JORDI DÍAZ (CSIC) | “La detección sísmica de la deformación del terreno producida por el segundo paso de las ondas acústicas es un hecho excepcional, que pone de manifiesto la gran energía de la explosión”
Erupción submarina cerca de la isla de Tonga, en el Pacífico. CSIC
El sismógrafo del Laboratorio Subterráneo de Canfranc (LSC), situado a 17.000 km de Tonga, registró la llegada de ondas acústicas de la violenta explosión del volcán submarino que provocó un tsunami en el Pacífico el pasado sábado, según ha informado el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Los datos obtenidos por el sensor sísmico instalado en el centro ubicado en el túnel de Somport, gestionado mediante un convenio de colaboración por el instituto GEO3BCN del CSIC, mostraron la llegada de ondas sísmicas tan solo 20 minutos después de la explosión, que viajaron a unos 8 km por segundo. Unas 16 horas más tarde se produjo la llegada de la primera onda de presión, que provocó una deformación en el sismómetro.
“Analizando en más detalles los datos, se pueden identificar la llegada de dos señales acústicas”, explica el sismólogo Jordi Díaz, en el informe que ha hecho público el CSIC. “La primera onda, después de viajar siguiendo el trayecto más corto entre Tonga y los Pirineos, llegó a la estación sísmica cerca de las 20:00 horas UTC [el volcán entró en erupción a las 4:00 horas UTC]” y “unas cuatro horas después, se registró la llegada de la onda acústica que había recorrido el globo en dirección contraria, siguiendo un trayecto más largo”, precisa.
Díaz relata que, si bien las señales pueden identificarse en las tres componentes de los registros sísmicos, su reconocimiento es más claro en la componente orientada Norte-Sur, ya que las ondas llegan a los Pirineos en esta dirección.
“El punto de mayor interés de los datos obtenidos en el Laboratorio Subterráneo de Canfranc –añade– es que permiten identificar la deformación del suelo producida por el segundo paso, unas 36 horas más tarde, de las ondas de presión, que alcanzaron los Pirineos después de haber circunvalado nuevamente la Tierra y viajando un total de 57.000 km, siendo aún capaces de generar una señal claramente perceptible”.
El sismólogo del CSIC aclara que, al producirse terremotos de gran magnitud, las ondas superficiales generadas circunvalan el planeta, tardando unas tres horas y media en cada vuelta. “Es relativamente habitual detectar dos o tres de estos pasos en sensores sísmicos situados en zonas con poco ruido de ambiente. Sin embargo, la detección sísmica de la deformación del terreno producida por el segundo paso de las ondas acústicas es un hecho excepcional, que pone de manifiesto la gran energía de la explosión”, afirma.
Un volcán en las antípodas
El volcán submarino Hunga-Tonga-Hunga-Ha’apai entró en erupción el pasado 15 de enero, hacia las 4:00 horas (UTC) provocando un tsunami en el océano Pacífico, una pluma volcánica de cerca de 30 km de altura y una fuerte explosión, cuya energía ha sido estimada por la NASA en unos 10 megatones, unas 500 veces mayor que la bomba nuclear explosionada en Hiroshima durante la Segunda Guerra Mundial.
La variación de la presión atmosférica generada por esta explosión se propagó por todo el planeta, desplazándose como una onda de choque, con una velocidad cercana a los 1.100 km/h. Esta onda fue detectada por diversos tipos de sensores, tales como los barómetros integrados en estaciones meteorológicas, sensores de infrasonido o estaciones geodésicas. Las variaciones de presión al paso de la onda oscilaron en general entre 1 y 8 milibares, según indica Jordi Díaz en su informe.
La súbita variación de presión producida a la llegada de esta onda causó variaciones del nivel del mar en muchos lugares del planeta, incluyendo localidades de las costas de Valencia y Baleares, llegando a producir variaciones de 50 cm de altura.
“La deformación del suelo producida por la variación de la presión asociada puede ser detectada también por sensores sísmicos, cuyo objetivo principal es el registro de las ondas sísmicas generadas por terremotos”, puntualiza el investigador, que asegura que los datos obtenidos por el sensor sísmico instalado en el Laboratorio Subterráneo de Canfranc “muestran un ejemplo de especial interés de este tipo de registros”, ya que esta estación sísmica se encuentra a unos 17.000 km del volcán, relativamente cerca de su punto antipodal, situado en el sur de Argelia.