“El valor del voto es igual para todos los españoles, para los monárquicos, para los republicanos, para los independentistas y para los antisistema. Es así como cambian los sistemas políticos en los países democráticos”
El derecho al voto universal es la base de las democracias modernas. POLIGRÁFICAS/PIXABAY
(Réplica al artículo de opinión publicado el pasado viernes, 27 de mayo, en “Tribuna abierta” y firmado por Luciano Ibáñez Dobon).
La lectura de un artículo de opinión titulado “Democracia prostituida” cuando menos produce alarma y el autor lo sabe. Por eso rápidamente aclara que el adjetivo se refiere a la segunda acepción de la RAE según la cual prostituir significa deshonrar o degradar algo, pero omite la definición completa de la RAE: Deshonrar o degradar algo o a alguien abusando con bajeza de ellos para obtener un beneficio. Hay una ligera diferencia, no empezamos bien.
Generar alarma es lo que la sociedad actual menos necesita en estos tiempos tan convulsos que nos está tocando vivir. El 90,4% de los españoles –según el CIS– está harto de la crispación política existente. No echemos más leña al fuego. La reflexión sobre los orígenes de la democracia nos lleva a esa Grecia antigua cuya estructura social nada tiene que ver con el mundo que ahora vivimos. También tuvieron una democracia imperfecta, en la que apenas votaba el 10% de los ciudadanos (por supuesto, excluidas las mujeres) pero abrieron el baúl de los truenos al admitir que la soberanía de un país residía en el pueblo. Otro asunto es el proceso por el cual el poder del pueblo se traslada a nuestros representantes. Desde el momento en que el derecho al voto se hace universal, desde el momento en que se reconoce que todos somos iguales, que prevalece el “un hombre un voto”, ya no podemos discriminar ni por razón de religión, ni ideología, ni color de piel, ni género. El valor del voto es igual para todos los españoles, para los monárquicos, para los republicanos, para los independentistas y para los antisistema. Es así como cambian los sistemas políticos en los países democráticos.
La ley D’Hont utilizada en nuestro país para asignar los diputados a cada formación política en función de los votos obtenidos también es imperfecta. No se exigen los mismos votos para obtener un diputado en Soria que en Madrid. Tal vez sea el método menos malo, apoyado en una cierta proporcionalidad.
Conviene saber que según el Índice de Democracia (Democracy Index es una clasificación hecha por la Unidad de Inteligencia de The Economist que pretende determinar el estado de la democracia en 167 países, excluyendo pequeños países) que basa sus estudios en 60 indicadores, solamente se considera que tienen una plena democracia 21 países y otros 53 tienen democracias deficientes. A estos 74 países les corresponde el 45% de la población mundial. España está en el grupo de los demócratas frente a los regímenes híbridos o netamente autoritarios. Las democracias plenas y deficientes se sitúan mayoritariamente en Europa, Oceanía y el continente americano. Estamos de enhorabuena. Le recomiendo al autor el artículo de los profesores Jesús de Miguel y Santiago Martínez-Dordella titulado Nuevo índice de democracia y publicado en la Revista Española de Investigaciones Sociológicas (REIS) n.º 146, abril-junio 2014, pgs.93-138 donde podrá encontrar datos y referencias sobre el estado de nuestra democracia.
A lo largo de mi vida y ante situaciones no deseadas he aprendido a denunciar lo malo y a proponer una solución. Sólo así tu crítica gana poder, gana valor. El autor del citado artículo denuncia una situación real, no deseada, consecuencia del sistema electoral que tenemos en España. Pero echo en falta una propuesta que, con todas las garantías democráticas exigibles, mejore la situación actual. Si miramos a nuestro alrededor, si observamos los sistemas democráticos considerados excelentes, vemos que también son imperfectos: en unos no se ven representadas las minorías, en otros se sobrevaloran los partidos mayoritarios, en otros se desprecian miles de votos a favor del partido más votado.
La suerte de los países democráticos es que podemos cambiar en las urnas el sistema y la forma de elegir a nuestros representantes. Tenemos una democracia mejorable, imperfecta, pero no tiremos por tierra lo que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir.