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“Cuando se contempla el atlas electoral de este 2024, puede fácilmente apreciarse que nuestra estabilidad como sistema político, económico y cultural depende en gran medida de lo que ciudadanos de otros países, incluso muy lejanos, decidan en las urnas”

Sede del Parlamento Europeo. SE

Más de media humanidad (un 51% de los 8.000 millones de habitantes del planeta) va a verse afectada este año por procesos electorales. Se llevarán a cabo votaciones en 76 de los 193 estados que integran las Naciones Unidas. Será el año con más comicios de la historia y, como señala un estudio del CIDOB (Centro de Información y Documentación Internacionales en Barcelona), supondrá un test para la democracia global. Habrá llamadas a las urnas tan significativas como las del Parlamento Europeo, en junio, donde se medirá el peso del euroescepticismo y de la ultraderecha continental; las de puntos tan calientes como Venezuela, Rusia o México (o Taiwán, donde ya se votó en enero, con resultados inquietantes); las de la India (marzo-abril), el país más poblado del mundo, y como colofón, en noviembre, las de Estados Unidos.

Semejante fiesta de la democracia tiene, sin embargo, su cara B. Se celebrarán elecciones plenamente democráticas y con suficientes garantías, como las europeas, que serán simultáneas a otras convocadas para ratificar el poder establecido frente a una oposición silenciada, como las que mantendrán a Putin en el poder en Moscú, dada la infame persecución que sufren los adversarios políticos al Kremlin. Otras, como las legislativas de Irán (marzo), no superarán los estándares del limpio juego entre las diferentes opciones políticas.

Acostumbrados a vivir políticamente en nuestros compartimentos estancos, no solemos prestar demasiada atención a estos procesos fuera de nuestras fronteras. Bastante tenemos con lo que tenemos, dirán algunos. Pero, sin embargo, cuando se contempla el atlas electoral de este 2024, puede fácilmente apreciarse que nuestra estabilidad como sistema político, económico y cultural depende en gran medida de lo que ciudadanos de otros países, incluso muy lejanos, decidan en las urnas. Pensemos en el caso de Estados Unidos.

Las recientes primarias republicanas en los estados norteamericanos de Iowa (los llamados ‘caucus’) y New Hampshire han otorgado una contundente victoria a la candidatura de Donald Trump. Si se mantiene la tendencia, y nada indica que vaya a pasar lo contrario, el magnate optará en noviembre a la presidencia de EEUU. No sería un asunto de nuestra incumbencia si no supiéramos que un triunfo de quien ya ocupara la Casa Blanca de 2017 a 2021 supondría un cambio radical en asuntos globales como la batalla contra el cambio climático, la gestión de la inmigración o el mantenimiento de un orden mundial justo.

Por otra parte, la creciente ola autoritaria (patente en estados como Rusia o Turquía) indica que la democracia, como sistema garante de la libertad, la justicia y la igualdad, se va debilitando. El imparable ascenso de China (una dictadura capitalista, aunque resulte incómodo reconocerlo) apunta hacia un nuevo sistema multilateral de relaciones internacionales en el que está en cuestión el poderío de la superpotencia norteamericana y el dominio cultural de los valores liberales occidentales. Vivimos en una aldea global en la que nada de lo que ocurre fuera nos es ajeno. Las elecciones europeas próximas son buena prueba de ello.

Tomadas a veces como un asunto ajeno a nuestras vidas y apto para votos de castigo o apoyos a candidatos frikis, las elecciones europeas son, sin embargo, una prueba de resistencia del proyecto de integración europea, uno de los fenómenos a favor de la paz y el progreso más desarrollados desde el final de la segunda guerra mundial. La UE se ve acechada hoy por unos fuertes movimientos nacionalistas que rechazan no solo el ideal de una Europa unida, sino también las políticas de cohesión entre países ricos y pobres, las medidas fiscales en contra de la desigualdad y la legislación social a favor de la igualdad de género.

Es evidente que la opinión pública española (o francesa, o argentina) no va a estar pendiente de lo que se decida en países remotos, pero la realidad de la globalización, donde las ideas, las personas y las mercancías viajan sin impedimentos por todo el mundo, hacen que lo que digan las urnas en muchos puntos cruciales condicionará nuestra política, nuestra economía y, en definitiva, nuestra forma de ver el mundo. Por todo ello, cabe que asumamos nuestra responsabilidad y espíritu crítico en la participación en próximos comicios.

Firmado:  COLECTIVO PENSAMOS
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