Reflexiones desde el voluntariado
Uno de los jóvenes subsaharianos en una de las clases de aprendizaje de español impartidas por voluntarios en la UNED de Sabiñánigo.
Son las nueve y media de la mañana, y como todos los días –desde hace más de dos meses– vemos llegar a las aulas de la UNED de Sabiñánigo a un nutrido grupo de muchachos subsaharianos que acuden a las clases de español que más de veinte voluntarios les imparten. Casi hemos normalizado ya esta situación. Sin embargo, convendría hacer un ejercicio de reflexión de cómo hemos llegado hasta aquí y qué acciones futuras convendría acometer.
Pero nos vamos a centrar, en primer lugar, en los chicos. Los vimos llegar a finales del año pasado, paseando por las calles de Sabiñánigo, y llevando por todo equipaje solo lo puesto. Supimos que se alojaban en las dependencias del albergue de Pirenarium, donde una fundación gestionaba sus primeras necesidades. Sin embargo, la prensa diaria nos hablaba de las penurias que estas personas pasan desde que salen de su tierra: Senegal, Gambia, Mauritania, Mali… Poca imaginación necesitábamos para intuir que –pese a su juventud– llevaban una pesada carga de vivencias. Y palabras como acogida,promoción e integración cobraron un sentido muy real y auténtico para una buena parte de la ciudadanía de nuestro pueblo y de toda la zona. Afloró una solidaridad ejemplar y cada uno arrimó el hombro como bien pudo o supo. La gestión del tiempo libre y la necesidad que tenían de conocer el castellano se impusieron como la línea prioritaria para muchas personas que estaban deseosas de brindarles su apoyo. Surgió así el voluntariado de las clases de español.
Estas clases hubieran sido impensables sin el acogimiento –callado, pero muy eficaz– que, día tras día, han estado brindando Marta y Mercedes, trabajadoras de la UNED de Sabiñánigo. En sus instalaciones –perfectamente equipadas– los muchachos se sienten cómodos y con ilusión para aprender una lengua que consideran esencial para desenvolverse en su futuro profesional.
Pero si los chicos acometen con ganas la tarea de aprender, no es menor la que manifiestan los voluntarios, a pesar de que tienen que lidiar con bastantes dificultades: su procedencia y formación son muy diversas; tienen que realizar un auténtico ejercicio de malabares para poder cubrir la docencia de cuatro grupos de alumnos diarios, ya que cada día acuden entre 80 y 90 alumnos, que se reparten en dos clases y con doble turno –de 9:30 a 11:00 y de 11:00 a 12:30–; por otro lado, el alumnado no es homogéneo: a sus diferentes niveles educativos (desde chicos con el bachillerato terminado hasta iletrados), se suman las continuas llegadas y salidas… A ello hay que añadir que, en su mayor parte, estos voluntarios no tenían experiencia docente previa. Con voluntad, y contando con material de apoyo de español como lengua extranjera, se están logrando resultados bastante positivos. En muchos casos, el francés o el inglés –que algunos chicos dominan– ayuda a mejorar destrezas idiomáticas, y los más competentes en estas lenguas traducen al wolof o al mandinga expresiones de nuestra lengua que son necesarias para el desenvolvimiento diario de las personas. Una dificultad añadida que han encontrado estos profesores improvisados es la carencia de cuadernos, bolígrafos, folios… que son imprescindibles para poder impartir estas clases; iniciativas privadas y algunas aportaciones de la administración pública tratan de paliar este déficit adquiriendo lotes de material escolar. Al final de su período de escolarización, cada alumno cuenta con un certificado de alfabetización, que es expedido por el presidente de la Plataforma Pro Refugiados del Alto Gállego.
Llegados a este punto nos planteamos qué caprichoso es el azar que hace que unos seres humanos nazcamos en un lugar y otros en otro, con la carga de oportunidades o de carencias que ello conlleva. Y esta reflexión viene a cuento porque todos aprendemos de todos, y es que estos chicos llegados desde el corazón de África los vemos convertidos a ratos en profesores de vida para alumnos del IES San Alberto Magno, y estos alumnos, a su vez, ayudan a los muchachos africanos a mejorar su español. Mientras, unos y otros conviven y juegan al fútbol, que de eso entienden todos.
Desde aquí les deseamos toda la suerte del mundo, que consigan salir adelante, que puedan trabajar dignamente, que encuentren protección en nuestra tierra, y que, ojalá, algún día puedan regresar a sus países y se conviertan en personas que promocionen a las futuras generaciones africanas.