Para ver este sitio web deber tener activado JavaScript en tu navegador. Haz click aqui para ver como activar Javascript

“Esta contienda no se limita a las diferentes posiciones sobre determinada ley o medida gubernamental, se dirige a las raíces ideológicas profundas y a grandes consensos sociales que ahora se ponen en entredicho”

Polarización. Imagen de John Hain en Pixabay.

En el agitado debate político español se ha abierto paso en los últimos años el término guerra cultural, que aparece en intervenciones de dirigentes de partidos, titulares de prensa y tertulias audiovisuales. Pero, ¿qué significa ese concepto?, ¿es nuevo?, ¿de dónde viene?, ¿qué consecuencias puede traer? En este artículo intentaremos responder a algunos de esos interrogantes.

La noción de guerra cultural fue acuñada en Estados Unidos en 1991 por el sociólogo James Davison Hunter para referirse al conflicto ideológico entre progresistas y conservadores, dos bandos que, mucho más allá de etiquetas políticas y diferencias sociales o raciales, representan dos formas de ver el mundo. La guerra cultural incide en los asuntos que más polarizan a la sociedad. En el caso de Estados Unidos, el aborto, la tenencia de armas, la inmigración, la eutanasia, la homosexualidad, etcétera. Ideólogos como como Steve Bannon, asesor de Donald Trump, dicen que lo que está en juego es el alma de América.

Esta contienda no se limita a las diferentes posiciones sobre determinada ley o medida gubernamental, se dirige a las raíces ideológicas profundas y a grandes consensos sociales que ahora se ponen en entredicho. Cuestiona el vigente marco de valores tales como el feminismo, la defensa del medioambiente, la libertad de gais y lesbianas, los distintos tipos de familia, los contenidos de la enseñanza pública, etcétera. Se trata de una lucha por la “hegemonía cultural”, término acuñado por Gramsci, curiosamente, filósofo marxista. Quien logre la supremacía en ese terreno impondrá un marco ideológico del que derivarán la política, la economía y las relaciones sociales.

El concepto de guerra cultural de Hunter se refería en un primer momento a las corrientes ideológicas que aparecieron en Estados Unidos en los años 60, con un gran peso de la lucha por los derechos civiles, el pacifismo, la sociedad multicultural, la liberación de la mujer o el consumo de drogas. En la actualidad, y en especial con el programa radical defendido por Trump, la batalla contra esos valores se ha asumido sin complejos y se le ha añadido la descalificación de la prensa, de la ciencia y de pilares democráticos como la ordenada salida del poder cuando así lo han decidido las urnas.

Las guerras culturales han saltado fronteras. Lo acabamos de ver en Brasil, donde el bolsonarismo ha exacerbado las pasiones de quienes han terminado por asaltar las instituciones del Estado brasileño después de que Lula asumiera el poder. También a Europa, incluida España, donde existen sectores muy activos de la política y de los medios de comunicación que cuestionan valores hasta hace poco compartidos por una gran mayoría social. Es el caso del aborto, la violencia de género, la emigración, la Transición, el Estado autonómico, la pertenencia a la Europa unida o la monarquía. Algunos de esos viejos consensos están hoy en el centro de la batalla ideológica con un enorme grado de polarización.

En el caso español, además, se suman conflictos recurrentes (el independentismo, la memoria de la guerra civil y de la dictadura franquista, el peso de la Iglesia católica en la enseñanza) que crispan los debates políticos más allá de lo razonable. Aquí se da uno de los rasgos característicos de la guerra cultural de nuestro tiempo: la demonización del contrario, con el que no hay nada que acordar porque no se le reconoce ni legitimidad, ni competencia, ni sentido de Estado. Volviendo a Estados Unidos, puede comprobarse a diario cómo la cadena Fox presenta a los dirigentes demócratas como la encarnación del mal absoluto. Con ello la Fox crea un ambiente para una pretendida regeneración moral del país y de paso engorda su cuenta de resultados, pues esa crítica frontal a brochazos sube la audiencia.

En nuestro país hay políticos, medios de comunicación y activistas en las redes sociales que dan munición cada mañana a la batalla cultural. Son quienes llevan años clamando que España se rompe (aunque hasta ahora no hay indicios de que eso suceda), que está al borde de la catástrofe económica (cuando, pese a las innegables dificultades derivadas de las últimas crisis, los indicadores más fiables no pronostican la gran debacle), que la familia tradicional se desintegra o que la Navidad, tan amenazada como los toros o la caza, está a punto de desaparecer por el sistemático ataque de los comunistas antiespañoles a nuestras más acendradas tradiciones.

Ante el riesgo evidente de una polarización extrema de la sociedad, solo desde un espíritu de tolerancia, que no busque imponer una ideología aniquilando a la contraria, se podrá serenar el debate público y encontrar consensos que mantengan unos valores compartidos que hagan más sólida la democracia y más sosegadas nuestras vidas.

 Firmado: COLECTIVO PENSAMOS
No hay comentarios todavía

Los comentarios están cerrados