“Cabe pensar que hay diferentes formas de creer porque hay diferentes formas de vivir y que hay diferentes razones para creer porque también hay diferentes razones para vivir”
La luz, el cielo y los fenómenos naturales se ha identificado en muchas culturas como espacio de conexión con los dioses y el más allá. KELLEPICS/PIXABAY
En algunas sociedades se ha producido una notable secularización y abandono de las prácticas religiosas, pero en muchas otras la religión sigue presente de un modo tan importante que determina su manera de vivir. Esto nos lleva a preguntarnos por qué creemos en los dioses y a seguir reflexionando sobre el hecho religioso.
Intelectuales como Delnnett consideran que las instituciones religiosas pretenden facilitar la interacción con supuestos seres supra humanos y creen que las religiones aparecen en todas las culturas debido a dos mecanismos resultantes de la evolución de nuestro cerebro: imaginamos un autor para aquellos fenómenos cuyas causas desconocemos, y proyectamos nuestras creencias y deseos en ese o esos autores. También reconocen tres razones por las que sigue habiendo creyentes: a) las religiones nos permiten consolarnos frente al sufrimiento y a la muerte, b) explican lo que aún no podemos comprender de otras formas y c) promueven la cooperación grupal.
Otros pensadores se proponen revisar las creencias religiosas en tanto han sido y siguen siendo mecanismos de manipulación. Hans Küng en el ámbito del cristianismo y Fatima Mernissi en el del islam, constituyen claros ejemplos de esta forma de pensar. Ambos estudian las figuras de Jesús y de Mahoma en su contexto, revisan los textos originales y se proponen corregir sus errores interpretativos mostrándonos una imagen bien diferente de esas personas.
Además, queremos señalar que la creencia en los dioses puede vivirse de muy distintas maneras. Algunos descubren lo sagrado en ellos mismos tal como se muestra en los textos de Agustín de Hipona, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús o en el poema hindú del Bhagavad-gîtâ que identifican lo trascendente con Dios. Para ellos, este no es algo ajeno y superior jerárquicamente, sino que forma parte de nuestro propio ser. Teresa de Jesús dice que descubre a Dios en su intimidad, que esa presencia la ha liberado y que su vida quedaría desvirtuada sin el valor que ese absoluto le otorga. Obviamente, todo esto sólo tiene sentido para alguien que haya vivido esta experiencia. Sin embargo, dadas las dificultades para comunicarla, dichas personas son frecuentemente incomprendidas y criticadas por el resto.
El pensador ateo Comte-Sponville, entre otros, aunque reconoce esa trascendencia, no la identifica con un Dios personal. Afirma que “ser ateo no significa negar la existencia de lo absoluto sino (…) negar que el absoluto sea Dios”. Él cree que las religiones son uno de los modos de vivir la espiritualidad, la relación con lo trascendente.
Otras personas viven su experiencia como ‘religión de cumplimiento’, se comportan de acuerdo con las normas vigentes, repiten los credos que les han enseñado, realizan rituales más o menos folclóricos, siguen fielmente a sus pastores y no generan problemas al poder. Con ello dicen lograr cierto sosiego, una vida más llevadera y alguna espiritualidad o conseguir lo que ellos llaman ‘la salvación’. Todo esto implica que el hecho religioso se institucionaliza perdiendo su carácter genuino.
También hay quienes entienden la creencia en la divinidad como el fundamento de su esfuerzo por la justicia. Entre ellos, cabe recordar al mencionado Hans Küng quien afirma que la esencia del cristianismo es Jesucristo, ese que cuestiona “el orden legal vigente y se pone de parte de los oprimidos, irreligiosos, inmorales, impíos. Se trata de un Dios de los sin Dios, ¡una revolución por la que, finalmente, se dejó matar!”.
No podemos olvidar la fe en los dioses de la mitad de la población, las mujeres. Aunque en los libros fundacionales hay fragmentos a favor y en contra de su dignidad, las instituciones religiosas todavía estánmuy influidas por el patriarcado, hacen una lectura parcial de los textos, fomentan en las mujeres un deseo de permanecer relegadas y les cierran las puertas a la igualdad.
¿Qué decir, para terminar, de esas creencias religiosas que invitan o han invitado al odio, a la guerra, o a la minusvaloración de otras personas? Pensamos que pueden entenderse como resultado del uso torticero que algunos hacen de los mecanismos de nuestras mentes para conseguir sus propósitos.
Hasta aquí hemos apuntado ciertos modos de afrontar el fenómeno religioso que, siempre que no hagan daño a otros, pueden ser respetables, aunque no igualmente valiosos, ya que su rigor y profundidad son bien distintos.
Cabe pensar que hay diferentes formas de creer porque hay diferentes formas de vivir y que hay diferentes razones para creer porque también hay diferentes razones para vivir.