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En sus inicios, allá por la primera década del siglo XXI, las redes estaban impregnadas de un cierto espíritu de libertad. Un entorno donde cualquiera se podía expresar de forma libre y distribuirlo a través de distintos canales.

La aparición de las redes significó que la comunicación había dejado de ser unidireccional. Por primera vez en la historia, el “pueblo” era dueño de la voz y del altavoz.

Aquel aire de libertad era en parte porque lo que pasaba dentro de un determinado contexto se quedaba allí. Lo que pasa en Twitter se queda en Twitter. Desde que decidimos sacar de contexto opiniones vertidas a través de un canal y un contexto determinado para llevarlas a la vida real, nuestro vecino se ha convertido en rojo, nazi, facha, machista…

Según mi opinión, el punto de no retorno fue la Ley Mordaza (aquella que alguien prometió derogar). Judicializar lo que ocurre en Twitter ayudó y mucho a la polarización de la sociedad. Aquella libertad que presidía las redes en sus inicios se ha transformado en censura, vigilancia y castigo. Puritanismo en estado puro.

En este contexto y en un entorno tan sumamente superficial como son las redes sociales, donde todo funciona a golpe de titular, que alguien exprese su opinión sobre un determinado tema es motivo para catalogar a esa persona a nuestro gusto y conveniencia. Ya vimos el poder que tienen las etiquetas, las cuales son ideales para proyectar la imagen que queremos transmitir de una determinada persona.

El miedo a ser etiquetada hace que muchas personas prefieran autocensurarse, algo terrible para la libertad de expresión.

El miedo a ser etiquetada hace que muchas personas prefieran autocensurarse. Algo terrible para la libertad de expresión, porque cuando una persona deja de expresar su opinión por miedo a ser etiquetada, no solo se pierde esa opinión, también se impide el debate y el consiguiente razonamiento. En este sentido las redes son poco amigas de la libertad de expresión

Cada vez es más estrecho el espacio del que disponemos para algo tan abominable y antidemocrático como cambiar de opinión. En el momento que alguien hace público un matiz disonante con el dogma establecido a tenor de las etiquetas que se le presuponen, automáticamente será tachado de hereje.

Evidentemente su traición será jaleada con antiguas opiniones y publicaciones realizadas por el susodicho, el cual será quemado en el fuego inquisitorial de las redes sociales.

Tampoco los equidistantes salen muy bien parados, porque desde el momento en el que no te posicionas (muchas veces por no aguantar la turra de un majadero) ya eres sospechoso.

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