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LUIS PERALES | “Una candidatura olímpica no es el resultado de situar pruebas deportivas en un mapa. La distribución territorial debe de ser el resultado de otros análisis que, partiendo de lo existente y de lo necesario, se fijen en qué es lo que se quiere tener el día después de los Juegos cuando se marchen los atletas, se apaguen los focos y se haga el silencio”

Vista del Pirineo desde la estación de Candanchú. ARCHIVO

Allá por el mes de enero, escribí un artículo en Heraldo de Aragón que iniciaba así: Esperar que los Juegos Olímpicos puedan cambiar fundamentalmente un país, su sistema político o sus leyes, es una expectativa completamente exagerada. Los Juegos Olímpicos no pueden resolver problemas que generaciones de políticos no han resuelto. Son palabras de Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional tras el incidente con la tenista china Peng Shuai y sus consecuencias en el ámbito de las relaciones internacionales meses antes de los Juegos de Pekín 2022.

El anuncio de la paralización definitiva del proyecto español para 2030 viene a confirmarlo. Jamás un proyecto olímpico ha estado tan politizado y tan mediatizado como este pese a las argumentaciones técnicas que unos y otros han explotado hasta la saciedad.

Durante meses, día sí, día también, hemos sido testigos de cómo la construcción del sueño olímpico pirenaico se llevaba a cabo a golpe de tweet, de titular de prensa interesado o de declaraciones de radio grandilocuentes. Mientras tanto, fuera de nuestras fronteras proyectos de Japón y Estados Unidos llevan años trabajando discretamente de la mano del propio Comité Olímpico Internacional y de las ocho Federaciones Internacionales presentes en el Programa de los Juegos. Desde hace meses también Canadá.

He tenido el privilegio de participar en seis candidaturas olímpicas españolas, varias de ellas de invierno, pero no en esta última. Fruto de ello, creo tener una visión de dónde están los puntos fuertes y dónde los débiles de los posibles proyectos olímpicos españoles.

No conozco más que por la prensa y por algunas conversaciones privadas cómo eran los modelos previstos y cómo se llegaban a ellos. Por ello no voy a lanzarme a un análisis que probablemente no sería ni completo ni objetivo.

En cualquier caso, y en lo que respecta a Aragón, creo que posee abundantes argumentos técnicos para acoger unos Juegos, aunque probablemente no sean suficientes. Dejando de lado las infraestructuras deportivas complicadas (trampolines de saltos y pista combinada de bobsleigh y luge), Aragón dispone de algunas potenciales ubicaciones de montaña que expertos de Federaciones Internacionales ya juzgaron como excelentes. Sorprendentemente, ninguna de ellas ha aparecido en las informaciones públicas de los últimos meses y no sé si, ni siquiera, se habrá valorado su idoneidad. Las infraestructuras deportivas de los deportes de hielo dependen menos de las condiciones naturales y pueden garantizarse, no siempre fácilmente, en entornos urbanos.

Pero una candidatura olímpica no es el resultado de situar pruebas deportivas en un mapa. La distribución territorial debe de ser el resultado de otros análisis que, partiendo de lo existente y de lo necesario, se fijen en qué es lo que se quiere tener el día después de los Juegos cuando se marchen los atletas, se apaguen los focos y se haga el silencio. Esta construcción del modelo requiere de un trabajo de mucho tiempo por parte de infinidad de profesionales que conozcan de primera mano tanto el mundo del deporte, como el ámbito olímpico, las organizaciones efímeras y la realidad política, social y económica del territorio. Tal y como comentaba estos días con otro profesional con experiencia …un trabajo constante y silencioso que aparte el protagonismo de los egos…”

Durante largos meses, sólo se han escuchado ideas acerca de dónde ubicar tal o cuál prueba o cuántos atletas allí y cuántos aquí. Sólo ha faltado algo mucho más olímpico como es cuántas medallas se reparten allí y cuántas aquí. Lo que se conoce como el medallero.

Cualquiera que haya participado en una Comisión de Evaluación olímpica sabe de la seriedad con la que trabajan. Es cierto que el nuevo sistema de selección no es el mismo, pero no me cabe la menor duda que la severidad y la rigurosidad seguirán presidiendo esas reuniones en las que se requieren respuestas concretas, verídicas, adecuadas y convincentes.

Una de las frases que más me impactó de uno de los mayores artífices del éxito olímpico de Barcelona 92 es que en unos Juegos “además de todo, hay deporte”. Evidentemente, el deporte es el alma y lo que da sentido a los Juegos, pero la organización de tantos mundiales simultáneos, en tan corto espacio de tiempo, concentrados en un mismo territorio y con tanta carga mediática exige de un excelente diseño, una incontestable planificación y una óptima ejecución. Dejando de lado, obviamente, la ejecución, serán ese diseño y esa planificación los que servirán de base al Comité Olímpico Internacional para tomar la decisión de a quién otorgar el privilegio de organizar unos Juegos.

Obviamente, todo ello va a estar condicionado por la situación política, económica y social del país que quiera organizar los Juegos. Para acogerlos, la confianza y la seguridad que ha de percibir el Comité Olímpico Internacional ha de ser absoluta. Algunos de los fiascos organizativos previos, así como catástrofes tipo la crisis del COVID exigen que los anfitriones no siembren ningún tipo de duda que pueda comprometer el éxito del acontecimiento.

Toda la información que se ha venido generando en torno a este proyecto ha llegado en tiempo real a la sede del COI y me temo que no para bien. Por otro lado, no creo que las consecuencias en el ámbito nacional sean fáciles de reconducir y los futuros proyectos que puedan surgir ya no partirán de la misma casilla de salida.

Mucha gente ha creído durante este proceso que presentar la candidatura era sinónimo de éxito. Particularmente pienso que no era así. Sin embargo, siempre he defendido que el mero hecho de intentarlo, si se hace bien, puede ser muy beneficioso. En una época de crisis general, necesitamos proyectos dinamizadores que favorezcan la creación de ilusiones colectivas que puedan convertirse en corrientes motivadoras. Proyectos de esta naturaleza enorgullecen a los ciudadanos y colaboran en la recuperación del orgullo propio.

Son una oportunidad real para asegurar el desarrollo a largo plazo de las regiones que los promueven facilitando un crecimiento sostenible y creando oportunidades para la juventud.

En ecosistemas frágiles, como lo es la montaña, el desarrollo tarde o temprano llegará. Las comunicaciones y los transportes los acercan cada vez más a las grandes urbes y la presión turística será imparable. Es responsabilidad de las administraciones garantizar que ese desarrollo sea sostenible porque si no llegarán otros y lo harán con otro tipo de criterios. Ya conocemos muchas de las consecuencias.

Firmado: LUIS PERALES NAVAS. Junio 2022.


Luis Perales Navas posee una amplia experiencia en la puesta en marcha y gestión de proyectos estratégicos vinculados a territorios. Durante su carrera profesional ha formado parte de los equipos que dirigieron seis candidaturas olímpicas españolas (tres de ellas aragonesas), pusieron en marcha Aramón, planificaron y operaron la Expo 2008 de Zaragoza y organizaron los Juegos del Mediterráneo de Tarragona 2018, entre otros.

Es un convencido del efecto acelerador que tienen los proyectos que generan ilusión en los ciudadanos.

Con fuerte vinculación personal con Jaca y el Pirineo, cree firmemente en sus posibilidades y en la necesidad de reivindicar el atractivo de la montaña mediante una estrategia integral que logre equilibrar el crecimiento con su esencia, su protección y la sostenibilidad.

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