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Centenario del fallecimiento de José María Campoy Irigoyen en el Desastre de Annual

J. M. Campoy con el uniforme de capellán esperando el embarque para Melilla. FOTOTECA DE LA DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE HUESCA

El día 9 de agosto se cumplió el primer centenario de la muerte de José María Campoy Irigoyen, nacido en Jaca el 8 de agosto de 1894, en el seno de una familia de rancio abolengo jaqués, los Campoy-Irigoyen.

A los 19 años quedó huérfano de padre, pues en 1913 murió de forma repentina D. Miguel Campoy y Laplana, que había sido un ilustrado farmacéutico, teniente de alcalde y concejal-síndico de la ciudad de Jaca. Junto con su madre, Candelaria Irigoyen, ya viuda, trasladaron su residencia a Madrid en 1917. Hecho este que no le impediría seguir de cerca el acontecer de su ciudad, puesto que continuaron viniendo a Jaca los veranos junto con sus hermanos: Miguel (farmacéutico militar, número uno en las oposiciones a ingeniero militar y premio extraordinario de licenciatura), Ramón (abogado) y Luis (funcionario de telégrafos).

J. M. Campoy en edad juvenil, junto a amigos y familiares, en una huerta de Jaca. FOTOTECA DE LA DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE HUESCA

J. M. Campoy de cazador por los alrededores de Jaca. FOTOTECA DE LA DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE HUESCA

José María, culto y orgulloso de sus orígenes, fue entusiasta lector y redactor del periódico local que regentaban sus amigos, La Unión. Tras una etapa de seminarista en Jaca, el 2 de junio de 1917 ingresó, con 23 años, en el cuerpo eclesiástico del ejército. Apenas ordenado sacerdote y ante una gran concurrencia, dio muestras de poseer una brillante oratoria al pronunciar su primer sermón lleno de emoción en Santo Domingo, en las fiestas de las Hijas de María, celebradas los días 25, 26 y 27 de mayo. Posteriormente, se incorporó a su primer destino al Regimiento de infantería de San Fernando y formó en las columnas volantes de Kanduchi, Kaur y Monte Arruit, donde acreditó su valor en las tomas de Sidi, Yaquet y Tisi-Nidar. Su siguiente destino, el 26 de mayo de 1919, fue el Batallón de Segorbe, incorporándose a la posición avanzada de Yarda y participando en los combates de Alalex, Tenitex, Monte Cónico y en la ocupación de Fondax de Ain Yedida.

El 28 de agosto de 1920 fue destinado al regimiento de Galicia de Jaca y en diciembre ya había recibido la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo por los servicios prestados en África. Obtuvo nuevo destino, desde el 27 de enero de 1921, en el Regimiento de Cazadores de Alcántara 14 de Caballería, en Jaca, donde, en febrero de 1921, a petición de la Hermandad de San Blas, como si presintiera que iba a ser su último sermón, glosó el panegírico de su patrón, en los solemnes actos que había organizado dicha antigua Hermandad.

La tragedia de Annual

Ya en África, con los cazadores del Alcántara, acompañó a sus jinetes en las cargas de Igueriben, Isumar, Anzú, Sidi Midar y Dar Drius hasta el momento trágico de su muerte, en la evacuación del Monte Arruit, el 9 de agosto de 1921. Murió a los 27 años habiendo tenido una vida militar corta, pero intensa: tan solo cuatro años; después de haberse desprendido de una acomodada posición social y de los afectos familiares, para ser fiel a su vocación de militar-apóstol a la que entregó su vida y juventud.

Para la participación en la guerra de África no necesitó ni balas, ni fusil; su sólida formación y su hábito de capellán castrense le bastaron para sentirse útil. En los pocos días de calma se dedicaba a enseñar a los analfabetos las primeras letras, pero era más fácil verlo con la extremaunción en bandolera, el breviario y un pequeño crucifijo sobre el pecho que habrían de besar tantos y tantos moribundos mientras hacía un gesto, por desgracia ya muy habitual, que repetía una y otra vez: la mano levantada para bendecir y absolver a los caídos. Mostrando el mismo cariño cuando poco antes de morir confesó al teniente coronel Fernando Primo de Rivera (hermano del dictador, que, herido de gravedad por una granada murió en Monte Arruit víctima de una terrible gangrena, tras haber sufrido la amputación de un brazo en plena consciencia). Por esta gesta, el jefe del regimiento recibió, a título póstumo, la Laureada de San Fernando y 91 años después, con carácter colectivo, la recibió toda la tropa que componía el regimiento de caballería Alcántara.

Tras la muerte del teniente coronel, los supervivientes de aquel desastre de Annual, en el que perdieron la vida más de 10.000 soldados, ahora al mando del general Navarro, se refugiaron en el cuartel de Monte Arruit, a tan solo 30 kilómetros al sur de Melilla. Allí resistieron cercados por el enemigo dos semanas largas, sin apenas provisiones, ni agua, bebiendo sus propios orines en los que disolvían azúcar, hasta que el general Navarro pactó la capitulación con Abd-el-Krim: entregar las armas a cambio de respetar sus vidas. Una rendición que no evitó la masacre, pues, una vez entregadas las armas, los rifeños comenzaron la matanza cayendo sobre unos soldados desarmados que, formados en columnas, se disponían para partir a Melilla.

Los rifeños entraron a degüello, con toda crueldad, ensañándose y descuartizando los cadáveres que, sin enterrar, quedaron para pasto de los buitres con evidentes signos de haber sido torturados.

Fueron unos tres mil los asesinados, solo sobrevivieron un reducido grupo de jefes y oficiales, unos sesenta, entre los que se encontraba el general Navarro; salvaron su vida después de ser tomados como prisioneros y pagar cuatro millones de pesetas de las de la época en monedas de plata. Rescate que al ser conocido por el rey Alfonso XIII, y pareciéndole excesiva la cantidad, comentó: “¡No sabía que estuviera tan cara la carne de gallina!”.

Por desgracia para Irigoyen, él no se encontraba entre estos, pues a la mitad del trayecto de retirada, en un sendero, ya se percató de que caminaba hacia una muerte segura. En ese lugar se encontró con Somoza, otro sacerdote y compañero que, enfermo y agotado, bajaba a la Plaza mientras él subía. Con Somoza se confesó allí mismo, en un recodo del camino, a la sombra de un espino de aquella carretera de la traición, en medio de una visión dantesca, rodeado de víctimas fusiladas y de cadáveres mutilados y quemados, entre soldados enloquecidos por el hambre y la sed, que eran fácil blanco del fuego mortífero de la fusilería rifeña y de los disparos de cañones que tronchaban y mutilaban sus cuerpos.

J. M. Campoy  con el uniforme de capellán, esperando el embarque para Melilla. FOTOTECA DE LA DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE HUESCA

La noticia de su muerte

Conocer la noticia de su muerte, como la de tantos otros caídos, no fue ni fácil ni rápido. La lentitud de las comunicaciones y la dificultad para identificar los cadáveres se prestaba a la confusión, al tiempo que aumentaba la desesperación de sus seres queridos por el desconocimiento de su paradero.

Era septiembre de 1921 cuando aparecieron las primeras noticias escritas sobre la suerte de J. M. Campoy Irigoyen: en Heraldo de Aragón se decía que había llegado a Melilla; un telegrama del médico primero del regimiento de Alcántara decía: “NOTICIAS CAMPOY BUENAS”; otro, dirigido a su hermano Ramón, decía: “su hermano prisionero en Alhucemas. Enhorabuena”; en la prensa de Madrid, el ABC y El Imparcial ratificaban la noticia y El Sol fue todavía más explícito al afirmar que “Llegó a Axdir el capellán castrense del Regimiento de Alcántara, J. Campoy que estuvo prisionero. Al evacuarse la posición ha pasado por una odisea hasta ser conducido a presencia de Abd-el-Krim”. Sin embargo, la incertidumbre sobre su paradero era tal que su hermano Ramón, el 27 de septiembre de 1921, le escribió una carta al caudillo de monte Arruit, al general Navarro, invocándole y suplicando en nombre de su madre, saber con certeza si vivía o había muerto. La carta fue contestada desde Axdir el 25 de octubre en estos términos: “…desgraciadamente, no puedo darle noticia alguna de su hermano… ignoro su suerte, solo puedo decir a V. que, durante el asedio de Monte Arruit, su conducta ejemplar fue elogiada entusiásticamente por todos. Incansable mostrose en prodigar los consuelos de nuestra religión a los que había menester; ayudando a bien morir a otros; enterrando a los muertos a pesar del continuo fuego de cañón y fusilería. Después de la evacuación de Monte Arruit nada he logrado saber de él, no obstante el interés inmenso que tuve y tengo por tener noticias de su paradero… Sírvanle de alivio a sus penas estas noticias que le doy y acepten Vds. la expresión de mi verdadero pesar por haber perdido un compañero del inolvidable Monte Arruit. Es mui suyo aff. S.S. q. e. s. M Felipe Navarro”.

Pero, para el 20 de octubre, en el intervalo de ambas cartas, los hilos telegráficos transformados en mensajeros funerarios habían traído la noticia de la triste realidad que publicó el periódico local La Uniónconfirmando la noticia a los jaqueses:

“Los presentimientos se han cumplido (ayer la prensa de Melilla), en cuanto en Melilla se supo que el Monte Arruit había sido ocupado por nuestras tropas, muchas familias, más de un centenar, se dirigieron en automóviles por la carretera para reconocer cadáveres soportando un olor nauseabundo. Entre los cadáveres identificados figura el del capellán jaqués. Se había informado de que estaba prisionero en Aydir, se creyó que el cadáver de un capellán encontrado en Zeluán era el suyo, pero no. Pues su hermano y un tío suyo lo han reconocido”.

Tumba de J. M. Campoy Irigoyen. Cementerio de la Purísima Concepción de Melilla.

La crónica de un soldado jaqués y compañero

Muy poco después, otro compañero del Galicia, también jaqués, recordará en su Diario de un soldadola recuperación para las tropas españolas del Monte Arruit:

“…el 24 de octubre se llevó a cabo la brillante toma del triste célebre Monte Arruit, calculándose en unos 5.000 cadáveres encontrados en la carretera y en posición, víctimas cruentas de la barbarie rifeña a los que se les dio cristiana sepultura en dos grandes zanjas en forma de cruz. Allí fue encontrado e identificado el cadáver del heroico y ejemplar capellán castrense del Regimiento de Alcántara D. José María Campoy, hijo de Jaca, que, poco tiempo antes, siendo capellán castrense del Galicia, pronunció una hermosísima y patriótica oración sagrada el día de la Purísima Concepción, en nuestra iglesia de Santo Domingo que hizo vibrar los corazones…”.

De paso, el soldado jaqués no perdió la ocasión para anotar en su diario la opinión que le merecían sus enemigos tras la toma de Zeluán: “…silban las balas, el rifeño es traidor por naturaleza, solo acomete cuando sabe que va a hacer daño con seguridad, espera tras de chumberas o piedras horas y horas hasta alcanzar a su presa; está probado hasta la saciedad que los moros son cobardes”.

Y en la partida hacia Tahuima, tras hacer mención a su austero desayuno “…un café, y cuatro galletas más duras que peñas”, y teniendo delante desplegadas las fuerzas del Tercio y Regulares en la toma de Buguen- Zein, añade: “…escenas macabras de cadáveres de soldados y caballos víctimas del engaño de los traidores y cobardes moros que los asesinaron tras ser bárbaramente mutilados y otros quemados a mansalva cuando se encontraban huidos y desarmados”.

Estremecedora y conmovedora resulta también la carta que Esteban Gilberte Grech escribió desde Axdir en respuesta a otra de Ramón Campoy Irigoyen, el 27 de noviembre de 1921, cuando este todavía no sabía el paradero de su hermano que, por encontrarse herido, contestó al recuperar su salud en noviembre de 1922:

(El sobre lleva escrita la indicación. Sale el 16-I-23): “…más nos semejamos a perros que a personas por la forma inhumana humillante y asquerosa como se nos trata, aprovecho esta ocasión clandestina que se nos brinda para cumplir mi deuda con V. …satisfaré gustoso la justa ansiedad que por suerte y conducta de su amado hermano, mi querido capellán y amigo. Desde Dar Drius donde lo saludé a su hermano. No desatendió ni un momento su especial misión y durante la retirada a Batel y Monte Arruit, nadie pudo notar en él (que sería muy disculpable) la menor prueba de abatimiento… primero al Cuartel General y luego a la tropa les fue dando a todos la absolución… el trágico final del 9 de agosto estuvo a punto de ocurrir el día 2, en el que los moros atacaron el campamento por todas las partes llegando a montarse sobre el parapeto, pero aún teníamos armas todos y la lección fue tan dura que dejaron más de cien bajas alrededor del campamento; en cambio el 9 se valieron de la traición y cuando después de capitulados y desarmadas las cuatro quintas partes de la guarnición, salía esta del campamento conduciendo sus heridos (402), fue arrollada la columna y asaltado el reducto por todas las partes, y entre aquella jauría de chacales, cayeron sacrificados al deber patrio cerca de 3.000 hombres, y entre ellos, como único representante del Sumo Hacedor, cayó el virtuoso capellán Campoy, dando ejemplo de valor y santidad, ya que murió bendiciendo a sus hermanos, y ocupando dignamente el puesto que como le corresponde en nuestra envidiable historia Militar cuyas páginas al recoger con letras de oro los nombres de tantos héroes , no podrán olvidar el de D. José María Campoy Irigoyen…”.

No es extraño, pues, que jefes, oficiales y prisioneros de Axdir, testigos presenciales de esos hechos, exalten los valores del capellán del Galicia y del Alcántara y menos que le otorgaran la Cruz Roja del Mérito Militar y la Medalla de África a un jaqués que yace lejos de las montañas de su Pirineo aragonés, en el cementerio de la Purísima Concepción de Melilla, desde el 25 de octubre de 1921. Y es lógico que en noviembre de 1921 recibiera indulgencias de los señores vicario general castrense, del patriarca de las Indias, del nuncio de su Santidad, del eminentísimo cardenal de Zaragoza y de los obispos de Madrid-Alcalá, Segovia, Pamplona y Jaca. También que, una vez terminada la contienda, el Ayuntamiento de Jaca perpetuara su nombre dedicándole una de las calles por aquel entonces considerada de las más amplias y transitadas.

Placa-lápida sobre la fachada de la Casa de J. M Campoy Irigoyen.

Una calle y una placa en su memoria

Una calle de larga tradición para los jaqueses, pues, aunque con diversos nombres, formó parte de la columna vertebral de la ciudad desde su nacimiento: San Jacobi en los siglos XI y XII; San Jaime en 1484, 1500 y 1618 y Santo Domingo desde 1664. Dicha calle, comenzaba en la Torre del Reloj hacia la iglesia de Santo Domingo (hoy iglesia de Santiago), luego giraba a mano derecha al llegar a la iglesia y, tras recorrerla por el lado septentrional, iba a parar a la calle la Luna y al Pozo del Rey.

El día de la inauguración de la calle con su nuevo nombre, un domingo 9 de octubre de 1927, la ciudad cumplió con un deber que tenía con uno de sus hijos al que consideraban como un héroe y como un santo. Partieron desde la casa consistorial las autoridades, acompañadas por numerosísimos paisanos, hacia la calle “Ancha” de Santo Domingo, donde tras el discurso de turno, el alcalde Francisco García Aibar destapó la cortinilla que cubría la placa de mármol, al tiempo que la banda de música militar hacía sonar los compases de la Marcha Real entre aplausos de una abigarrada multitud que ocupaba la calle y los alrededores.

Acto seguido y aumentando el número de acompañantes, la comitiva se dirigió a la calle Mayor para detenerse en el nº 46, la casa de sus padres y la casa donde nació. Encima de la puerta se hallaba colocada la placa-lápida que se había realizado por suscripción popular para homenajear a José Mª. De nuevo, discursos: el del teniente vicario general castrense de la 1ª región militar José Alonso y Alonso, muy aplaudido por el público, y, posteriormente, otro encendido discurso pronunciado por el general gobernador de la Plaza, Fernando Urruela, quien encogió el ánimo de los presentes cuando en un momento dado, y volviéndose hacia la placa dijo: “¡Bien morir es nacer en la gloria! ¡Campoy Irigoyen! No has muerto, no. Vives y vivirás eternamente en las calles de Jaca, de tu Seminario, en el escalafón del Ejército, en el corazón de la madre Patria…”.

Y tras un largo aplauso, y de nuevo con la banda del Galicia tocando la Marcha Real, se corría la cortinilla con los colores de la bandera de España, dejando al descubierto su busto en alto relieve, forjado en bronce, con uniforme militar, rodeado por dos medias guirnaldas. Debajo de ellas, dos emblemas que marcaron su vida y destino: la doble cruz con las cabezas de los cuatro reyes moros y un crucifijo, a izquierda y derecha respectivamente.

Todo ello, en una inscripción sobre mármol donde reza lo siguiente:

AL CAPELLÁN DEL EJÉRCITO D. JOSÉ Mª CAMPOY IRIGOYEN QUE NACIÓ EN ESTA CASA EL 8 DE AGOSTO DE 1894. SUS COMPAÑEROS Y AMIGOS EN TESTIMONIO DE ADMIRACIÓN DEDÍCANLE ESTA LÁPIDA POR SUSCRIPCIÓN POPULAR. APÓSTOL DE LA CRUZ Y HÉROE DE LA PATRIA A ELLAS OFRENDÓ SU VIDA EN LA TRAGEDIA DE MONTE-ARRUIT EL 9 DE AGOSTO DE 1921. OCTUBRE DE 1927.

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