50 AÑOS
Abril 1975

Construcción del viaducto de Cenarbe, en la línea férrea de Canfranc, a principios del siglo XX, en una imagen de archivo. EL PIRINEO ARAGONÉS
Cada 27 de marzo, desde 1971, escribimos como una necrología del ferrocarril internacional de Canfranc. Lo creemos muerto, a la vista de los hechos, pero creemos también en su resurrección. Si no se recuperase, nos parecería que como aragoneses habríamos ido dimitiendo de nuestra condición de españoles que miran a Europa de fronterizos y pirenaicos.
Pero no vale el sentimentalismo. El tiempo presente es de realidades duras, de economicidad de inflexibles objetivos de Estados centralistas, que a veces creo que pierden la visión del detalle.
Esta muerte temporal del Canfranc coincide con una agudización, hasta el paroxismo, de nuestra conciencia aragonesista. Sentimos como un desmantelamiento, como una fenomenal sacudida que transforma nuestro ser regional. Un área de casi 50.000 Km. Huesca-Zaragoza-Teruel, del Pirineo hasta asomarse por Sierras casi valencianas, al Mediterráneo, se siente empobrecida. Nos salva la macrocefalia de Zaragoza, a la vez tragedia y baza de recuperación. Queremos un Zaragoza de medio o de millón de habitantes, cabeza de industria, finanzas, cultura, liderazgo político incluso que pese en Madrid.
Pero esa Zaragoza capital necesita comarcas ricas, áreas densas y no desertizadas, reestructuraciones agrícolas que las potencien, promociones industriales y comerciales, vías de comunicación verticales.
En todo eso está inserto el Canfrane muerto y a resucitar. Frente a eso, no caben ni la evocación histórica, ni la nostalgia, ni la melancolía, sólo cabe la acción, el no rendirse, el hacer un enorme esfuerzo regional, el ser importunos en Madrid hasta la saturación y el lograr una colaboración de Región y Estado que mágicamente nos salve, en esto y en muchas (…)