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Jaca expresó su fervor al Cristo de Biscós, en la procesión del Martes Santo, junto a La Piedad y El Descendimiento

El Cristo de Biscós, La Piedad y El Descendimiento tuvieron que sortear durante todo el día los caprichosos vaivenes de una meteorología que se ha declarado en rebeldía durante la Semana Santa. Pocos minutos antes de la procesión del Silencio, la tarde se mostraba tomada por las luces y las sombras del ocaso, replicando una atmósfera dramática propia de un paisaje tenebrista. Los tonos azules del cielo surgían mezclados con amenazantes nubes negras, acompañados de los destellos naranjas, rojos y amarillos de los últimos rayos de sol.

En el interior de la Catedral de Jaca, la Real Hermandad de la Sangre de Cristo ultimaba los preparativos de la procesión. Los hermanos que iban a cargar con la peana del Cristo se colocaban por alturas y corpulencia física y realizaban las primeras pruebas antes de comenzar el recorrido por las calles del casco histórico.

El Cristo de Biscós, también conocido como el Cristo de la Salud y el Santo Cristo de la Catedral, es una de las imágenes más veneradas de la Semana Santa jaquesa, y también de la catedral, donde se le rinde culto en la capilla de Santa Ana, situada a los pies de la nave de la Epístola. Esta imagen “no es de ninguna hermandad, sino que el Cabildo de la Catedral lo cede a la Hermandad de la Sangre de Cristo para que lo custodie en las dos procesiones en las que sale a la calle”, el Martes y Viernes Santo, recuerda María Luisa Cajal, autora del libro Semana Santa Jaca, obra de referencia y de obligada consulta para conocer la historia y los detalles de esta celebración jaquesa. “Esta bella imagen tiene tal atractivo que cautiva a las gentes y siempre hay alguien haciéndole compañía, será un rato o un simple saludo, pero hay muchísimas personas, no solo católicas, que por nada del mundo dejan su rato de oración ante Él”, relata Cajal.

El Cristo y los hermanos esperaban en la lonja mayor, junto a la banda de tambores, bombos y cornetas, y las autoridades, entre las que se encontraba el alcalde de Jaca, Carlos Serrano, y una representación de la guarnición militar, que desde el año 1968 es Hermano Honorario de la Real Cofradía de la Sangre de Cristo. Un piquete de cinco gastadores custodiaba el paso, dos delante de la peana y otros tres detrás. En la plaza de San Pedro, aguardaban los hermanos y la banda de tambores de la Hermandad de Nuestra Señora de la Piedad y Descendimiento –fundada en 1734–, que desde hace unos años acompañan a la procesión del Silencio portando sus dos pasos: El Descendimiento, del escultor imaginero Modesto Quilis, y La Piedad, de autor anónimo y que procede de la iglesia del Carmen.

Los hermanos que portaron el paso del Cristo de Biscós antes de la procesión, posando en una fotografía de grupo. Abajo, los pasos de El Descendimiento y La Piedad, a su paso por la calle del Obispo. EL PIRINEO ARAGONÉS

Antes de que la aldaba golpeara sobre la peana del Cristo crucificado, para dar comienzo a la procesión, tres jóvenes cofrades de la Sangre de Cristo, vestidas con túnicas negras, aguardaban para cantar La sangre de Cristo, jota creada y compuesta por Carlos Lacambra, al que iba a ir dedicada; un sentido homenaje cuando está próximo el primer aniversario de su fallecimiento.

“Carlos nos enseñó y nos acompañó durante toda nuestra trayectoria jotera y es una persona muy importante para nosotras”, comentaron Ainhoa Palma, Orosia García y Claudia Banegas, antes de pronunciar su dedicatoria: “Carlos, este año va por ti”.

Las voces al unísono recordaron que Cristo “nos redimió con la sangre derramada en la Pasión” y cantaron para aliviar el “gran sufrimiento” que padeció en su camino hacia el Calvario, entregando su vida para “salvar a los hombres”, al tiempo que el Cristo de Biscós bailaba sobre los hombros de los hermanos, cimbreándose de lado a lado como un junco agitado por una brisa interior que apenas se percibía, pero que se dejó sentir con la fuerza de la emoción.

Las tres jóvenes joteras interpretando La sangre de Cristo, compuesta por Carlos Lacambra. MIGUEL RAMÓN HENARES

La procesión inició su andadura desde la catedral, rodeada de gente en su discurrir. En este primer tramo por la calle del Obispo, avanzó de forma lenta, para que los costaleros descansaran y tomaran aire, y para que las filas de ambas cofradías pudieran estirarse manteniendo la distancia entre paso y paso, en una tarde en la que el frío atenazaba a los cofrades y se dejaba sentir también entre el público.

El primer giro hacia la calle Mayor y luego hacia la de Echegaray pusieron a prueba a los portadores del Cristo, que sentían cómo el peso de la cruz laceraba sus hombros. Lo mismo ocurriría unos metros más adelante, al final de la calle, cuando afrontaron la pendiente, imperceptible a los ojos, que hay que salvar para alcanzar la plaza de la Catedral. Pero antes de que eso ocurriera, se hizo el silencio cuando empezó a sonar la saeta al Cristo de los gitanos.

“Yo le canto a mi Cristo, a mi Cristo de los gitanos, arriba con los costaleros, que van llevando el pasito; atrás sonando las cornetas al ritmo de esos tambores. Olé mi Cristo de los gitanos”, una tonadilla que conmovió y sonó profunda en la voz de Chola.

La procesión del Silencio finalizó en la catedral, con el paso del Cristo franqueando de nuevo la lonja mayor, mientras El Descendimiento y La Piedad se abrían camino hacia el local de pasos, donde permanecerán hasta la procesión del Santo Entierro, en la jornada de Viernes Santo.

Con el Cristo en el altar mayor, llegó el tiempo de la oración final, una llamada al silencio, como señaló Fernando Jordán. “Esta noche santa para nosotros he querido iniciar con el silencio de los que íbamos procesionando por las calles, con el canto de la música que iba anunciándonos algo importante, y con los corazones contritos manifestando en nuestro interior el dolor de muchos familiares y amigos, pero sobre todo el dolor de la guerra y de la envidia”, manifestó, recalcando que “esta es la noche de la paz, es la noche del silencio de tantos inocentes que hay en el mundo y que tenemos que defenderlos con la oración y con los medios para decir que somos hijos de Dios, que todos queremos tratarnos como hermanos”.

“Por eso –recordó–, sacaron a Jesús fuera de la ciudad, como hoy son también tantas las voces que son sacadas de la ciudad, porque su voz no se oye y siguen guardando silencio”, dijo, para añadir, a modo de reflexión final, que el silencio de los que no hablan, es el silencio que sigue interrogándonos como personas.

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