, sobre todo ver a los compañeros que salen por primera vez y redescubrir a través de ellos lo que sentimos los veteranos”, apuntó.

Lorenzo García, joven integrante de la banda de bombos y tambores de la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén, señalaba que lleva una década participando en la procesión. “Acompaño a los pequeños, para que no se pierdan. Hay tensión, pero también mucha emoción. Desde diciembre ensayamos para que todo suene perfecto”, comentó.

Por su parte, Angelines Bonis, de la cofradía de la Soledad, retomó la tradición tras jubilarse. “Siempre me gustó la Soledad. Ahora que puedo salir cada año, lo hago con mucha fe y respeto. Se disfruta desde dentro con el corazón”, manifestó, mientras esperaba su turno, junto a otras compañeras, para incorporarse a la comitiva procesional.

Una procesión con historia

El Santo Entierro es la procesión más importante de la Semana Santa jaquesa. Participaron trece pasos, entre ellos los de la Entrada de Jesús en Jerusalén (“la Burreta”), la Santa Cena, la Oración de Jesús en el Huerto, las tres peanas de la Hermandad de la Flagelación (Flagelación, Coronación de espinas y Ecce Homo), la Verónica, el Nazareno, el Cristo de la Cama precedido por las Siete Palabras, el Descendimiento, la Piedad, el Cristo de Biscós y la Virgen de la Soledad.

Uno de los momentos más solemnes fue la salida del Cristo de Biscós, escoltado por un piquete de gastadores del Regimiento de Cazadores de Montaña Galicia 64. La guarnición militar es Hermano Mayor Honorario de la Hermandad de la Sangre de Cristo desde 1968, al igual que el Ayuntamiento de Jaca, tras su reciente nombramiento.

Cerraron la procesión el paso de la Soledad y el estandarte de la Cofradía de Cristo Resucitado, cuyos pasos de Cristo Resucitado y de la Virgen de la Alegría completarán los actos de la Semana Santa de Jaca en la jornada del Domingo de Resurrección.

Los orígenes de esta manifestación religiosa del Viernes Santo en Jaca se remontan a 1658, cuando ya se mencionaban hachas procesionales. En 1665, los jurados de la ciudad destinaban telas para los porteadores de la Piedad y la Soledad. En aquellos años, el Cristo del Sepulcro ya salía en procesión, llevado por jóvenes sacerdotes. El recorrido, entonces, se extendía por todas las iglesias y conventos de la ciudad, dejando una doble estela de cera en el empedrado.

Hoy, aquel Vía Crucis esculpido sigue vivo, adaptado al presente, pero cargado de la misma devoción. En esta Semana Santa de 2025, pese a las incertidumbres del cielo, el corazón de Jaca volvió a latir con fuerza al paso del Santo Entierro.

Reportaje gráfico del comienzo de la  procesión del Santo Entierro de la Semana Santa de Jaca. EL PIRINEO ARAGONÉS
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