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“Las grandes tecnológicas están marcando el rumbo hacia la superinteligencia, asumiendo un poder que trasciende fronteras y supera a los gobiernos. Con el control del desarrollo tecnológico y los recursos energéticos, ¿cómo garantizamos una implementación justa y responsable?”

Las grandes tecnológicas ya se sienten preparadas para el desarrollo de la AGI.

En el artículo anterior, analizamos cómo las grandes tecnológicas están planificando su independencia energética al margen de los estados. Lo que podría parecer una mera estrategia empresarial es un claro indicio del cambio de poder global que se está produciendo. Estas corporaciones, lejos de limitarse a liderar la innovación tecnológica, están remodelando la economía, las infraestructuras y las dinámicas sociales y políticas a nivel mundial. Pero volviendo al núcleo de la cuestión, ¿por qué necesitan tanta energía?

La respuesta radica en los nuevos modelos de IA (inteligencia artificial) que están desarrollando. Según Sam Altman, CEO de OpenAI, el avance hacia la AGI (inteligencia general artificial) es el siguiente gran hito, y ya se sienten preparados para su desarrollo. En realidad, sus objetivos van más allá: aspiran a la superinteligencia, un concepto que no solo busca emular las capacidades humanas, sino superarlas ampliamente en todos los campos.

El desarrollo de la AGI requiere una infraestructura colosal. Los sistemas actuales ya exigen una gran cantidad de energía, pero con la llegada de la superinteligencia, estas demandas crecerán exponencialmente, lo que explica que gigantes como Google están apostando por construir mini reactores nucleares.

La superinteligencia promete transformaciones propias de la ciencia ficción para abordar desafíos globales, que hasta el momento han superado las capacidades humanas. Desde combatir el cambio climático, encontrar curas para enfermedades complejas, optimizar la producción de alimentos o transformar el mundo laboral, este concepto busca redefinir los límites de lo posible, abriendo una nueva etapa para la humanidad.

No obstante, el desarrollo de la superinteligencia es un proyecto que debería trascender a las grandes tecnológicas. Se trata de un desafío global que requiere colaboración, supervisión y una visión compartida de lo que queremos ser como sociedad.

En su último artículo, Altman insiste en que el desarrollo de la IA debe ser seguro y progresivo, permitiendo que la sociedad se adapte a cada avance y que la IA aprenda de forma ética y controlada, algo que tiene sentido en un contexto donde sus impactos éticos y sociales son todavía inciertos.

Sin embargo, la realidad es que estas corporaciones no solo concentran el desarrollo tecnológico, también el control de los recursos energéticos necesarios para su implementación, amén de que su influencia supera las fronteras de unos marcos regulatorios limitados por intereses regionales.

Las decisiones que se tomen ahora no marcarán únicamente las dinámicas de poder en las próximas décadas. La pregunta no es solo cómo llegaremos a la superinteligencia, sino qué tipo de sociedad queremos construir con ella.

¿Podemos confiar en quienes poseen los medios para llevarnos hasta allí? ¿Cómo asegurarnos de que las mismas empresas que concentran el desarrollo de estas tecnologías sean también las responsables de decidir su implementación de forma justa y responsable?

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