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«Pese a todo, la UE tiene suficiente músculo económico y político para jugar un papel moderador en el tablero internacional»

Representación de la Unión Europea, en una imagen de Torsten Simon en Pixabay.

Entre el cúmulo de declaraciones hechas por Donald Trump desde que accedió por segunda vez a la Casa Blanca, destaca la que realizó el pasado 27 de febrero: “La UE se formó para joder a Estados Unidos, ese es su propósito”. El líder político de uno de los países más poderosos de la Tierra evidenciaba con estas palabras que el Viejo Continente había dejado de ser un aliado de su país para convertirse en un simple competidor comercial. En su inclinación a crear realidades paralelas, Trump obvió que la Comunidad Europea nació en 1957 para proteger la paz en un territorio dos veces arrasado en el siglo XX por las guerras mundiales y que el posterior Tratado de Roma significó la apertura de un proceso de integración y de defensa de unos valores sociales y políticos que garantizaran la estabilidad, la libertad y la justicia.

Desde entonces, la Europa unida ha pasado de 6 a 27 miembros con casi 450 millones de habitantes y, pese a las dificultades, se ha consolidado como potencia económica y comercial y también como referente democrático. Según el artículo 3 del Tratado de Lisboa, firmado en 2007 tras el intento fallido de crear una Constitución Europea, son valores irrenunciables de la Unión la supresión de las fronteras interiores para permitir la libre circulación de personas, una economía social de mercado abierta y competitiva, el rechazo de cualquier discriminación, la defensa de la igualdad de hombres y mujeres, la lucha contra la exclusión social, el respeto por la diversidad cultural y lingüística y la salvaguarda de los derechos humanos en todo el mundo. Esos valores se asientan en una sólida herencia cultural que ha evolucionado desde la Grecia antigua hasta hoy.

Una gran manifestación (50.000 personas) promovida por Michele Serra, un conocido columnista del diario La Repubblica, recorrió el centro de Roma el pasado 15 de marzo en defensa de los valores de Europa frente a los nuevos y viejos autoritarismos.

Cabe preguntarse si en nuestro país podría tener lugar hoy una movilización semejante a favor de la conciencia europea. España llegó tarde a la Europa unida (1986). Sin embargo, para las generaciones que hicieron la transición, Europa era sinónimo de democracia, estado de derecho y libertad de pensamiento. Ahora, cinco décadas después, se oyen voces ultras que propugnan una vuelta al nacionalismo hispano y que señalan a Bruselas como un conglomerado burocrático que solo crea problemas en el terreno de la igualdad, la inmigración y el cuidado del medioambiente.

Tal vez con el terremoto sobre el orden mundial que ha sido el inicio del segundo mandato de Trump sean muchos los que vuelvan su mirada hacia las instituciones europeas como garantía de estabilidad y de progreso, de integración social y de civilización. Los europeos deberíamos reaccionar ante atropellos como la modificación por la fuerza de las fronteras de Ucrania, la guerra de aranceles o la amenaza de anexión por EEUU de territorios como el de Groenlandia, así como frente a la masacre de los palestinos. Porque, pese a todo, la UE tiene suficiente músculo económico y político para jugar un papel moderador en el tablero internacional.

Uno de los problemas para hacerlo radica en su modelo de seguridad y de defensa, basado hasta ahora en una alianza, la OTAN, liderada por la potencia militar estadounidense. La financiación de un sistema europeo con ese doble objetivo ha levantado una viva polémica en España entre los partidarios de una mayor inversión en los ejércitos y quienes sostienen que no hay que incrementar el gasto en ese campo. Se trata de una controversia que excede a este artículo, pero que debe abordarse a la europea, es decir, con un debate abierto y transparente, buscando consensos, dando voz a los ciudadanos y sin olvidar que las utopías, como la propia idea de Europa, son posibles si se trabaja por ellas con inteligencia y generosidad.

Seamos, finalmente, conscientes de que en la UE hay fuerzas políticas que pretenden una voladura desde dentro de las propias instituciones. Es el caso del presidente húngaro, Víktor Orbán, quien ha confesado que Europa necesita “menos drag queens y más Chuck Norris”.

Firmado: COLECTIVO PENSAMOS
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