Para ver este sitio web deber tener activado JavaScript en tu navegador. Haz click aqui para ver como activar Javascript

Las luces de las naves se apagaron, y solo quedaron aquellas sobre el escenario, donde poco después se situó Azquinezer con su violonchelo, su humildad y sin partituras

La violonchelista Iris Azquinezer en un momento del concierto que tuvo lugar en Echo. MARÍA NAVAS

La violonchelista Iris Azquinezer ofreció el pasado domingo de la Virgen de Agosto uno de los conciertos más personales del XXX Festival Internacional en el Camino de Santiago, que organiza la Diputación Provincial de Huesca (DPH). Tuvo lugar en la Iglesia de San Martín en Echo, a la que acudieron vecinos de esta y otras localidades cercanas para asistir a las magníficas interpretaciones que realizó la madrileña. Las luces de las naves se apagaron, y solo quedaron aquellas sobre el escenario, donde poco después se situó Azquinezer con su violonchelo, su humildad y sin partituras. Una luz íntima para unas interpretaciones sinceramente emotivas. Un concierto que comenzó con su obra Bereshit, palabra que —según explicó la artista tras los primeros aplausos— significa “en el principio”, y es la primera, en su versión en hebreo, que aparece en la Biblia, en el libro del Génesis.

Así dio comienzo a su programa Blanco y oro, título de su segundo disco perteneciente a la trilogía que une las Suites para violonchelo solo de Bach con sus propias composiciones. Aludió al fenómeno que produce la sinestesia, con el que algunas personas son capaces, por ejemplo, de ver colores cuando escuchan notas musicales. Ella asocia el do mayor de la tercera suite con el blanco, y el mi bemol mayor de la cuarta, con el oro. Iris fue comentando con una dulzura innata esta y otras muchas curiosidades que encerraba su programa.

Destacó la importancia de estas composiciones, que quizá para Johann Sebastian Bach no fueran tan destacables, pero que sin duda para los intérpretes de violonchelo fueron fundamentales. El compositor alemán creó un lenguaje para hablar por sí mismos, y poder dejar de necesitar irremediablemente a otros instrumentos. Iris aseguró que el repertorio de Bach es su piedra angular, su casa, donde ha crecido, evolucionado y aprendido a ser la música que es hoy en día. “Creo que cada una de mis composiciones adquiere una dimensión distinta al sonar junto a las Suites nº 3 y nº 4 de Bach, dos de las obras centrales para cualquier chelista y para todo buen aficionado a la música”, comenta la compositora al hablar sobre la unidad existente en su disco. Sus composiciones brillan con luz propia entre las piezas barrocas.

Tras la tercera suite, se pudieron escuchar sus Tres danzas a la luna, destacando la última de ellas, Veima, donde la chelista ha querido unir su nombre al de su sobrina y al de su madre, la ya fallecida compositora María Escribano. Una pieza más contemporánea escrita con el deseo de estar las tres siempre presentes. Después fue el turno de la cuarta suite y de explicar al público algún concepto básico sobre su instrumento, cuerdas al aire, resonancia y la mayor dificultad del mi bemol mayor. Acto seguido, su última composición: Nada te turbe. Iris compartió con el público su proceso de creación, comentando que todas sus obras fueron compuestas para acompañar a las de Bach, usando un lenguaje diferente, pero que nace del suyo. Según comentó durante el concierto, esta pieza final es un poema de Santa Teresa de Ávila, que siempre le acompaña. Una obra compuesta por su necesidad de hacerla música.

Para finalizar, quiso agradecer al público su presencia y cariño ofreciendo fuera de programa la interpretación de la Suite nº 1, así como mostrar lo encantada que estaba con el Festival.

La concertista y el público. MARÍA NAVAS

Rescate de resonancias internas

Otro poema que Iris Azquinezer recuerda al hablar del Camino de Santiago —por el que siente profunda admiración y le inspira comunión— son las bonitas palabras de su madre, María Escribano: “La música es recuerdo que toca, llama, golpea, despierta; memoria, que une, conecta; descubre resonancias internas, guía; la música es sabor, instante y Camino; y no hay camino sin alquimia; y no hay alquimia sin encuentro”. Palabras que encajan en la razón de ser de este festival, que hace que la música antigua esté tomando cada vez más relevancia: “Creo que está en auge. Ahora es difícil encontrar festivales o ciclos de cámara. La mayoría son de música antigua o de fusión”, opina, asegurando que “se está haciendo un gran trabajo de recuperación e investigación”, destaca la violonchelista.

Al contrario que muchos otros artistas, es en este año cuando está notando una disminución de su actividad musical, afirmando que “tuve mucha suerte en 2020 y exceptuando los meses de confinamiento estricto, celebré bastantes conciertos. Estaban contratados prepandemia y no se cancelaron, incluyendo viajes a Alemania”, donde la madrileña se formó durante muchos años. “Afortunadamente, este verano recuperamos la forma con otros directos por el territorio nacional”, comenta optimista Azquinezer, quien además se encuentra preparando Agua, su próximo disco de ritmos sefardíes a cargo de Zaruk, dúo musical formado junto con el guitarrista Rainer Seiferth, así como el último de su trilogía de Bach.

Iris Azquinezer junto a su violonchelo, en Echo. MARÍA NAVAS
No hay comentarios todavía

Los comentarios están cerrados