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“El disfrute de los paisajes naturales constituye una experiencia gratuita y universal de libertad, responsabilidad y paz que es, por ello, subversiva con el consumismo de nuestras sociedades occidentales”

Vista de Canfranc Estación desde el camino de Estiviellas. EL PIRINEO ARAGONÉS

Los paisajes nos importan porque, de algún modo, nos reflejan, ya que son fruto de la naturaleza, pero también de la acción del hombre sobre ella. Como afirmó el doctor Pedro Montserrat, “la cultura hace paisaje” y las transformaciones que hacemos en este dependen de nuestra forma de ser y de pensar. Quizá por ello los paisajes no solo nos transmiten sensaciones y emociones, sino que también nos permiten entendernos. Examinemos, por ejemplo, las tres situaciones siguientes.

Cuando descendemos por un río, nos sentimos en conexión con la corriente de agua y nos damos cuenta de que formamos parte de un paisaje, tal vez de un espacio natural protegido, de que, en él, somos un elemento del todo. En un parque acuático, sin embargo, solo somos un cliente más, nos deslizamos por el interior de un tubo, vigilados por quienes tienen que velar por que, tras una diversión momentánea, los bultos lleguen a la piscina sin sufrir daños.

Al caminar día tras día por terrenos de montaña enlazando valles y collados, bosques, pastos y rocas, nos sentimos libres porque podemos parar donde queramos, y nos hacemos responsables de nuestro comportamiento de tal modo que podemos experimentar la felicidad de estar viviendo plenamente. Subidos en una telecabina, en cambio, nuestra libertad y responsabilidad se diluyen: tenemos claramente marcado por dónde se sube y por dónde se baja e ignoramos, además, la naturaleza que hay bajo la nieve, posiblemente artificial, sobre la que nos deslizamos.

Desde la pequeña montaña que, como Rapitán, se eleva junto a nuestra localidad podemos un día cualquiera, seamos quienes seamos, con o sin dinero y de cualquier clase social, entender la historia de lo que vemos. En el parque de atracciones sucede algo distinto: corremos con ansiedad de una atracción a otra para rentabilizar al máximo el elevado precio de la entrada y, solo durante un breve instante, en lo alto de la montaña rusa, vislumbramos fugazmente el mundo más allá del recinto. Pero, lanzados por la aceleración gravitacional y a la búsqueda de un vértigo que no sabemos muy bien por qué buscamos, nos quedamos sin una idea precisa de lo que hay.

En síntesis, el disfrute de los paisajes naturales constituye una experiencia gratuita y universal de libertad, responsabilidad y paz que es, por ello, subversiva con el consumismo de nuestras sociedades occidentales. Y, en lo que se refiere a los entornos urbanos y rurales, ocurre una paradoja, y es que, a la vez que el paisaje nos pertenece, nosotros también le pertenecemos a él. Con nuestra cultura modelamos de distintos modos campos, montañas y ciudades y, por eso, en estos podemos descubrir el modo de vida de quienes los crearon.

Están, por otro lado, los parques temáticos, de esquí, acuáticos o de atracciones, que son muy divertidos y aumentan el PIB. Allí nuestra experiencia se mercantiliza porque compramos vivencias y seguridad ignorando el entorno en el que nos movemos. Su masificación, sin embargo, genera frecuentemente ansiedad e insatisfacción. Dichos parques también reflejan la sociedad que los crea y los disfruta, esa que prioriza la diversión y el beneficio económico sobre cualquier otro valor.

Aunque es cierto que paisajes y parques temáticos son realidades con argumentos a favor y en contra, esto no significa que dichas opciones sean equivalentes. Cada una muestra la imagen concreta que tenemos de nuestra sociedad y de nuestro mundo, la que quedará reflejada en la ciudad y el paisaje que estamos construyendo. Es verdad que la economía es importante y que la fiesta es tan esencial para el ser humano como la reflexión y el esfuerzo por la equidad. Todo ello, sin embargo, es compatible y puede realizarse de modos diferentes cuya elección no es en absoluto banal.

Por tanto, si el paisaje es el espejo de nuestra alma colectiva, no nos queda sino preguntarnos: ¿qué queremos ver cuando mañana nos miremos en su espejo?

Firmado: COLECTIVO PENSAMOS
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