“Cabe preguntarse si los ciudadanos estamos realmente bien informados, si las noticias y opiniones que recibimos nos aportan claves suficientes para hacernos una idea cabal de la realidad que nos circunda”

No siempre leer más noticias es estar mejor informado. CONGERDESING/PIXABAY
La tecnología digital ha abierto para los ciudadanos del siglo XXI un caudal de información mucho más grande del que jamás había disfrutado el ser humano y que recibimos a través de los dispositivos inteligentes que forman parte de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, son frecuentes las opiniones airadas contra el periodismo y los medios de comunicación, que se resumen en una afirmación contundente: “No nos dicen la verdad”.
Cabe preguntarse, ante esta aparente contradicción, si los ciudadanos estamos realmente bien informados, si las noticias y opiniones que recibimos nos aportan claves suficientes para hacernos una idea cabal de la realidad que nos circunda o si, por el contrario, somos manipulados a la hora de votar o manejados sobre asuntos como la necesidad de pagar impuestos o sobre la valoración de servicios públicos tan importantes como los que afectan a nuestra salud o a la educación de nuestros hijos. ¿Estamos bien informados? Se trata de un debate abierto al que trataremos de aportar algunas claves:
- El desprestigio del periodismo. Un sector de la población cree que los medios de comunicación tradicionales están demasiado escorados hacia opciones partidistas concretas, reciben excesivas influencias de los poderes económicos y políticos o sencillamente, están comprados. Aunque hay muchísimos informadores que hacen bien su trabajo (con criterios éticos y sentido social de su tarea), abundan los canales llenos de noticias sesgadas, insidiosas y poco contrastadas. La quiebra del modelo de negocio de la prensa convencional (ingresos por ventas y por publicidad) la ha llevado a sufrir una excesiva dependencia de los poderes financieros. En este contexto, ¿son libres los periodistas? Muchos de ellos trabajan en buenas condiciones profesionales y tienen sintonía con la orientación editorial de sus cabeceras, pero la precariedad y la propia debilidad del sector hace difícil mantener la independencia y el criterio profesional ante determinadas realidades.
- ¿Quién conforma hoy la opinión pública? Hasta ahora eran esos medios (periódicos, agencias de noticias, cadenas de radio y de televisión) quienes creaban los estados de opinión. Pero internet y las redes sociales llegaron para disputar ese monopolio. Hoy todos somos potenciales emisores de información. El problema es que muchos de los que comunican a través de WhatsApp, Instagram o Twitter, por poner tres ejemplos, no tienen el compromiso ético de ofrecer una información veraz y contrastada.
- Polarización y populismo. La prensa tradicional es contemplada (seguramente, con razón) como un actor más, y de gran importancia, en la refriega política partidista. Por otra parte, lo que llamamos actualidad es una realidad muy compleja. El populismo la simplifica, con graves consecuencias. Y hoy muchos medios emergentes se dejan llevar por esa corriente.
- Información y opinión. La barrera entre noticias y opiniones sobre estas es cada vez más difusa. Al público suelen llegarle las informaciones como píldoras envueltas en unas determinadas tendencias político-ideológicas.
- Las campañas de desinformación. Las llamadas fake news (noticias falsas) son una verdadera plaga de nuestro tiempo. Como ha señalado la periodista filipina María Ressa, premio Nobel de la Paz del 2021, “las mentiras se propagan más que los hechos”. La profusión de noticias falsas instrumentada por determinados poderes amenaza seriamente a la democracia. Si a esto se unen las nuevas tendencias conspiracionistas (teorías paranoides según las cuales una minoría poderosa controla la información, la manipula y la dosifica), tenemos el caldo de cultivo apropiado para que surjan movimientos y personajes retrógrados.
- No siempre leer más noticias es estar mejor informado. El ciudadano recibe una avalancha de datos que debe seleccionar y digerir. Consumirlos durante horas de forma fragmentaria y sin contextualizar no nos hace personas más enteradas de la realidad. Muchas veces la información indiscriminada conduce a la ignorancia.
En conclusión, no podemos asegurar que todos los mensajes que nos llegan sean solventes, pero la afirmación de que hay unas élites políticas y económicas que nos manipulan resulta exagerada. Muchos periodistas seleccionan y contrastan las noticias, y muchas personas que distribuyen datos y opiniones por las redes lo hacen con criterio. Por otra parte, los potentes buscadores (Google, por ejemplo) acercan la actualidad y el conocimiento al ciudadano. Aunque somos conscientes de que buena parte de la sociedad no es capaz de acceder a estos recursos, por la brecha digital, es, al final, responsabilidad de cada uno de nosotros orientarnos en la selva de las noticias para tratar de distinguir la verdad de la mentira, la información de la propaganda.