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Un halo de luz dorada ilumina el Cristo de Biscós poco antes del comienzo de la procesión. ANA LÓPEZ ARTILLO

Quedan pocos minutos para el comienzo de la procesión del Silencio. Los portadores de la peana del Cristo de Biscós conversan y se dan ánimos antes de cargar sobre sus hombros esa gran peana de la que emerge solitaria, erguida hacia el cielo, la cruz de madera de la que pende un Jesucristo de cabeza ladeada y mirada perdida.

Un halo de luz dorada, que cae perpendicularmente, ilumina completamente su rostro, una metáfora evangélica que nos transmite un mensaje de esperanza: la luz de la resurrección. El halo de luz marca el ocaso del día y anuncia la llegada de la noche y el Cristo y los cofrades esperan pacientemente a que comiencen a sonar los bombos y tambores. Tras el rayo de sol vespertino, el crismón del tímpano de la catedral nos recuerda el misterio de la Trinidad y nos habla de eternidad, del cielo y del paraíso, y de que el Señor es el principio y el fin de la creación del mundo, el alfa y el omega. Los dos leones que lo flanquean están acompañados de sendas inscripciones que resultan reveladoras en los instantes previos a la procesión del Silencio: “El león sabe perdonar al caído…” (izquierda) y “el poderoso león aplasta el imperio de la muerte” (derecha).

El Cristo de Biscós, también conocido como Cristo de la Salud y Cristo de la Catedral, fue donado al cabildo por Victoriano Biscós, que lo adquirió en Madrid, donde fue tallado en madera y enviado a Jaca a finales del siglo XIX, como relata M.ª Luisa Cajal en su libro Semana Santa Jaca (1995). Es una de las imágenes más veneradas y admiradas de la catedral por su belleza plástica y espiritual; que, desde hace más de cincuenta años, el Cabildo la cede a la Real Hermandad de la Sangre de Cristo para las procesiones del Silencio y el Santo Entierro.

Han tenido que pasar varios años para volver a disfrutar de nuevo de esta procesión al completo. Descontada la pandemia, en 2022, debido a la lluvia, solo pudo salir la peana con el Cristo, mientras que en esta ocasión se han podido contemplar también los pasos de la Hermandad de Nuestra Señora de la Piedad y el Descendimiento. El Descendimiento es obra del maestro imaginero valenciano Modesto Quilis, cuyos descendientes visitarán Jaca y la exposición de pasos durante estos días de Semana Santa. Quilis es el creador igualmente de los pasos de la Burreta, la Oración de Jesús en el Huerto, la Santa Cena y la Verónica. La Piedad, de autor anónimo, procede de la iglesia del Carmen.

La procesión comienza lenta. Al cruzar la verja del atrio de la catedral, el Cristo es recibido por un público que lleva tiempo apostado en torno a la plaza, aguardando pacientemente. Los porteadores de la peana van abriéndose camino, no sin dificultades, por el estrecho paso que les ofrecen al comienzo de la calle del Obispo. Son veintidós cofrades que llevan sobre sus hombros cerca de novecientos kilos, en torno a cuarenta cada uno. La travesía es larga y, por eso, los descansos son constantes, momento que es aprovechado para tomar un pequeño respiro, corregir algunas posiciones y comentar sobre el desarrollo de la procesión.

Un piquete del Regimiento de Infantería de Cazadores de Montaña Galicia 64 de Jaca les escolta a ambos lados, abriendo y cerrando la marcha. Su paso marcial transmite firmeza y serenidad y da realce al Cristo, haciendo honor al título de Hermano Mayor Honorario que la guarnición militar de Jaca ostenta desde 1968.

Tras cruzar la calle del Obispo, se completa el corto tramo de la calle Mayor que la separa de Echegaray. Contemplar al Cristo doblando la curva, bailando sobre su pedestal cubierto de flores, ensalza todavía más su imagen.

Por detrás, las bandas de tambores de la Real Hermandad de la Sangre de Cristo y de la Hermandad de Nuestra Señora de la Piedad y el Descendimiento alimentan con sus toques la sensación de silencio y sobriedad, y recuerdan que sus sonidos son también una forma de sentir la Semana Santa, como ocurre en muchas poblaciones de Aragón. Así, a paso lento, pausadamente, van desfilando El Descendimiento y La Piedad en su regreso hasta la catedral, donde el Cristo ya les aguarda para cruzar la verja, antes de entrar a la que es su casa, donde hasta el Viernes Santo no estará solo y compartirá morada con el Nazareno y la Virgen de la Soledad.

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