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“Sería muy prolijo explicar todo aquello que me ocasiona la disconformidad y la consiguiente crítica, pero me conformaré con citar tres aspectos, que son las políticas que considero inadecuadas tal como se llevan a cabo: política exterior, de educación y sanitaria”

Mapa político de España. SE

Lejos de mi intención tratar de compararme con los miembros de la generación del 98, pero humildemente creo que en algo me parezco a ellos, y es en la crítica que mantengo ante nuestra situación política actual, y las consecuencias a las que parecemos empujados tras ciertas decisiones, en definitiva, me desagrada la deriva de nuestra sociedad en lo que llevamos de este siglo XXI.

Sería muy prolijo explicar todo aquello que me ocasiona la disconformidad y la consiguiente crítica, pero me conformaré con citar tres aspectos, que son las políticas que considero inadecuadas tal como se llevan a cabo: política exterior, de educación y sanitaria.

Nuestra política exterior debería establecer nítidamente dónde estamos respecto al mundo, lo que somos, y lo que no vamos a transigir de otros países, debería recoger lo que los españoles hemos sido, y somos desde que nos constituimos como nación. Con estas condiciones es de suponer que tal política tendría duración en el tiempo y sería estable, independientemente del gobierno de turno. Como españoles nos duele ver cómo se nos ataca desde países que nos deben la lengua y la cultura y nos acusan de genocidas sin que nadie levante la voz aquí; y asquea observar cómo se ningunea a nuestro Jefe de Estado en esos países, claro que también es insultado en algunos sitios de España, lo que da alas a los extranjeros; y asistimos impasibles ante la invasión de una de nuestras ciudades de África porque el vecino del sur se ha molestado.

Echo también en falta una única política en educación, que además de formar a nuestros jóvenes inculque las virtudes que nos son propias y todo los que une como nación. El sistema educativo debe premiar el esfuerzo y no regalar títulos, sólo así será el medio de constituir el modo de ascender en el escalón social, de que el hijo de un obrero pueda llegar a presidir un gran banco, pero si los títulos se regalan, si se iguala por abajo, será difícil que veamos ese ascenso. Además, resulta absurdo que el sistema educativo esté fraccionado en diecisiete parcelas, cada una con sus particularidades, alguna de ellas incluso enfrentada al sentir nacional, más todavía, desobedeciendo las sentencias de los tribunales y creando una situación de desconcierto entre las familias que han de escolarizar a sus hijos en diferentes comunidades. Por si fuera poco, los editores de libros de texto se ven obligados a crear tantas versiones diferentes de una misma asignatura como piden las CC.AA.

Y la tercera carencia se refiere a la sanidad, y no me refiero a la situación provocada por la pandemia, ni a la atención a los enfermos, sino a las distorsiones que se producen en la gestión sanitaria por su división, también, en diecisiete comunidades. Esta pandemia ha demostrado, entre otras cosas, la necesidad de actuar al unísono en lo que respecta a la salud, tanto en la Unión Europea como, por descontado en España; así, resulta anacrónico que tengamos muchos calendarios diferentes de vacunación de los niños, o que los enfermos crónicos encuentren dificultades para conseguir sus medicinas al viajar fuera de su comunidad habitual. Por no mencionar lo absurdo de exigir a un doctor que hable exclusivamente a los pacientes en la lengua regional, lo que se parece a la exigencia de los talibanes afganos de que las mujeres sean acompañadas por un hombre para visitar al médico.

Estas tres políticas tienen algo en común, precisan más presencia estatal, más España. Es evidente que lograrlas requiere consenso, altura de miras y el trabajo de verdaderos hombres de estado, pero, como los de la generación del 98 soy pesimista, no creo que hoy tengamos esos hombres de estado que precisamos.

Firmado: LUCIANO IBÁÑEZ DOBON
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