Para ver este sitio web deber tener activado JavaScript en tu navegador. Haz click aqui para ver como activar Javascript

San Juan de la Peña en las noticias de El Pirineo Aragonés es el título de la conferencia que pronunció el director del periódico, José Ventura Chavarría Casado, para cerrar las XVI Jornadas de Estudio sobre el entorno pinatense, organizadas por la Real Hermandad de San Juan de la Peña. La conferencia, que se reproduce en su integridad, con la galería de fotografías que se proyectaron en el acto, tuvo lugar el pasado 18 de septiembre en el Casino Unión Jaquesa.

Fotografía del claustro del monasterio viejo realizada por Santiago Ramón y Cajal en 1878. Es una de las fotografías más antiguas que se conocen de San Juan de la Peña.

El próximo 23 de abril, Día de Aragón y festividad de san Jorge, El Pirineo Aragonés cumplirá 140 años. El que es el decano de la prensa aragonesa, fundado en 1882 por Carlos Quintilla Bandrés, alcanza ya su cuarta generación dedicada al periodismo y las artes gráficas en Jaca y su comarca. Es, sin duda, una rara avis dentro del panorama de la edición de prensa en nuestro país, en unos tiempos de incertidumbre por la crisis que atraviesa la industria periodística y el momento de transformación que viven los medios de comunicación en la nueva era digital.

El interés de El Pirineo Aragonés por San Juan de la Peña es claro y evidente desde su fundación y ha estado presente en todas las etapas del periódico, abarcando incluso a su predecesor, el Eco del Pirineo Central, donde aparece publicada la primera noticia que se conserva en nuestros archivos, en la que se hace referencia a la romería a San Juan de la Peña que iba a celebrarse coincidiendo con el Domingo de Pascua de 1881. Este sentimiento y querencia hacia San Juan de la Peña, adquirió desde el principio la categoría de compromiso y se ha ido heredando hasta nuestros días, como puede comprobarse en los centenares de noticias y referencias –posiblemente miles– que existen en nuestra hemeroteca dedicadas a todo lo relacionado con la historia, el paisaje y la actividad pinatense.

Coincidirán conmigo que tratar de ordenar, resumir y sintetizar siquiera una parte de este ingente material es un trabajo no solo laborioso, sino también complejo, ya que cuanto más tratas de profundizar en los contenidos que han ido apareciendo en estos casi 140 años de vida del periódico, se van abriendo nuevas ventanas que, como un juego de muñecas rusas, convierten a esta tarea en un reto prácticamente inabarcable.

Las noticias publicadas sobre San Juan de la Peña en todo este tiempo son de toda clase y naturaleza, desde pequeños sueltos que hablan de la evolución de las restauraciones de los monasterios o de las obras de las carreteras por Bernués y Santa Cruz de la Serós, las romerías, las celebraciones de la Real Hermandad y un largo etcétera, hasta reportajes y artículos de fondo, muchos de ellos de gran interés y que han servido como base y documentación para la elaboración de libros de referencia, tesis doctorales y numerosos trabajos académicos. Destacan también diversos monográficos, auténticos seriales, que se han ido editando en las diferentes etapas del semanario, y a los que se dedicaron espacios preferentes, ocupando en muchos casos la portada y las principales páginas del periódico.

Es el caso de la serie de tres artículos, que se editaron entre noviembre de 1881 y febrero de 1882, todavía bajo la cabecera del Eco del Pirineo Central, que son fundamentales para entender el lento, pero, al final, afortunado proceso que ha vivido el conjunto monástico de San Juan de la Peña desde la Desamortización de Mendizábal y exclaustración de la comunidad benedictina de 1835 hasta nuestros días.

Uno de los tres artículos publicados en la portada del Eco del Pirineo Central entre noviembre de 1881 y febrero de 1882. EL PIRINEO ARAGONÉS

El primero de los reportajes empieza ya hablando del “desconsuelo” que produce ver el estado en el que se encuentran “los sagrados lugares del real monasterio de San Juan de la Peña, debido a la situación triste y lamentable que presentan sus ruinas”, manifestando de manera clara una preocupación, de “abatimiento”, ante un futuro que en aquel momento se vislumbraba como “funesto”, ante la falta de iniciativas que permitieran “conservar” y, no tanto, “restaurar aquellas preciosidades histórico-artísticas”.

“A grandes rasgos y como la índole de este semanario nos consiente, trazaremos las vicisitudes por las que ha atravesado el histórico monasterio desde que se lanzaron los monjes a consecuencia de la supresión de las comunidades religiosas llevada a cabo en el año 1835, y su exposición vendrá a confirmarnos los tristes presentimientos que abrigamos respecto de su suerte futura”, se puede leer en uno de los párrafos de esta serie de artículos en los que se reivindica, entre otras cosas, una actuación conservadora similar a las realizadas en otros reales sitios como Covadonga y El Escorial, y que pasaba, entre otras iniciativas, por el regreso y restablecimiento de la comunidad benedictina, uno de los objetivos que desde su creación en 1950 siempre ha perseguido la Real Hermandad de San Juan de la Peña.

Estos reportajes, al igual que los publicados entre abril y julio de 1896, por Mario de la Sala en ocho entregas prácticamente consecutivas, serían suficientes para llenar de contenido esta conferencia y merecerían ser objeto de ser reproducidos íntegramente en alguna publicación especializada. En cualquier caso, están disponibles en nuestra hemeroteca, a la que los suscriptores pueden acceder a través de la página web del periódico.

Ante la imposibilidad de abarcar en el tiempo de esta intervención casi siglo y medio de la historia pinatense, lo mejor será detenerse, con mayor o menor profundidad, en algunos de los episodios y momentos más relevantes de ese periodo y que han tenido reflejo en las páginas del periódico. Aparte de esta introducción, cabría hablar de los viajeros románticos que desde mediados hasta finales del siglo XIX mostraron interés por el viejo monasterio, así como de las diferentes restauraciones que se fueron proyectando en los dos edificios monásticos, la construcción de las carreteras de acceso, las grandes e ilustres visitas que se han producido desde aquella primera de Alfonso XIII en 1903, la historia de la Real Hermandad y las dos veces en las que el Santo Grial ha recalado en San Juan de la Peña desde su definitiva salida en la Edad Media, para finalizar con algunas notas y apuntes curiosos que fueron recogidos por la publicación en distintos momentos.

Pero antes de avanzar, es imprescindible reconocer que gran parte del mérito de este trabajo, que ustedes valorarán al final si ha merecido la pena, hay que atribuírselo a Juan Lacasa Lacasa que, entre sus muchas facetas: alcalde, empresario, miembro fundador de la Real Hermandad, etc., fue un estrecho colaborador de El Pirineo Aragonés y un gran “activista” y defensor de San Juan de la Peña. Gracias a su paciente labor, realizada durante años, domingo a domingo, para clasificar y catalogar las noticias del semanario, desde 1881 hasta 1980, es decir, cien años, ha sido factible que una empresa que era, a todas luces casi imposible en tan corto margen de tiempo, haya sido viable o, al menos, abordable.

Los viajeros románticos

Como decía el propio Juan Lacasa, en San Juan de la Peña confluyen tres condiciones que son inseparables y que a la vez se retroalimentan porque conforman un todo que hace de este paraje un lugar singular, podríamos decir que único e irrepetible, como son la naturaleza, la historia y el arte.

Antes de continuar, hay que pararse un momento en la ya citada fecha de 1835, que supone la exclaustración de la comunidad benedictina y la dispersión de los monjes que hasta ese momento se encontraban en el monasterio de la pradera de san Indalecio y cuidaban y mantenían el monasterio viejo. Fray Miguel Mainar, fallecido en 1893, fue el último monje superviviente, la última voz que bien hubiera podido aportar un testimonio digno de recoger en cualquier periódico de la época; pero, por desgracia, en las páginas de El Pirineo Aragonés no consta ninguna referencia a la muerte de este último testigo de la comunidad exclaustrada.

Abandonado el monasterio a su suerte, tras un principio de siglo ya de por sí convulso con la Guerra de la Independencia y las consecuencias nefastas que ello tuvo para San Juan de la Peña, pronto se convertiría en un lugar de peregrinación para los viajeros románticos. Este movimiento, que se expandió con fuerza por toda Europa en la primera mitad del siglo XIX, penetró en España de manera tardía. La nostalgia por el pasado y los lugares perdidos, el amor hacia las ruinas, lo pintoresco y los viejos monumentos hacen que nuestro país se convierta en un paraíso para estos viajeros, tanto europeos como españoles. Fruto de ese interés, surgen numerosas obras, algunas de ellas verdaderas antologías, y se publican artículos, que beben de ese espíritu romántico.

Hay que precisar que para llegar en aquella época a San Juan de la Peña había que recorrer a pie o en caballería la senda que serpentea desde Santa Cruz de la Serós hasta el monasterio viejo, una auténtica aventura como así lo recuerdan eruditos como el político y escritor barcelonés Víctor Balaguer y el periodista, escritor e historiador mallorquín José María Quadrado, en sus respectivas narraciones recogidas en las obras tituladas: San Juan de la Peña, historia, tradiciones, excursión al monasterio, y Bellezas y recuerdos de España, publicadas a mediados del XIX.

Una de las ilustraciones realizadas por Parcerisa e iluminada a mano del monasterio viejo.

“El antiguo monasterio de Santa Cruz es una magnífica introducción al de San Juan de la Peña donde nos aguardan maravillas de otro género más rudo e imponente”, señala Quadrado en el volumen dedicado a Aragón (capítulo siete), donde añade: “Dejando atrás el valle de nogales, trépase durante una hora por peñascos escabrosísimos, costeando profundos barrancos poblados de sonoros ecos, y por los cuales se oye rodar estrepitosamente como de abismo en abismo la piedra de lo alto desprendida. A cada vuelta de la senda se abre más honda la sima bajo nuestros pies, pero también se despliega a nuestros ojos más dilatada y amena la perspectiva”.

Este relato es una clara muestra del romanticismo tradicionalista que está presente en los trabajos de Quadrado, como lo son también las ilustraciones que el pintor y litógrafo Francisco Javier Parcerisa y Boada realizó durante su visita a San Juan de la Peña del 6 octubre de 1844 para documentar la que fue la gran obra de su vida, la ya comentada Recuerdos y bellezas de España. Son tres grabados, todos ellos muy conocidos, reproducidos y reeditados, dos sobre el monasterio viejo y otro del nuevo, cuyo gran valor, además de su calidad artística, es que muestran cómo eran estos lugares solo nueve años después de la Desamortización de 1835. Son documentos excepcionales, muy fieles a la realidad, como también lo son las tres fotografías que un joven Santiago Ramón y Cajal realizó en 1878.

Fue a finales de la década de 1880, probablemente hacia 1889, cuando vio la luz el libro Aragón histórico, pintoresco y monumental, obra ilustrada, en la que colaboraron los escritores Sebastián Montserrat y José Pleyán de Porta. Este último es el que relata su viaje a San Juan de la Peña, del que queda conmovido y muy impresionado: “Después de visitar las ruinas de Santa Cruz de la Serós, que dejan fuertemente impresionado al excursionista, el monte Pano o de San Juan de la Peña, no puede olvidarse fácilmente. El recuerdo de cuanto a él se ha admirado, de tanta belleza abandonada, de tanto esfuerzo hecho por las generaciones que nos precedieron expuesto a malograrse para siempre, entristecen el alma y un pensamiento solo cruza entonces por la mente: el de que no puedan conservarse indefinidamente las preciosidades artísticas y arqueológicas que guarda todavía la Covadonga aragonesa para enseñanza de las generaciones venideras”.

Ilustración del claustro, con la arcada del fondo reconstruida con ladrillo, correspondiente a finales del siglo XIX y recogida en el libro Aragón histórico y monumental.

El Pirineo Aragonés no escapa de ese halo de romanticismo que despiertan las ruinas de San Juan de la Peña; aunque, ya en las primeras noticias que aparecen publicadas a finales del XIX, aquellas visiones nostálgicas del pasado muy pronto son superadas por la implacable realidad: la necesidad de conservar, restaurar y preservar los monasterios deja de ser un ideal, una súplica amparada en el recuerdo, para convertirse en una finalidad en sí misma, en un objetivo que no admite más demoras.

Parcerisa

Litografía de Parcerisa del monasterio alto, iluminada a mano e incluida en el volumen dedicado a Aragón de Recuerdos y Bellezas de España.

El pintor y litógrafo barcelonés Francisco Javier Parcerisa y Boada (1803-1875) es el autor de la serie de tres estampas que dibujó del natural en su estancia en San Juan de la Peña del 6 de octubre de 1844 y que luego incluiría en el volumen dedicado a Aragón de la que fue la gran obra de su vida: Bellezas y recuerdos de España. En aquel viaje, como en otros tantos que hizo por el país, estuvo acompañado del escritor mallorquín José María Quadrado, autor de los textos que se publicaron junto a las litografías.

La importancia de estos dibujos, además de su belleza, es que muestran los monasterios viejo y nuevo tan solo nueve años después de la Desamortización de Mendizábal y exclaustración de los monjes de 1835. Parcerisa, aun siendo un pintor romántico, se caracteriza por recrear los paisajes y edificios con naturalidad, siendo fiel a la realidad. Para esta obra, editada en once tomos, de los cuales ilustró nueve, realizó más de 600 litografías.

Más de un siglo de restauraciones en el monasterio viejo

Mario de la Sala Valdés, general de Artillería, nacido en Gijón en 1833 y fallecido en Zaragoza en 1909, visita San Juan de la Peña en el verano de 1894. De aquel viaje surge una de las monografías más completas, interesantes y determinantes que se han dedicado a este entorno monástico aragonés. Como ya se ha apuntado en un momento anterior, son ocho artículos que fueron publicados por entregas en El Diario Mercantil de Zaragoza bajo el título Una visita a San Juan de la Peña, y posteriormente reproducidos en El Pirineo Aragonés, donde aparecen de manera casi consecutiva entre el 19 de abril de 1896 y el 19 de julio de ese mismo año. Es oportuno reseñar que, incluso en aquella época, no era habitual, sino más bien extraordinario, que una serie tan prolongada de artículos ocupara por completo la primera página de un periódico.

Como prólogo al texto inicial, se incluye una carta dirigida al “distinguido arquitecto D. Ricardo Magdalena”, que es el primer gran restaurador del monasterio viejo. “Supóngolo sorprendido y apesadumbrado al regresar de la visita que acaba de hacer a las veneradas ruinas de los cenobios de Pano. También yo las visité en el verano de 1894, y, fruto de aquella visita y de los apuntes que tomé sobre el terreno, es la siguiente breve monografía que tengo el gusto de dedicarle”, relata De la Sala.

En ella hace una descripción detallada de la historia de San Juan de la Peña y de la vida monástica, habla de los reyes y nobles enterrados en los panteones, advierte del estado de deterioro en que se encuentra el edificio debido a las humedades y filtraciones de agua, y presta atención a las grandes riquezas artísticas que va descubriendo, como el claustro románico. “Teníamos a la vista 22 capiteles del siglo XI cuya descripción iconográfica nadie ha publicado hasta ahora. Y como la materia es interesante para la arqueología española, procedimos a examinar detenidamente aquellos elementos arquitectónicos a fin de conocer su significación”, escribe.

Primera entrega de la serie de artículos de Mario de la Sala publicados en El Pirineo Aragonés en 1896. EL PIRINEO ARAGONÉS

Entre tanto contenido, dos apuntes curiosos llaman la atención. Primero es la mención que realiza al guarda del monasterio, un “veterano de talla erguida y plateados bigotes, antiguo y actual guardián de tan celebérrimo lugar” de nombre Modesto, que cuando el Real Monasterio estaba a cargo de la Diputación de Huesca, “cobraba con puntualidad el pobre salario con que se retribuían sus servicios; pero desde que el insigne cenobio, cuna y origen de la monarquía aragonesa, mereció en 1889 que el gobierno le declarase Monumento Nacional, no ha percibido un solo céntimo aquel hombre excelente que, después de cinco años de dieta absoluta, vive de milagro… y no deserta”, se recoge textualmente en el artículo, donde aparece una nota a pie de página que dice: “En efecto, murió el buen guardián a principios del año 1895, en cuanto empezó a cobrar”. Dicho queda.

El segundo apunte curioso figura en la entrega del 14 de junio de 1896, cuando señala haber tenido en sus manos el anillo del rey Pedro I, que años después, en 1903, se entregaría al rey Alfonso XIII como obsequio durante su visita a Jaca y San Juan de la Peña.

Dice Mario de la Sala de esta sortija que tenía engarzada una piedra con los atributos pontificios y la palabra PAX grabada en oro: “Hemos tenido en las manos esa joya arqueológica cuidadosamente guardada por el Padre Don Pascual de Ara, arcediano dignísimo de la Catedral de Jaca y último religioso de la casa del Pano, que vivió hasta hace pocos años ha; guárdala en el día el Sr. Don Tomás de Ara, sobrino del arcediano y canónigo de dicha iglesia, a quien debimos la atención de poder examinarla. La piedra, de un color verde negruzco, es un camafeo romano cuyo grabado está muy borroso, pero el anillo de oro pálido se conserva limpio, y la palabra PAX se lee perfectamente”.

Señala Juan Lacasa en su Crónica de San Juan de la Peña (1835-1992) que Mario de la Sala es uno de los promotores de la actuación restauradora que entre 1899 y 1902 acomete Ricardo Magdalena. Será la primera de las tres grandes intervenciones que se emprendan en el monasterio viejo hasta nuestros días, junto a las realizadas por los arquitectos Francisco Íñiguez entre 1934 y 1941 y, la más reciente, la dirigida por Ramón Bescós, entre 1983 y 1986, y que es la que ha conformado la visión que actualmente tenemos del antiguo cenobio benedictino.

Dos fotografías de principios del siglo XX en las que se aprecia perfectamente el muro levantado en la primera de las tres grandes restauraciones del monasterio viejo. En este caso, corresponde a la realizada por Ricardo Magdalena. La imagen de arriba es de De las Heras y la de abajo es de autor desconocido.

La primera restauración de este monasterio data del año 1850, aunque son pequeñas obras que tienen como finalidad la eliminación de humedades, uno de los principales problemas que de siempre han aquejado al edificio. De hecho, en los recientes actos organizados por la Real Hermandad, el pasado 29 de agosto, la directora general de Patrimonio del Gobierno de Aragón, Marisancho Menjón, nos comentaba que este año se ha realizado la sustitución de las tuberías de desagüe, porque la acumulación de cal en su interior había colmatado y obstruido los conductos y estaba provocando las temidas humedades.

En la edición del 5 de mayo de 1889 de El Pirineo Aragonés, se publica un suelto en la sección de Notas de la Semana, donde ya se recoge la noticia de que la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando “ha informado favorablemente la instancia”, remitida por el Obispo de Jaca, para la declaración de San Juan de la Peña como monumento nacional. Tal declaración se hará efectiva el 15 de julio de ese mismo año: “La Gaceta ha publicado la Real orden, que dijimos comunicó telegráficamente a esta ciudad nuestro digno diputado provincial Sr. Ripa, declarando monumento nacional el monasterio de San Juan de la Peña”, dice el breve insertado en el periódico.

La noticia se desarrollaría con mayor amplitud en el número del 28 de julio, ocupando toda la portada y parte de la segunda página. “El reciente real Decreto ha sido recibido con júbilo y entusiasmo por todos nuestros paisanos, desando vivamente que a la brevedad posible se termine felizmente este asunto con la consignación de fondos del Estado necesarios para la reparación y sostenimiento de los edificios antiguo y nuevo monasterio”, se puede leer en este artículo, en el que, como tantas veces, vuelve a resaltarse la importancia de recuperar este paraje por el significado y el valor que tiene para la historia aragonesa y española.

Será, no obstante, diez años más tarde, cuando el Ministerio de Fomento encargue a su arquitecto regional de Construcciones Civiles, Ricardo Magdalena, la redacción de un proyecto de intervención en el que se plantea como principal objetivo la eliminación de las humedades que afectan al monasterio, así como la consolidación y dignificación de los elementos arquitectónicos que aún están en pie. Recordar que de aquella época data la construcción de la primera red de alcantarillas para conducir las aguas fuera del edificio.

El 23 de abril de 1899 se publica la noticia de la subasta de las obras del monasterio antiguo, trabajos en los que el Ministerio de Fomento invertirá poco más de 31.000 pesetas, que serán adjudicados al contratista jaqués Emeterio Monreal y que comenzarán a mediados de agosto. Son varias las informaciones recogidas por el periódico en aquellas fechas sobre estas obras que tienen que interrumpirse en diciembre por el mal tiempo. En ese mismo suelto se habla también de que “a expensas del Prelado, se ha restaurado toda la techumbre de la iglesia del monasterio nuevo, que “estaba derruida y en ruina inminente, con lo cual se ha atajado el peligro que aquel magnífico templo viniera pronto a ser un montón de escombros”.

Como señala el restaurador José Félix Méndez en un estudio titulado Crónicas de unas restauraciones, publicado por Mira Editores en el año 2000, “la intervención de Ricardo Magdalena podríamos considerarla como fundamentalmente historicista”, al contrario de lo que ocurriría con la segunda gran actuación, acometida por Francisco Íñiguez entre 1934 y 1941, a la que califica como “arqueologista”, ya que el arquitecto “aprovecha los trabajos de consolidación para realizar una investigación arqueológica en el edificio, intentando leer en él su historia y evolución a través de todas las aportaciones recibidas en cada época, y realizando una valoración de éstas para despojarlo después de aquellas que pudieran ser un obstáculo para su lectura e interpretación”.

Entre una y otra actuación, y a falta de una acción continuada hacia la conservación del monumento, no cesan las llamadas de atención alertando de los problemas y dificultades que siguen aquejando al monasterio. El 8 de marzo de 1919, se publica una noticia breve sobre la Comisión Provincial de Monumentos, en la que se da cuenta de la “urgente necesidad de practicar algunas reparaciones” en San Juan de la Peña, “pues según fatal informe del arquitecto Don Francisco Lamolla, hay inminente peligro de que gran parte de aquel tesoro, que ha merecido el título de monumento nacional, sufra un derrumbamiento, especialmente en el artístico claustro”.

Inmediatamente surge una iniciativa, promovida por el Obispo de Jaca, Manuel de Castro Alonso, para impulsar una suscripción en Aragón pro San Juan de la Peña. El Pirineo Aragonés da cuenta prácticamente semana a semana de cómo avanza la recogida de fondos, al tiempo que ilustres personalidades de la época, como el que fuera deán de la Catedral de Jaca, Dámaso Sangorrín, se suman a los llamamientos realizados por el ingeniero aragonés Mariano de Cavia, denunciando el olvido y la falta de atención en la que se encuentra el conjunto monástico, declaraciones que también fueron secundadas por el historiador y gran erudito Ricardo del Arco.

El artículo de Sangorrín es claro y preciso, huyendo en todo momento del lenguaje artificioso y de cualquier sesgo sentimentalista. Ya desde el principio deja patente que la declaración de Monumento Nacional de 1889, lejos de ser un rayo de esperanza para la recuperación del monasterio, ha sido un “relámpago aislado y sin consecuencia alguna”. “Han pasado 30 años –relata el deán– y nos vemos precisados a sostener una campaña de subscripciones populares en pro del monumento, para que quede siquiera una pared donde el Estado colgar un cartel que diga: Esto es monumento nacional”.

Artículo de Dámaso Sangorrín manifestando el malestar que existía en los años 20 por el mal estado de conservación en el que se encuentra el monasterio y la falta de interés por parte de la administración de la época. EL PIRINEO ARAGONÉS

De estas premisas extrae tres reflexiones. Primero: que no siempre el decreto oficial de monumento nacional tiene la eficacia que parece debería tener. Segundo: que en estos 30 años no ha habido en Aragón hombres que le recordasen al Gobierno que aquí posee un monumento que se está cayendo, o esos hombres no han tenido voz suficiente para hacerse oír donde fuera necesario. Y tercero: que, en este país, cuna de Aragón, hay todavía muchas personas que quieren salvar de la ruina el edificio donde nació el antiguo reino y donde se guardan las cenizas de los reyes y magnates que dieron, para fundarlo y engrandecerlo, sus vidas a la conquista territorial; y su sabiduría en leyes y fueros de universal renombre.

El texto es incisivo, hasta el punto de señalar que “no sería difícil calcular cuánto le ha podido producir al Estado en estos 84 años –con buena administración– el dinero que sacó de la venta de los bienes de San Juan de la Peña, de sus innumerables pardinas, casas, fincas sueltas, pueblos enteros, censos, treudos, alhajas y muebles del monasterio”. “Al Estado no puede pedírsele memoria ni inteligencia –apunta en otro de los párrafos–; no es posible que se acuerde de que aquí hay un monumento nacional que se va a hundir, ni entiende cuándo ha de dar dinero para que no se caiga. Pero el Estado tiene voluntad, en forma de presupuestos, decretos y órdenes, y tiene dinero, que lo da a quien se lo sabe sacar”.

El 25 de septiembre de 1920 se publica la noticia de la aprobación, por parte del Gobierno, de una partida de 24.000 pesetas para obras de mejora, al tiempo que siguen llegando donaciones. Casi dos meses después, el 30 de octubre, San Juan de la Peña es declarado Primer Sitio Nacional de España. En el texto de la orden, que se reprodujo en el número 1.963 del periódico, se indica que “esta preferente distinción, que tanto ha de contribuir a que aquellos sacrosantos lugares sean atendidos con la veneración que su historia merece, es debida a la gestión del Ilustre Comisario regio de Parques Nacionales, que en su reciente visita a esta provincia pudo convencerse de la justicia con que Aragón desea conservar sus glorias bajo la tutela oficial”.

En un reciente artículo, publicado en 2020 con motivo del centenario de aquella declaración, Chema Tapia, colaborador de El Pirineo Aragonés y representante de la Federación Aragonesa de Montañismo en el Patronato del Paisaje Protegido de San Juan de la Peña y Monte Oroel, habla extensamente de lo que, con el paso de los años, ha supuesto aquella declaración para la conservación del paisaje y el medio natural de este entorno. Como se ha apuntado al principio de esta intervención, San Juan de la Peña es un conjunto, un todo inseparable, en el que confluyen por igual naturaleza, historia y arte.

Entre 1921 y el comienzo de la década de los años 30 son pocas las referencias que hay respecto a nuevas obras de mejora en el monasterio viejo, tan solo la actuación dirigida por el arquitecto Bruno Farina y promovida por el Ministerio de Instrucción Púbica, que invirtió en ella algo más de 34.000 pesetas.

En la segunda gran actuación, el arquitecto Francisco Íñiguez optó por quitar el muro, dejando el claustro a la vista. La imagen es una postal de  Ediciones Sicilia.

La segunda gran intervención restauradora se produce en dos periodos comprendidos entre 1934 y 1935 y 1940-1941, a cargo del arquitecto Francisco Íñiguez. En El Pirineo Aragonés no existen muchas referencias a estas obras que, en la primera fase, tuvieron un coste de 36.000 pesetas, y en la segunda de unas 10.000. Como indica José Félix Méndez en su estudio, “Íñiguez centra su investigación en el claustro analizando la naturaleza y antigüedad de los muros, lo que le lleva a eliminar los nuevos, una vez reconocidos; y con la intención de evitar equívocos sobre su antigüedad e integrar arquitectura y naturaleza, demoler en esta operación el de cerramiento del claustro, construido por Magdalena en 1899”.

La elevación de este muro volverá a ser motivo de controversia en la intervención que 50 años más tarde acometa Ramón Bescós, que propuso levantar de nuevo este cerramiento, con la idea de proteger el claustro y devolver el sentido de recogimiento que debía tener originalmente este espacio. El Departamento de Cultura del Gobierno de Aragón, tras escuchar los diferentes argumentos favorables o contrarios al muro, decidió dejarlo tal y como estaba, al considerar que la imagen del monasterio había adquirido ya un irrevocable carácter identificador con su entorno”.

Este debate sobre la conveniencia de levantar el muro sigue estando presente en la actualidad por las afecciones que las condiciones ambientales y las bruscas variaciones térmicas provocan en los capiteles. De hecho, en las recientes declaraciones que nos realizó Marisancho Menjón, anunció que para el próximo año se habilitará una partida, con fondos europeos, destinados a Patrimonio, que el Estado ha repartido entre las comunidades autónomas, para intervenir en los capiteles y algunos desperfectos que hay en las cubiertas. “Los capiteles son una joya de nuestro patrimonio y tienen que estar muy bien atendidos”, aseguraba.

Después de la actuación de Íñiguez, con escasos medios, no se tiene noticias de obras de mejora hasta los años 1955-1956. Fueron dirigidas por el arquitecto Fernando Chueca, con un presupuesto de más de 41.000 pesetas y se centraron, fundamentalmente, en el desmontaje de la cubierta de madera del cuerpo situado sobre la Sala de Concilios. Ya en agosto de 1980, el periódico recoge la noticia de la iluminación interior del monasterio. El proyecto, encargado a los arquitectos Andrés Abasolo y José de Antonio, contó con un presupuesto de 1.495.000 pesetas.

La gran actuación, realizada, inicialmente por el Ministerio de Cultural, y, una vez transferidas las competencias, por la Diputación General de Aragón, entre los años 1983 y 1986, y que fue ampliada con mejoras puntuales en años posteriores, supuso un punto de inflexión en la conservación del monasterio viejo. La imagen que actualmente tenemos del conjunto monástico viene determinada por aquellos trabajos que, como ya se ha dicho, dirigió el arquitecto Ramón Bescós.

El Pirineo Aragonés, a través de Juan Lacasa, recoge detalladamente el devenir de las obras que, en su conjunto superaron los 70 millones de pesetas, incluida la colocación de una gran malla metálica de acero inoxidable de diez mil metros cuadrados, para impedir la caída de rocas al edificio, pero sin afectar al ritmo biológico de la vegetación existente y a las aves que anidan en el conglomerado.

Juan Lacasa siguió al detalle las obras que se realizaron en el monasterio a principios de los 80, dirigidas por el arquitecto Ramón Bescós. Archivo de EL PIRINEO ARAGONÉS

En los números del 28 de julio y 4 de agosto de 1983 se anuncia ya la puesta en marcha de “un gran proyecto de Bellas Artes en el monasterio viejo por 20 millones de pesetas”, y el 14 de octubre el Boletín Oficial de la Provincia publica la licitación de los trabajos. “La obra que va a realizarse atiende esencialmente a la total eliminación de las humedades, cimientos, cubiertas, restauración de pinturas románicas en la primitiva iglesia, trabajos en el Panteón de los Reyes de Aragón reformado por Carlos III, con los relieves de la Reconquista de Aragón, y otros aspectos del claustro y el monumento en general”, relataba Juan Lacasa.

Las obras propiamente dichas se inician el 24 de enero de 1984, “un día importante, histórico inclusive, para nuestra venerada reliquia”, que “tras unos cincuenta años de silencio, restauración de Íñiguez Almech hacia 1935, ha permanecido olvidado en este aspecto”, señalaba también Juan Lacasa, que durante los años que duraron las operaciones efectuó cuantiosas visitas al monasterio.

Como resumen, además de la intervención arquitectónica de Bescós, Liberto Anglada se encargó de la recuperación de las pinturas y la restauración del panteón real, y Carlos Escó dirigió la excavación que permitió descubrir los cimientos de antiguas dependencias monásticas, así como la estructura de los enterramientos, su naturaleza y datación histórica. Durante estas labores, se hallaron dos anillos de oro, de persona adulta, uno de ellos con un camafeo engarzado, y otro anillo, posiblemente de una niña, también de oro, con un pequeño rubí. También apareció un pequeño dado de marfil.

Mención especial hay que hacer al hallazgo de los restos y el ajuar funerario de Pedro Pablo Abarca de Bolea, décimo Conde Aranda, el 22 de noviembre de 1985, según consta en el extenso artículo que El Pirineo Aragonés publicó en junio del año siguiente, con motivo de los actos de reinhumación de los restos y en los que estuvo presente el entonces Duque de Alba y Conde de Aranda, Jesús Aguirre y Ortiz de Zárate.

Reinhumación de los restos del Conde de Aranda en noviembre de 1985. Archivo EL PIRINEO ARAGONÉS

En ese mismo año de 1986, Ramón Bescós redactó un proyecto para la instalación en las dependencias ya restauradas, y situadas sobre la Sala de Concilios, de un pequeño museo que en julio de 2020 fue reinaugurado por los Reyes de España, don Felipe y doña Letizia. Este nuevo espacio se divide en tres pequeñas salas que se han renovado mostrando un discurso unitario que gira en torno a la importancia del monasterio pinatense como centro político, religioso y artístico y la relación del conde de Aranda con el cenobio. En la sala dedicada al noble aragonés, se muestran la casaca mortuoria y la vestimenta que le sirvió de mortaja, además de documentos y otros elementos relacionados con esta importante figura de la Ilustración española.

La restauración y rehabilitación del monasterio nuevo, la recuperación de un símbolo

El 30 de abril de 2007 se inauguran las obras de restauración y rehabilitación del monasterio nuevo, la asignatura pendiente que venía arrastrando San Juan de la Peña desde la exclaustración de los monjes en 1835. El Pirineo Aragonés hizo un seguimiento exhaustivo de las intervenciones que se realizaron desde que en el año 2000 comenzaran las excavaciones arqueológicas.

La inversión total, según aparece en el amplio reportaje dedicado a aquella inauguración, superó los 25 millones de euros. Se intervino en una superficie de 27.500 metros cuadrados, distribuida en distintas áreas diferenciadas, pensadas para ser acondicionadas con fines turísticos y culturales. Así, en el ala norte se ubicó el edificio que cobija los restos arqueológicos de las dependencias monásticas y el centro de interpretación del monasterio. La galería claustral, que enlaza con el edificio anterior, se adecuó como espacio expositivo, y la iglesia como centro de interpretación del Reino de Aragón. En el ala sur, se ubicaron los servicios para los visitantes: la tienda-recepción, los aseos, la cafetería y la hospedería, que consta de 25 habitaciones dobles y que en estos catorce años desde su puesta en servicio ha llevado una vida errática, encontrándose actualmente cerrada, pendiente de una solución que garantice su futuro. La pasada primavera, el director de Turismo de Aragón, Ildefonso Salillas, señalaba en una entrevista que se quería empezar con un nuevo proyecto, con una nueva fórmula que fuera más viable y adaptada a las características específicas de este tipo de establecimientos. La idea era gestionar la hospedería de manera directa y licitar y la explotación del bar y el restaurante, es decir, aplicar una fórmula mixta, si bien hasta la fecha no hemos vuelto a tener más noticias de cómo van las gestiones, lo que no quiere decir que el proceso esté paralizado y que no vaya a haberlas.

El monasterio nuevo tras la restauración finalizada en 2007. Archivo EL PIRINEO ARAGONÉS

Con la remodelación del monasterio alto no solo se recuperaba un símbolo, sino que se creaba “un conjunto cultural y turístico de primera magnitud”, como señaló en aquel entonces el viceconsejero del Gobierno de Aragón, Javier Callizo. Se cerraba así un largo y tortuoso camino de demandas y reivindicaciones que surgen ya en diferentes momentos del siglo XIX y principios del XX, pero que son insistentes tras el nacimiento de la Real Hermandad de Caballeros en 1950. En ese decenio, con las naves laterales de la iglesia en parte hundidas y dañadas las torres, se consigna una partida de 100.000 pesetas para acometer trabajos de restauración. Se desestima la propuesta del arquitecto Miguel Fisac y se aprueba la de Ricardo Fernández Vallespín, arquitecto del Ministerio de Cultura, que realizó un proyecto de reconstrucción parcial de la cubierta de la iglesia, que tenía como finalidad “salvar las bóvedas de la nave central”. Sin embargo, fue el arquitecto conservador de monumentos Fernando Chueca Goitia, el que acometió la restauración global de la iglesia en diferentes campañas, que abarcaron desde los primeros años de la década de los 50 hasta los 70. Recordar que las últimas intervenciones, antes de la acaecida en 2007, datan de 1988 y 1993, dirigidas por el arquitecto de la Diputación General de Aragón, Antonio Martínez Galán.

Conferencia del arquitecto Fernando Chueca Goitia en el claustro del monasterio viejo en 1953. La fotografía fue realizada por Peñarroya.

De las noticias sobre estas obras recogidas en el periódico, destacar la que se publicó en septiembre de 1953, con motivo de la conferencia que Fernando Chueca impartió de pie, ante una gran audiencia, en el claustro del monasterio viejo. La crónica de Juan Lacasa se titula Resurgir de San Juan de la Peña y analiza el discurso pronunciado por el arquitecto, calificándolo de “bellísima lección de arte”. Valoraba la importancia de preservar como una unidad completa la visión del monasterio desde el lado sur con sus tres términos sucesivos de estratificación horizontal, es decir, la línea de la muralla, la masa del convento y la nave alta de la iglesia. Y pedía que nunca se perdiera dicha unidad y que esta idea se transmitiera a quienes un día le sucedieran. Este es el criterio que prevaleció en gran medida en la restauración de comienzos del actual milenio, una intervención que, además de por su elevado coste, tampoco escapó de la polémica debido a las estructuras modernas, y perfectamente visibles desde el exterior, que se levantaron en torno al claustro y en lo que es el acceso a la hospedería.

Dos accesos que fueron objeto de una larga discusión

En El Pirineo Aragonés abundan también las noticias sobre los accesos, las comunicaciones rodadas a San Juan de la Peña. Después de las obras de restauración del monasterio viejo, posiblemente sea el bloque más voluminoso en cuanto a información relacionada con el tema que nos ocupa. Si bien a finales del XIX ya hay referencias sobre la oportunidad de abrir una carretera hasta los monasterios, no será hasta avanzado el XX cuando el proyecto tome más fuerza, especialmente tras obtenerse la declaración de Sitio Nacional. Desde el principio, surge la discusión de por dónde tenía que ir el trazado, si por la parte sur, a través de la carretera de Oroel, la entonces nacional Zaragoza-Francia, aprovechando la cercanía con la parada del ferrocarril en Anzánigo, o por la vertiente norte, desde Santa Cruz de la Serós. Por razones estratégicas, alimentadas desde el ministerio de la Guerra, se impondría el trazado por Bernués hasta el monasterio alto, cuyas obras empiezan a ser realidad en la década de los años 20. Un año antes del inicio, Dámaso Sangorrín, del que ya hemos hablado anteriormente, firma un artículo en el que señala las ventajas de poder disponer de ambos trazados, con dos entradas diferenciadas, adelantándose en el tiempo a lo que, por fin, sería una realidad a principios de los 80.

“La restauración de San Juan de la Peña es obra muy compleja; para pedir su realización, es lo primero estudiar el plan y fijarlo. Ya es Monumento Nacional y está próximo a ser declarado Sitio Nacional. ¿Qué le vamos a pedir al Estado ahora? ¿Dónde está el plan? ¿Quién sabe lo que queremos o lo que debemos querer para nuestro monasterio?”, se pregunta Sangorrín en el citado artículo, titulado Por San Juan de la Peña.

Tras explicar las dos tendencias que están en discusión, el deán se manifiesta en los siguientes términos: “Se dice que los aragoneses somos parcos hasta en el pedir: dejemos de ser aragoneses por un momento, en favor de San Juan, y pidamos los dos caminos ahora que “tenemos el padre Alcalde”. Se refería así a la oportunidad de aprovechar que “un ilustre aragonés –del que no da su nombre ni más detalles–, muy afecto a este país, de mucho valer en las altas regiones de la gobernación del Estado y muy propicio a favorecer a esta ciudad y su partido en vías de comunicación”, se encontraba en esos momentos al frente de la Dirección de Obras Públicas.

En esta imagen del monasterio viejo se aprecia la inexistencia de una carretera asfaltada hasta el monumento. Fotografía de los años sesenta del pasado siglo de Ediciones Victoria.

La carretera por Bernués se inauguraría en julio de 1931, al poco de proclamarse la II República Española y coincidiendo con la celebración del I Día de Aragón en San Juan de la Peña, una conmemoración que se mantendría durante los años siguientes y que también tiene amplio reflejo en el periódico. No obstante, habrá que esperar hasta el año 1967 para que se asfalten los 19 kilómetros que hay entre la carretera de Bernués y el monasterio nuevo. Sería gracias a la intervención y predisposición del ministro y presidente de las Cortes Españolas, Antonio Iturmendi Bañales, que veraneaba en Jaca por aquel entonces.

“¡Por fin se hizo el milagro!”, titulaba El Pirineo Aragonés en la portada de la edición del 29 de agosto de aquel año. “Tantos años llevamos suspirando por el arreglo de la carretera de San Juan de la Peña, que ya constituía pesadilla permanente para la ciudad. Con el mayor desconsuelo habíamos de aconsejar a cuantos nos pedían opinión para visitar aquel hermoso paraje de maravillas paisajísticas y artísticas, que no intentaran la aventura de trasladarse allí con su coche si no querían verlo desvencijado por el camino, debido al mal estado de la carretera”, aparecía en la extensa y detallada información, que incluía la fotografía de una brigada realizando los trabajos de asfaltado.

Durante 50 años esta fue la única vía de acceso a los monasterios, hasta que en 1981 se culmina con el asfaltado de la carretera de Santa Cruz, cuyas gestiones había iniciado ya, a principios de los 70, la Real Hermandad, para la explanación del camino forestal hasta el monasterio viejo, dependiente entonces del ICONA.

Tras vencer los obstáculos iniciales que se oponían al asfaltado de este acceso por razones medioambientales, en octubre de 1981 se consigue in extremis una dotación presupuestaria de 13 millones de pesetas y en las tres últimas semanas de noviembre, con un otoño seco, como recuerda Juan Lacasa, “la mágica alfombra es una realidad”.

Posteriormente, en 1986 y 1987, se mejorarían los 4 kilómetros que separan el cruce de la N-240 y Santa Cruz de la Serós.

La Real Hermandad

Como ya se ha puesto de manifiesto a lo largo de la conferencia, el papel de Real Hermandad de San Juan de la Peña ha sido clave para la salvación y puesta en valor del conjunto monástico. Las páginas de El Pirineo Aragonés son un reflejo del buen hacer de esta entidad desde su fundación, hace más de 70 años. Sería prácticamente imposible tratar de resumir las actividades y acciones acometidas en todo este tiempo y que han tenido seguimiento en las páginas del semanario. Además de los actos que cada año se celebran en torno a la festividad de san Juan Bautista y el homenaje a los antiguos reyes y nobles de Aragón, la Hermandad promovió la llegada del Santo Grial a San Juan de la Peña en 1959, actos que contaron con la presencia del entonces Jefe del Estado, el general Franco. Años después, en 1994 también colaboró con la Asociación Sancho Ramírez, en la organización de un segundo viaje de la reliquia desde la Catedral de Valencia hasta Jaca y el monasterio viejo, con motivo del noveno centenario de la muerte del rey Sancho Ramírez, acontecimiento que tuvo una gran resonancia mediática y presencia institucional.

Llegada del Santo Grial a San Juan de la Peña en 1994, en los actos organizados por la Asociación Sancho Ramírez. EL PIRINEO ARAGONÉS

En abril de 1997, los Reyes de España, Don Juan Carlos y Doña Sofía, protagonizan una jornada histórica con su visita a San Juan de la Peña, noticia que el periódico cubrió ampliamente, dándole el realce que merecía. “Han tenido que pasar casi cien años, desde 1903, para que el monasterio pinatense pudiera albergar, de nuevo, al representante de la monarquía española”, decía el periódico en la edición del 30 de abril, en referencia a aquel otro viaje histórico que protagonizó Alfonso XIII y que también tuvo un seguimiento especial, hasta el punto de editarse una hoja extraordinaria de bienvenida, en la que se incluía un entusiasta y patriótico artículo titulado: “¡Viva el Rey!”, con la foto del monarca ocupando por completo dos de las tres columnas de la portada, además de una larga loa en verso de Francisco Quintilla, hijo del fundador del periódico y director de El Pirineo, a partir de 1922. Para el semanario, la visita de Alfonso XIII constituía –y leo textualmente-: “un acontecimiento que debiera quedar grabado en blanco mármol o esculpido en un bronce de duración eterna; porque después de siglos, tal vez desde que nuestros reyes, llenos y poseídos de lejano valor, abandonaron estos lugares empujando tierra abajo a los invasores africanos, viene a visitarnos el descendiente en el trono levantado con tanto esfuerzo y con tanto denuedo por los inmortales reyes católicos, con Fernando e Isabel”.

Don Juan Carlos, evocando aquella estancia de su abuelo, declaraba durante su intervención, en el claustro del monasterio viejo, sentirse “honrado de recuperar las raíces de la monarquía española en este hermoso paraje, tan cerca del resto de Europa”. Entre los regalos que se entregaron a los Reyes, figuraba precisamente una reproducción facsímil de la portada de la hoja especial que El Pirineo Aragonés editó con motivo de aquella estancia de Alfonso XIII en nuestra comarca.

Recordar que Don Juan Carlos, a instancias de la Hermandad, aceptó en 1972 el título de Hermano Mayor Honorario.

Intervención del rey Juan Carlos en el claustro del monasterio viejo en abril de 1997. EL PIRINEO ARAGONÉS

Visita de los Reyes de España en julio de 2020. EL PIRINEO ARAGONÉS

La última visita real, la más reciente, data de julio de 2020, cuando Felipe VI y la reina Letizia incluyeron a Jaca y San Juan de la Peña dentro de la gira que realizaron por las comunidades autónomas para reunirse con los dirigentes políticos, empresarios y agentes sociales y conocer así los efectos que estaba provocando la pandemia en los diferentes territorios del país.

También cercana en el tiempo es la concesión, el pasado mes de abril, de la Medalla al Mérito Cultural que otorga el Gobierno de Aragón, una distinción que la Hermandad debería haber recogido ya el año anterior, coincidiendo con su 70.º aniversario y con la celebración del centenario de la declaración de San Juan de la Peña como Real Sitio. El presidente del Ejecutivo aragonés, Javier Lambán, calificó de “impagable” la labor de la Hermandad, agradeciendo la multitud de iniciativas llevadas a cabo en todo este tiempo, destacando, entre otras acciones, el análisis genético de los restos del Linaje Real del panteón medieval y que pertenecen a la primera dinastía de los reyes de Aragón: Ramiro I, Sancho Ramírez y Pedro I, cuyos restos fueron reinhumados definitivamente en un acto solemne el 24 de junio de 2018, festividad de san Juan Bautista. Es preciso recordar que, en 1994, con motivo de la estancia del Santo Grial, se organizó un acto de reinhumación de estos restos que, aunque tuvo gran pompa y suntuosidad, no dejó de ser testimonial y simbólico, ya que los huesos fueron devueltos a Zaragoza, donde años más tarde, entre 2008 y 2011, la catedrática de Medicina Legal y Forense de la Universidad de Zaragoza, María Begoña Martínez Jarreta, dirigió, a solicitud de la Dirección General de Patrimonio, el denominado Estudio antropológico de los restos de los Reyes privativos de Aragón de cuyos resultados también se habló, en su momento, en las páginas del semanario.

El presidente de Aragón, Javier Lambán, y el hermano mayor Félix Longás, portando la urna con los restos de los antiguos reyes en la reinhumación de junio de 2018. GOBIERNO DE ARAGÓN

Las últimas noticias relacionadas con la Hermandad que han aparecido en El Pirineo Aragonés son las referentes a la conmemoración del 950.º aniversario del paso del rito mozárabe al romano, el pasado 22 de marzo, y la celebración de los actos en honor a san Juan, que este año, debido a la pandemia, tuvieron que trasladarse al 29 de agosto. Señalar que, durante tres décadas, esa fue la fecha de la fiesta anual de la Hermandad, en recuerdo de la Degollación de El Bautista, si bien posteriormente, desde principios de los 80, se cambió al 24 de junio.

Es oportuno reconocer la vitalidad que siempre ha acompañado a la Hermandad y el gran momento que está viviendo en el presente, con más de 500 hermanos en su haber, gracias a un indudable compromiso de modernización y de apertura a la sociedad, sabiéndose adaptar a los tiempos y transformándose en una entidad que bajo la capa azul ampara por igual a caballeros, damas e infantes.

Curiosidades

Muchas cosas se quedan en el tintero, como por ejemplo la relación de visitas ilustres que en estos últimos 140 años han recalado en el monasterio: Santiago Ramón y Cajal, Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, Ramón Menéndez Pidal, Niceto Alcalá Zamora, por citar a los ya clásicos. Tampoco podemos detenernos en la romería que cada año organiza la Hermandad del Voto a San Indalecio, ni en el homenaje al Conde Aznar que la víspera de la fiesta del Primer Viernes de Mayo celebra la hermandad del mismo nombre.

Quiero cerrar la conferencia comentando algunas curiosidades acaecidas en tan largo periodo, como la instancia que María Bandrés Abadía presentó en 1886 a la Comisión Provincial de Huesca solicitando que se le reconociera el derecho a la propiedad del monasterio de San Juan de la Peña, petición que, como era lógico, causó “una gran extrañeza” y que la Comisión “despachó” sin dilación.

El 26 de noviembre de 1899, se incluía un suelto informado de que “hace pocos días fue cazado en esta parte del Pirineo un enorme oso por el conocido y diestro señor conde de San Juan de la Violada. También hemos oído asegurar que en las inmediaciones del monasterio de San Juan de la Peña se ha visto recientemente un ejemplar de dicha especie, que hace algunos años no se conocía más acá de las estribaciones de los Pirineos”. Y pocos meses después, en mayo de 1900, se alertaba de la presencia de lobos en Atarés y San Juan de la Peña, noticia que leída en el presente adquiere de nuevo vigencia y gran actualidad. Dice así: “Muchos ganaderos se quejan de la abundancia de lobos que merodean por los montes de Atarés y San Juan de la Peña, pues la mayor parte de los rebaños que suben a la montaña han sufrido bajas por la rapacidad de dichos carnívoros”.

Fue a comienzos de los años 20 cuando se plantea el proyecto de instalar un sanatorio en San Juan de la Peña, y en 1926, el 25 de julio concretamente, cuando se coloca la mesa de orientación en el mirador del Pirineo, que duró casi 60 años, hasta junio de 1985, cuando unos jóvenes se subieron encima y la rompieron, provocando daños irreparables. El entonces Príncipe Felipe, que se encontraba en la Academia General Militar de Zaragoza cursando estudios, tuvo el gesto de regalar una nueva, que es la que actualmente se halla en el mirador.

En noviembre de 1961, se anuncia la instalación del poste de televisión en San Juan de la Peña que permitirá a Jaca y las poblaciones circundantes entrar en la nueva era de la imagen.

Ya en 1972, las páginas del periódico recogían la celebración en el monasterio de una boda hippie, que no incluía rito religioso, sorprendiendo a Bellas Artes, que actuó de buena fe autorizando la ceremonia.

“Algo insólito ocurrió en la mañana del domingo en el monasterio de San Juan de la Peña. Varios cientos de personas procedentes de Bilbao, Zaragoza, Barcelona, Navarra y Huesca, esperan el momento de entrar a visitar el monasterio románico. Sin embargo, la orden es: esperar a que termine de celebrarse la boda”, explica el semanario en la edición del 8 de abril. “Pero no termina aquí lo insólito de la mañana del domingo –sigue diciendo el periódico–. La boda fue “hippy”, por parte de los novios de Tudela y Barcelona, “hippy” el sacerdote y, en definitiva, “hippy” la ceremonia y los asistentes al acto”, se apuntaba con ironía en aquella nota.

Estamos en el 31 de octubre de 1978, cuando la ciudadanía de Jaca permanece pegada a la televisión para ver el tercer episodio de la serie El juglar y la reina, que correspondía al título de El rey monje, rodado casi íntegro en San Juan de la Peña, con una joven Massiel y un recién llegado actor argentino, Héctor Alterio, como protagonistas del reparto, y la participación de numerosos extras jaqueses, jóvenes convertidos en personajes de la nobleza, en abnegados frailes o en rudos hombres de armas. Entre ellos, se cita a Mateo Rivero Cuesta, Miguel Rivero, José Luis Abad, Ernesto Gómez, Santiago Ara, José Miguel Pueyo, Carlos Bordetas, Pepe Arbués, Jesús Chinchón y José Alberto Artola.

La noticia se completaba con la entrevista que Manuel González Chicot, director del periódico, realizó meses antes a Massiel y al jefe de producción del programa, Mario Pedraza, en la que hablaban de la producción, de los escenarios elegidos para el rodaje, y, cómo no, de la belleza y grandiosidad de San Juan de la Peña.

Un joven Héctor Alterio y Massiel en el rodaje que tuvo lugar en San Juan de la Peña. Archivo EL PIRINEO ARAGONÉS

Epílogo

Concluyo adaptando una cita de William Faulkner sobre la perennidad de la obra de los artistas que creo que encaja perfectamente con la profesión periodística y la función que siempre ha tenido la prensa escrita. Dice así:

“La finalidad de todo artista es detener el movimiento, que es la vida, por medios artificiales y dejarlo fijo, de modo que cuando cien años más tarde un extraño lo mire, vuelva a moverse, puesto que es vida”.

Y esa es precisamente una de las intenciones de esta conferencia, que San Juan de la Peña y las personas que hicieron posible su existencia, su recuperación y puesta en valor hayan vuelto a vivir gracias a la palabra y a nuestra memoria y recuerdo.

Reflejo del claustro del monasterio viejo en el cristal en una tarde del mes de agosto. Fotografía realizada este año 2021 por José Luis Solano, guarda del monasterio durante más de tres décadas y una de las personas que mejor conocen el monumento.
No hay comentarios todavía

Los comentarios están cerrados