“La capacidad de la IA para mejorar procesos y transformar sectores es innegable, pero también plantea serios interrogantes: ¿Estamos delegando más de lo que deberíamos?”
![Reflexiones desordenadas 109 Cuando la IA decide por nosotros el dilema de la autonomía en las decisiones asistidas 13 diciembre 2024](https://elpirineoaragones.com/wp-content/uploads/2024/12/Reflexiones-desordenadas-109-Cuando-la-IA-decide-por-nosotros-el-dilema-de-la-autonomia-en-las-decisiones-asistidas-13-diciembre-2024.jpeg)
El dilema entre la autonomía humana y el control de la IA.
La IA (inteligencia artificial) se ha integrado profundamente en nuestra rutina diaria, desde elegir la próxima serie que vamos a ver, hasta la toma de decisiones en el ámbito de la medicina. La IA es capaz de simplificar tareas, mejorar procesos y, en muchos casos, transformar nuestra manera de entender el mundo. Pero, ¿estamos cediendo demasiado control a los algoritmos?
La respuesta no es sencilla. La IA no es ni un héroe ni un villano; es una herramienta cuya influencia depende del uso que hagamos de ella. En el ámbito médico, por ejemplo, los avances son extraordinarios. Algoritmos entrenados con millones de imágenes son capaces de detectar enfermedades en etapas tempranas, ofreciendo diagnósticos precoces que pueden marcar la diferencia entre un tratamiento efectivo y la muerte.
También está transformando el seguimiento y la prevención. Dispositivos cotidianos, como relojes inteligentes, analizan patrones de sueño, actividad física o ritmo cardíaco, alertando de problemas antes de que sean evidentes para el usuario. En enfermedades crónicas, la IA permite personalizar los tratamientos, ajustando los medicamentos en tiempo real según las necesidades específicas de cada paciente.
Fuera del ámbito sanitario, la IA también interviene en decisiones más triviales que nos afectan de forma sutil pero constante. ¿Es casualidad que YouTube nos recomiende vídeos que nos mantienen pegados a la pantalla durante horas? ¿O que una tienda online sugiera justo ese producto que, sin darnos cuenta, terminamos comprando? ¿Hasta qué punto nuestras elecciones son realmente nuestras?
La IA amplifica aquello para lo que está programada. Si la usamos para identificar patrones médicos su impacto es positivo. Pero cuando se entrena con datos sesgados o con objetivos puramente comerciales, puede perpetuar desigualdades o reducir nuestra capacidad de elección. En el ámbito judicial, hay países que ya usan algoritmos para evaluar el riesgo de reincidencia de un acusado. Si el conjunto de datos utilizados para desarrollar el algoritmo contiene prejuicios raciales o socioeconómicos, estos serán perpetuados y amplificados.
Así, la IA no tiene una moral inherente, pero afecta profundamente a la ética de nuestras decisiones. El problema no radica en la tecnología en sí, sino en cómo la diseñamos y la aplicamos. La medicina, con todos sus avances, muestra lo mejor que puede ofrecer: tratamientos personalizados, diagnósticos más precisos y una mayor capacidad para cuidar de nuestra salud. Sin embargo, incluso en este ámbito, debemos asegurarnos de que la tecnología sea una aliada, no una sustituta.
¿Es la IA buena o mala? Depende. Su potencial para mejorar la calidad y comodidad de vida es incuestionable, pero no podemos olvidar que detrás de cada algoritmo hay elecciones humanas, con sus intereses, sesgos y prejuicios. Somos nosotros quienes decidimos cómo y para qué usarla. En esa responsabilidad reside la verdadera ética de la IA.