“El incremento de la población, variable según los continentes, y los efectos del cambio climático que ya se aprecian indican que el siglo XXI vivirá desplazamientos humanos de dimensiones incalculables”
La población mundial llegó a los 8.000 millones de habitantes el pasado 15 de noviembre, según las proyecciones de Naciones Unidas. GERD ALTMANN/PIXABAY
La población mundial llegó a los 8.000 millones de habitantes el pasado 15 de noviembre, según las proyecciones de Naciones Unidas. Se trata de una aproximación teórica, pero realizada con métodos científicos. Si pensamos que en la década de los 60 la Tierra tenía 3.000 millones de personas, podríamos deducir que estamos ante un ascenso desbocado de la curva demográfica que no augura nada bueno para la humanidad.
Sin embargo, existen muchos matices al simple enunciado de esa cifra. Algunos parámetros invitan a cierto optimismo. Por ejemplo, el ritmo de crecimiento es cada vez más lento (por debajo del 1% en 2020), con lo que es previsible que se alcance el pico máximo de población de 10.800 millones hacia 2080.
Otra buena noticia es que el incremento de habitantes del planeta se produce también por el aumento global de la esperanza de vida y por el descenso de la mortalidad infantil. El trabajo de los médicos, la planificación familiar, las mejoras en la higiene, entre otros factores, han hecho que los países del tercer mundo hayan realizado grandes progresos en estos dos indicadores durante las últimas décadas. La esperanza de vida en el mundo era en 2019 de 72,8 años, una mejora de casi 9 años desde 1990. En España dicha expectativa, una de las más altas, se situaba en 2020 en 79,6 años para los hombres y en 85,1 para las mujeres.
La tasa de fertilidad en el mundo es muy desigual. En dos tercios del planeta, las mujeres tienen una media inferior a los 2,1 hijos, cifra que se considera el mínimo para mantener la población. Ahora bien, el incremento sigue siendo elevadísimo en países de África y de Asia. Ocho naciones (Egipto, Etiopía, India, Filipinas, Nigeria, Pakistán, República Democrática del Congo y Tanzania) originarán más de la mitad del aumentopoblacional de aquí a 2050. Los problemas de desigualdad y pobreza extrema que se pueden producir en esos países deberían ocupar un lugar prioritario en la agenda mundial de ayuda al desarrollo.
La pregunta clásica, que ya se planteó Thomas Malthus en 1798, es si el planeta tendrá recursos suficientes para alimentar y calentar a tantos seres humanos. Hoy en día, el debate del incremento poblacional no se plantea solo desde la perspectiva del agotamiento de los recursos alimenticios, sino también en relación con la capacidad de carga del planeta ante la presión de tal cantidad de personas.
Resulta significativo cómo la preocupación de los expertos se ha desplazado del agotamiento de recursos (combustibles fósiles, agua y alimentos) a problemas como el crecimiento de las emisiones de gas metano producido por los miles de millones de cabezas de ganado necesarias para alimentarnos, o la huella de carbono que dejarán nuestros nietos acostumbrados a estándares de consumo nunca vistos e insostenibles. Algunos científicos, al vincular el problema del calentamiento global con el crecimiento poblacional, señalan que las cuatro decisiones más importantes en el plano personal para frenar el cambio climático deberían ser: hacerse vegetariano, abandonar el coche, renunciar a los viajes aéreos y tener un hijo menos.
Desde el punto de vista de la demografía, no tienen los mismos problemas, por poner un ejemplo, Italia (población envejecida, baja tasa de natalidad, sociedad de consumo) que Nigeria (tasa de natalidad alta, economía preindustrial, inestabilidad política). Mientras en la vieja Europa se estimulan políticas de natalidad (incentivos a familias numerosas, ayudas fiscales a la maternidad, medidas para la conciliación laboral, entre otras), en países asiáticos o africanos se esfuerzan por poner fin a la llamada explosión demográfica con mejoras en la planificación familiar, que muchas veces chocan con las influencias religiosas en determinadas sociedades.
Por otra parte, respecto al cambio climático, el problema esencial no es que en Etiopía, Nigeria o Filipinas sean muchos, sino que el consumo de recursos es muy elevado en países ricos. Estados Unidos, con el 5% de la población mundial, produce la cuarta parte de las emisiones globales de CO2. Por lo tanto, no deberíamos considerar el crecimiento demográfico como el primer causante del calentamiento, pero es cierto que los seres humanos por el simple hecho de alimentarnos, vestirnos y movernos dejamos una huella ecológica.
El incremento de la población, variable según los continentes, y los efectos del cambio climático que ya se aprecian indican que el siglo XXI vivirá desplazamientos humanos de dimensiones incalculables. Es en la gestión de estas migraciones donde radica el gran reto que nos plantea vivir en un planeta con 8.000 millones de seres humanos.