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“Las redes sociales, nacidas como espacios para conectar y amplificar ideas, se han convertido en jueces censores que filtran en función de sus intereses. El artículo anterior ha sido censurado por Meta, una decisión que evidencia cómo las redes priorizan sus intereses sobre la libertad de expresión”

Las redes se ha convertido en los censores del s XXI.

Vivimos en un tiempo en el que las redes sociales han monopolizado gran parte del debate público. No obstante, ese mismo espacio de expresión está cada vez más condicionado por las opacas reglas de las plataformas, las cuales deciden qué contenido es aceptable. La censura digital, justificada como una forma de proteger a los usuarios, está erosionando como nunca nuestra libertad de expresión.

El último artículo que publiqué en esta columna, “Cómo impactan los likes en nuestra autoestima” ha sido censurado y eliminado de las redes sociales de META (Facebook). El motivo: supuestamente infringir sus normas comunitarias. Según su criterio, el artículo podía “inducir” a los usuarios a interactuar de manera engañosa. La realidad es que lo único que hacía era invitar a reflexionar sobre un problema cada vez más presente en la sociedad, y que afecta principalmente a la población más joven.

Meta y otras plataformas argumentan que sus sistemas de moderación buscan proteger a los usuarios de la desinformación, discursos de odio o contenidos dañinos. Una justificación que se tambalea cuando se aplica de forma indiscriminada a cualquier contenido molesto con sus intereses.

Decisiones que rara vez van acompañadas de explicaciones claras, ya que las plataformas se escudan tras mensajes genéricos dejando a los autores en un limbo donde ni siquiera sabemos qué hemos hecho mal. ¿Esto es protección o control? ¿Quién regula este poder desmedido? ¿Por qué permitimos que un algoritmo, diseñado para maximizar beneficios, sea quien decida qué ideas merecen ser difundidas?

Este modelo de censura afecta al ecosistema informativo en su conjunto. Al limitar qué contenidos pueden difundirse, las plataformas privilegian determinadas publicaciones. Reflexiones críticas son vistas como una amenaza porque no encajan con el modelo de interacción rápida y emocional que las redes promueven.

En un contexto donde la atención es el recurso más valioso, el pensamiento crítico es visto como un obstáculo

La censura digital pone de manifiesto un problema estructural: la concentración del poder informativo en manos de un puñado de tecnológicas. Plataformas que se han convertido en árbitros de lo que podemos decir y leer. Al permitir que estas empresas controlen el flujo de información, delegamos un poder que debería pertenecer a cada uno de nosotros. Un ataque directo a la libertad de expresión, pilar fundamental de este sistema en plena decadencia llamado democracia.

Lo más alarmante es que la censura está siendo normalizada. Nos hemos acostumbrado a que nuestras palabras sean revisadas, cuestionadas y eliminadas, algo que genera frustración, y que cuestiona el propósito original de las redes: ser espacios para compartir ideas y conectar personas.

La censura es el precio a pagar por usar las redes. Antaño plataformas de libertad, ahora utensilios de censura. En este escenario, medios libres como El Pirineo Aragonés, que fomentan el debate y el pensamiento crítico, son más valiosos que nunca.

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