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“Intereses de tipo económico alimentaban la guerra fría entre los bloques occidental y oriental, configurando un escenario de fondo que no favoreció la forma de hacer la descolonización del territorio del Sahara”

Una mujer porta la bandera del Sahara Occidental. SE

Han transcurrido 46 años desde aquel 28 de febrero de 1976 en que España se apresuraba a cumplir con las formalidades propias de la entrega de la Administración del Sahara a Marruecos y Mauritania. Intereses de tipo económico como los fosfatos y el banco pesquero, o estratégicos como la pretendida salida al Atlántico desde Argelia, alimentaban la guerra fría entre los bloques occidental y oriental, configurando un escenario de fondo que no favoreció la forma de hacer la descolonización del territorio del Sahara. Hoy, con la serenidad que da el paso del tiempo y analizado retrospectivamente las circunstancias de aquellos momentos, es entendible “por qué se hizo así”.

Desde tiempo atrás, varias resoluciones de la ONU reconociendo el derecho de los territorios no autónomos a su libre determinación, presionaban a España para que en aplicación del citado derecho descolonizase el territorio. España siempre argumentó que el pueblo saharaui no estaba preparado para ejercer su derecho a la libre determinación y tratando de dilatar su presencia en el Sahara, a su condición de Protectorado añadió la categoría de provincia 53. Sin embargo, la ONU en su carrera descolonizadora insistía con una nueva resolución: “La falta de preparación en el orden político, económico, social o educativo no deberá servir de pretexto para retrasar la independencia”; así rezaba la Resolución 1514 de la ONU del 14/12/1960.

La manifestación de Hatarrambla (Aiún) del año 1970, con varios muertos, y la aparición formal en el año 1973 de una organización armada conocida como Polisario, fueron motivos para que España preparase la descolonización. La presencia del Polisario reivindicando la independencia del territorio, que apareció en el escenario político con carácter excluyente de cualquier otra opción, contaba con el apoyo descarado de Argelia. El Polisario no representaba a todo el pueblo saharaui; sus filas se nutrían principalmente de argelinos, mauritanos y marroquís, de tal forma que el idioma francés empleado por todos ellos delataba la complicidad de la ex colonia francesa Argelia, que recién conseguida su independencia, le interesaba una salida estratégica al Atlántico, que además de evitar la expansión de Marruecos hacia el sur, consolidaría para el bloque oriental, junto con Libia, el eje Mediterráneo-Atlántico.

Durante los años 1974 y 1975 se sucedieron una serie de incidentes con los que el Polisario, utilizando la dialéctica de las pistolas, intentaba estar presente en el ambiente para reclamar su posición como interlocutor frente a la descolonización. Llevó a cabo acciones contundentes, tales como el secuestro de las patrullas Pedro y Domingo de la Agrupación de Tropas Nómadas, con el triste desenlace de la muerte del soldado Ángel Moral y el cautiverio en Argelia del resto de sus componentes.

Estas acciones tuvieron un marcado efecto propagandístico, pues la representación de la ONU que visitó el Sahara en la primavera del año 1975 con vistas al referéndum, se desplazó también a Argelia a visitar los prisioneros de las patrullas secuestradas, lo cual supuso de hecho un reconocimiento del Polisario como único representante del pueblo. El otro sector de la población, el más acomodado, el que la ONU no tomó en consideración, viendo peligrar sus intereses ante la próxima salida de España, se decantó ambiguamente por Marruecos.

Para neutralizar la carrera ascendente del Polisario y materializar su presencia como interlocutor en el proceso de descolonización, Marruecos lanzó al escenario de la colonia activistas de poca monta y nulo éxito, antiguos combatientes del Frente de Liberación del Sahara (FLS), creando así un clima de confusión con el Polisario. Su dimensión en el plano político se plasmó en un partido político, que con las siglas PUNS aglutinaba ese sector conservador o más acomodado de la población, que se dedicaba al comercio, dominaba las instituciones tradicionales y eran partidarios de Marruecos. De clara tendencia neocolonialista, fue creado por España a modo de experimento cuando aún no existían los partidos políticos, teniendo un triste y corto recorrido. Su presidente Jalijena, incapaz de soportar las amenazas y enfrentamientos con el Polisario, huyó a Marruecos, no sin antes haber vaciado la caja del partido.

En contestación a las Resoluciones de la Asamblea de la ONU y a las presiones del Polisario, España anunció la descolonización del territorio en el verano del año 1974 mediante el otorgamiento de un estatuto que nunca llegó a negociarse y la celebración de un referéndum.

El año 1975 fue un año convulso. Lo que no se quiso o pudo hacer en muchos años, se intentaba hacer en esas fechas. En marzo de este mismo año, el Jefe del Estado español llama a consulta en el Palacio del Pardo a los diputados por el Sahara en las Cortes, máximos representantes del territorio, entre los cuales se encuentra Hatri Said Yumani, presidente de la Yemaf o Asamblea del Sahara. A la pregunta de si estarían dispuestos a cooperar activamente con el Ejército español en el supuesto de que se produjera una agresión por Marruecos al territorio, el Hatri, como así se le designaba habitualmente, contesta en nombre de todo el grupo de forma tajante: “No general, los saharauis no solemos disparar contra nuestros hermanos y los marroquís lo son”, frase hecha que no tiene credibilidad alguna pues este pueblo es guerrero por naturaleza. No obstante, de esta contestación se desprende el interés pro marroquí de un sector de la población.

En mayo de este agitado año 1975, una misión de la ONU visita el territorio con vistas a la descolonización y sorprendentemente el pueblo se manifiesta exhibiendo banderas del Polisario y pancartas alusivas a su independencia y contrarias a España en actitud desconsiderada para la Metrópoli. Los enviados de la ONU refrendaron la petición de independencia que pedía un sector de la población.

Una respuesta del Tribunal Internacional de la Haya a la consulta de la Asamblea de la ONU, opinaba que el Sahara en el momento de su colonización por España en 1885 no era un territorio sin dueño, aunque se reconocían ciertos vínculos jurídicos entre el Sultán de Marruecos y algunas tribus del Norte del Territorio, pero de ninguna manera su soberanía. Marruecos pidió la anulación del referéndum que España había preparado mediante la elaboración de un meticuloso censo. De haberse celebrado el referéndum podía haber sido el comienzo de la andadura a la libre determinación.

Confundiendo vínculos jurídicos con soberanía, Marruecos esgrime su derecho al espacio que España quiere dejar. Más tarde –noviembre de 1975– invade pacíficamente el territorio con 350.000 personas, en una escenificación conocida internacionalmente con el título de Marcha Verde.

La presión que supuso para España la Marcha Verde, llevó a los tripartitos Acuerdos de Madrid –hispano-marroquí-mauritano– por los que se comprometía a poner fin a su presencia el 28 de febrero de 1976. El derecho que el pueblo saharaui tenía a ejercer su libre determinación desaparece de la escena. Un día antes, en un lejano lugar del desierto se proclamaba la República Árabe Saharaui Democrática, teniendo como fondo el sonido de los Kalasnikov AK 47 y comenzaba una guerra de quince años, hasta 1991 en que se firmaría un alto el fuego. Previamente, la Asamblea de Notables, había manifestado su adhesión a Marruecos y Mauritania. Su presidente Hatri Said Yumani, máximo representante del Sahara, con motivo de un viaje de regreso al Sahara desde Madrid, a donde había acudido por su condición de procurador en Cortes, conversó con el Sultán de Marruecos rindiéndole pleitesía en nombre de las tribus del Sahara.

Finalmente, una situación política en la Metrópoli que estaba más pendiente de la temporada de cambios que se avecinaban, pues el régimen imperante agonizaba y no se podían distraer esfuerzos, fue el determinante de la transferencia de la administración, que no la soberanía, a Marruecos y Mauritania, pues España no estaba legitimada para ostentarla. Argelia se retiró del reparto y a Mauritania la expulsó el Polisario tras unos feroces combates.

La suspensión del referéndum, la ambigüedad de la población y sus representantes, el temor de España a un desenlace bélico y los continuos hostigamientos a nuestras fuerzas por parte del Polisario, son circunstancias determinantes para que se reconsidere el estatuto de la prevista Autonomía, que un año antes se había otorgado, y que nunca llega a ser sancionado, quedando el territorio en la misma situación anterior, es decir territorio no autónomo administrado por España. No fue posible la autonomía en la que España puso tanto empeño para salir airosamente protegiendo sus intereses, a la par que los del pueblo saharaui. No se celebró el referéndum de autodeterminación, y la confusión y la incertidumbre que se produjo en la población les obligó a tomar partido a favor del Polisario, el cual aprovechó esta situación, una vez más, para arrogarse la representación del pueblo.

Los sucesivos gobiernos de la democracia han amparado su política en la carta que el gobierno español del momento remitió a las Naciones Unidas el 26 de febrero de 1976 en la que renunciaba a toda responsabilidad sobre el territorio y afirmaba que la descolonización culminaría cuando la opinión de la población se haya “expresado válidamente” y para lo que España se comprometió a participar en la solución del asunto, cuando la ONU y el derecho internacional lo impongan.

A estas fechas, y hace escasos días, el asunto, sin resolver, vuelve a estar en primera portada con toda la oposición del Congreso, excepto el PSOE. No habrá autodeterminación ni independencia, pero mientras Marruecos esté ocupado con el tema del Sahara, Ceuta y Melilla tendrán una temporada de felicidad placentera.

Firmado: LUIS ALONSO MAYOR
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