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Las redes son un magnífico escaparate para mostrarle a nuestra comunidad que somos dignos de pertenecer a ella

Las redes son ideales para señalar a personas disidentes con la opinión políticamente correcta de una determinada comunidad.

Aquel juguete concebido en la misma cuna del puritanismo que son las grandes universidades de la costa este se expandió a una velocidad pasmosa. Tuteladas moralmente por las principales cabeceras demócratas, las redes se convirtieron pronto en el mayor fenómeno de masas conocido por la humanidad.

Desde los altares que les confería lo políticamente correcto, aquellos mismos medios empezaron a dictar lo que está bien y lo que está mal. Una supremacía moral a través de la cual señalar, juzgar, condenar y castigar.

Las redes son un magnífico escaparate para mostrarle a nuestra comunidad que somos dignos de pertenecer a ella. Se trata de un concepto malditamente calvinista. Es por eso que en Holanda no hay cortinas, para ser examinado y juzgado por tus vecinos.

Conceptualmente, las redes, por estructura y algoritmos son un entorno perfecto para demostrar nuestra pureza. Un canal ideal para exaltar nuestro compromiso ante nuestra comunidad. Es por eso que son la mejor herramienta de control, censura y castigo que ha existido jamás.

Algo incuestionable es que las redes transforman nuestros hábitos, y lo primero que hicieron fue cambiar nuestra forma de comunicación. Las redes rompen barreras, y algo impensable antes de su irrupción, como que un ciudadano común pueda interactuar a tiempo real con un político, cantante o deportista, se hizo posible gracias a Twitter.

La disrupción fue tal que las leyes de la cortesía imperantes hasta el momento se volatilizaron por completo.

Otra de las consecuencias fue que empezamos a etiquetarlo todo, algo que además nos encanta. Empezamos valorando restaurantes y hoteles, los cuales perdieron de inmediato el control sobre la comunicación de sus establecimientos.

Más de dos décadas después, todos tenemos asumido que el prestigio de un producto, servicio o empresa está en manos de los usuarios. Somos nosotros los que a través de nuestras valoraciones y comentarios decidimos qué reputación merece cada cual. Se trata de un sistema muy cómodo y útil basado en la confianza que genera la autenticidad de las opiniones de personas anónimas.

El poder de la masa, un poder que nos encanta, y ante el cual, para bien o para mal, la opinión del propietario no tiene ningún valor. A medida que el sistema se impone, aparecen nuevas herramientas con las que seguir etiquetando. Productos, servicios, empresas… Hasta que lo hemos etiquetado todo. También a las personas.

Ahora que lo tenemos todo bien etiquetado, podemos determinar lo que es cada cual en virtud de dichas etiquetas. También de las personas. Progre, facha, rojo, nazi, feminista, machista, racista, nacionalista y una infinita serie de “istas” con las que hemos desvirtuado por completo el significado de las palabras, los conceptos.

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