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125 AÑOS

Enero 1890

Portada del periódico del artículo de fondo publicado hace 125 años. EL PIRINEO ARAGONÉS

Esta idea, aunque no ha nacido hoy, ha crecido y se ha desarrollado en estas circunstancias. No hace mucho tiempo hubiera sido una herejía hablar de las regiones, para resucitarlas y darles vida propia, como la tuvieron en lejanos tiempos; pero todo cambia, y hoy corre sin protesta por las columnas de la prensa, se proclama y difunde en reuniones y asociaciones, y la aceptan y defienden los que nunca pensaron en tal cosa.

No todos, sin embargo, conceden igual valor al regionalismo; así, mientras unos igualan con la independencia completa, otros se contentan con una descentralización administrativa, que en nada la afecte a la unidad de la nación, y le permita, no obstante, cobrar y distribuir los impuestos, modificándolos, si así conviniere, y apropiarlos a la índole, necesidades y carácter peculiares de la región.

Como los primeros piensan muy pocos. Los catalanistas intransigentes son los que llegan a demandar la separación e independencia completas. Vienen después los federalistas, que piden la autonomía cantonal de la región, bajo el régimen republicano, luego los autonomistas a secas, dentro de la monarquía; y, por último, los que aceptan como buena la descentralización administrativa en la forma antes dicha. De estas tendencias e inclinaciones, y tal vez de algunas más, las hay en la región catalana.

Las demás regiones de España, como tales regiones, ni como nada, han dado señales de vida nunca, y con más tolerancia, con resignación impuesta por la impotencia, han soportado, y soportan todavía, el yugo férreo de los reyes conquistadores, mantenido y perpetuado con constancia digna de mejor empleo por los modernos reyezuelos de levita.

Pero ha sucedido lo que forzosamente tenía que suceder. Una nación por amortiguada que esté; por subyugada que se halle; por vida miserable que viva, no puede resignarse a morir de una muerte humillante y cobarde; y lo que se dice de la nación debe aplicarse a los componentes, especialmente a esas agrupaciones de territorio, que en otro tiempo tuvieron vida propia independiente, y que designamos con el nombre de regiones. El espíritu de estas, que ya casi se escapaba del cuerpo, revive y se rehace al choque de la desgracia y del infortunio, y quiere dar muestras de su existencia y vitalidad, y protesta, en la medida que hoy puede, y mañana lo hará en la que necesite, contra esas tiranías de los políticos, que desde la capital disponen a su arbitrio de los destinos de la nación, y con los caciques comparten el dominio de las regiones, las provincias o los distritos, según la fuerza que tienen en las esferas oficiales.

La justicia, la administración, la hacienda toda, el individuo, la aldea, el pueblo, la villa, la ciudad, distrito, provincia, región, la nación entera, todo les pertenece y de todo usan como de cosa propia. No puede ser más triste la condición de los españoles, que no cuentan con el apoyo de alguno de esos políticos, señores feudales de estos tiempos, con más fortuna y menos riesgos y responsabilidades que los de la Edad Media. ¡Y todavía hay quien habla en estos días de democracia y libertades conquistadas por la revolución, que se hallan amenazadas por la realidad! En todo caso serán las libertades, licencia y libertinaje de los gobernantes y sus secuaces, las que corren peligro, y muy serio, el día que dejen o les hagan dejar el poder, porque los demás españoles no tienen más libertad que la de quejarse, y no en alta voz, porque para eso están suspendidas las garantías constitucionales; y aun cuando no estuvieran suspendidas sería lo mismo, porque el poder ejecutivo no tiene valladar grande ni pequeño, que le detenga en sus excursiones ilegales.

Aquí en este, por tantos conceptos, desgraciado país, que forma parte de la civilizada e ilustrada Europa, al final de un siglo, que tanto brilla por sus incesantes progresos científicos y por las conquistas realizadas en lo social y en lo político, aquí, decimos, se ha resucitado por los políticos actuales la ley de castas: las privilegiadas que alternativamente gozan y disfrutan de los honores y mercedes de que dispone el Estado, y las no privilegiadas, las desheredadas de la suerte y sometidas a la perpetua tutela y a sufrir las cargas del fisco y los vejámenes insolentes de las primeras. Este es el hecho, que, por ser tan conocido y tan injusto, se ha prestado, y se presta, a compasivos comentarios por parte de las naciones, que han demostrado sus simpatías a nuestra nación; y a juicios severos y humillantes por la de aquellas que por donde quiera que miren no ven más que nuestras miserias, nuestra decadencia y nuestra próxima y total ruina.

Y en el caso que este juicio, que no peca de ligero ni de inexacto, va acompañado, o precedido mejor dicho, del de los políticos y la prensa, que no se hallan al lado del gobierno, y el país entero; y todos esos hechos, que deberían avergonzar a los que los sostienen, no han sido ni son bastantes a mover a conciencia de los gobernantes para cambiar de rumbos, y aplicar junta y equitativamente las leyes, y que no resulte que la arbitraria e irritante aplicación de aquellas el favor para unas con evidente perjuicio de los demás; y de aquí altamente justificado el movimiento regional, que se advierte y propaga rápida y eficazmente por toda la nación.

En sus propios medios y en sus propias fuerzas tienen que confiar las regiones, las provincias y los distritos; porque esos llamados pomposamente representantes del país, en su gran mayoría no representan más que a su persona, y ni tienen virtud propia ni prestada.

Nuestra provincia está invadida por esa plaga. Parece que los encumbrados fusionistas de la capital la consideran como país conquistado, de dócil manejo y obediencia a los caprichos de los gobernantes; y poco a poco han ido metiendo cunero y cuneros hasta el punto de que, de seis distritos, solo uno está representado por hijo de la provincia.

Nuestro regionalismo es hoy bien modesto, pero muy práctico y de buenos resultados. Establezcamos un cordón sanitario en los linderos de nuestra región, y más principalmente de esta provincia, y en adelante declaremos materia contumaz y fumigable la de los cuneros, sean estos nobles o plebeyos, funcionarios públicos, oradores de todas categorías, y aquellos otros que no hablan más que en familia, pues todos ellos nos han de dar los mismos frutos.

J.G.
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