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“En el mundo digital todo sucede en un presente que, aun cambiando constantemente, no tiene pasado ni futuro y, de ahí, nuestra actual pasión por las experiencias sucesivas y nuestra aversión hacia los compromisos permanentes”

La tecnología digital ha cambiado el modo de comunicarnos con los demás. RIBKHAN/PIXABAY

La tecnología digital, como todas las innovaciones que desarrolló la humanidad anteriormente (pólvora, imprenta…), no solo modifica el mundo en que vivimos, sino que, a la vez, nos transforma a nosotros mismos y tiene efectos positivos y negativos que dependen, en gran medida, del uso que se haga de ella.

Muchos comentan que hoy estamos entrando en una era posthumana, en la que la tecnología nos permite, por ejemplo, controlar desde nuestro móvil quién está en casa y qué hace o que el frigorífico nos diga qué tiene dentro, qué le falta y que él mismo haga el pedido al supermercado. Todo ello nos proporciona, por un lado, una vida cotidiana más cómoda, pero, por otro, nos aleja del mundo de las cosas reales y nos encierra en una burbuja digital.

La tecnología también nos modifica a nosotros mismos: algunos llevan un marcapasos, otros se sirven de implantes en el cerebro, y todos sentimos la necesidad de tener un apéndice de la mano que es un ordenador portátil (smartphone) al que, abreviadamente, llamamos móvil.

Centraremos nuestra reflexión en este aparato porque ha producido en nosotros una importante transformación. Tenemos la sensación de que nos hace la vida más sencilla por su inmediatez en la comunicación oral, escrita y de imágenes, y porque nos deja acceder instantáneamente a cualquier información. Esto significa que, del mismo modo que las llamadas telefónicas (cuando estas se hicieron muy baratas o gratuitas) reemplazaron a aquellas cartas en las que escribíamos con cuidado nuestros pensamientos y emociones, hoy estamos sustituyendo las conversaciones telefónicas por breves mensajes de WhatsApp que, aunque son muy rápidos, nos alejan de la complejidad de las verdaderas relaciones personales.

Esta tecnología nos faculta tanto para obtener la información que los algoritmos nos quieren comunicar de modo inmediato y global como para generar la nuestra. Recibimos hoy instantáneamente en nuestro móvil las novedades que antes solo podíamos leer en el periódico cada mañana y tenemos, además, amigos digitales en el planeta que, a través de Twitter, Instagram u otras redes, nos comparten lo que creen interesante. Podemos, asimismo, reaccionar a la información recibida mediante comentarios o likes y publicar la que nosotros mismos queramos revelar. Esto nos hace no solo receptores pasivos sino actores de la misma.

Hasta aquí todo parece excelente, pero estas innovaciones plantean, al menos, tres graves problemas. Sucede, en primer lugar, que muchas noticias que circulan por la red son irrelevantes, sesgadas o falaces, aunque técnicamente bien construidas, y es preciso desarrollar cierta astucia para reconocer sus fallos. Nos ocurre, en segundo lugar, que, para obtener dicha información, se nos solicitan detalles personales que solemos proporcionar sin ser conscientes de que, con ello, pasamos de ser consumidores a ser consumidos. Estos contenidos, en tercer lugar, nos abruman por la ingente cantidad que entra en nuestros receptores, porque no somos capaces de organizarlos ni de criticarlos y porque, consecuentemente, no nos ayudan a entender nuestro mundo.

La tecnología digital permite participar en múltiples juegos, realizar actividades (de trabajo o estudio) de un modo más lúdico y construir digitalmente hiperrealidades. Eso implica que vamos perdiendo la conciencia de la materialidad en que vivimos y que dejamos de ser personas que transforman el mundo con las manos y con el cerebro para convertirnos, poco a poco, en seres impersonales (avatares) que son más fáciles de controlar puesto que se pueden hacer adictos y conformarse con panen et circenses.

De todo lo dicho se desprenden las muchas ventajas y desventajas de estos cambios. Nos permiten, por un lado, desenvolvernos en la vida cotidiana con menor esfuerzo y casi como si fuera un juego. Por otro lado, sin embargo, nos dejan aislados de las cosas y personas reales (ya no tratamos con ellas directamente sino a través del lenguaje digital), nos vuelven egocéntricos (importancia de los selfis y de los likes para nuestra autoestima) y nos hacen sentirnos atemporales. En el mundo digital todo sucede en un presente que, aun cambiando constantemente, no tiene pasado ni futuro y, de ahí, nuestra actual pasión por las experiencias sucesivas y nuestra aversión hacia los compromisos permanentes.

Afrontar todas estas modificaciones exige desarrollar un espíritu crítico que nos permita utilizar las nuevas tecnologías sin perder cierto margen de libertad en contacto con las cosas y con las personas reales.

Firmado: COLECTIVO PENSAMOS (pensamos6@gmail.com)
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