Ana Mafé es autora del libro El Santo Grial, un viaje al pasado histórico de la reliquia más buscada del Medievo occidental
Ana Mafé, junto al Santo Grial, que se conserva en la Catedral de Valencia, en la grabación de un documental sobre la reliquia realizado por una cadena de televisión alemana. SE
Ana Mafé García es autora del libro El Santo Grial (Editorial Sargantana, 2020), el trabajo más completo y profundo que se ha realizado hasta la fecha sobre el Cáliz de la Ultima Cena desde el punto de vista iconológico, es decir, interpretando la historia de los símbolos a través de las imágenes en las que aparece representada la reliquia que se conserva en la Catedral de Valencia.
El libro es fruto de una minuciosa labor de investigación que a la autora le llevó más de seis años de estudio, visitando aquellos lugares en los que se conservan motivos iconográficos en los que aparece representado el Grial. Jerusalén, Roma, San Juan de la Peña y el Pirineo forman parte de ese recorrido histórico salpicado de leyendas y elementos que se extienden desde la Antigüedad hasta nuestros días.
Se trata de una obra profunda, que parte de los contenidos que Mafé expuso en su tesis doctoral como historiadora del arte, pero que resulta amena y de fácil lectura porque está concebida, tanto en el tono como en su estructura, para que llegue a todo tipo de lectores. Es también un libro atrevido en sus planteamientos y conclusiones, que seguramente no dejará indiferente a nadie y que, como dice la propia Mafé, “quien sea capaz de terminar y comprender su contenido ya no será quien fue”.
De hecho, tras la edición de El Santo Grial, dos cadenas de televisión públicas de Alemania (ZDF) y Francia han elaborado sendos documentales, uno de los cuales, el de la TV germana, fue emitido el pasado 9 de agosto (El Pirineo Aragonés, número 7.009, de 7 de agosto de 2020).
“Preparar el método de investigación, que es la parte fundamental del trabajo, el que avala mi hipótesis, me llevó dos años. Lo primero que hice fue verificar cuándo se hizo este objeto [el vaso superior del Santo Cáliz], porque si aplicando el estudio diacrónico sale, por ejemplo, que es del siglo III después de Cristo, es evidente, que nunca ha estado en la mesa en la que Jesús celebró la Pascua judía”, aclara Mafé. “Una vez obtuve el método, el resto me costó cuatro años”, precisa.
Para realizar la investigación se entregó en cuerpo y alma, como suele decirse en estos casos, completando “jornadas maratonianas” que empezaban a las seis o las siete de la mañana y terminaban a las nueve de la noche, con un descanso de tres horas entre las dos y las cinco de la tarde. “Acabé con quince kilos de más en mi cuerpo y una carencia brutal de vitamina C por estar tanto tiempo encerrada. Mi médico incluso llegó a pensar que había estado secuestrada; pero el resultado mereció la pena”, reconoce.
¿Y de dónde nace su interés por el Santo Grial? ¿Cuál es el principio de esta historia?, es la pregunta que da inicio a la entrevista, antes de profundizar en el contenido del libro.
“Cuando era pequeña mi madre me llevaba a la Catedral de Valencia y me decía: ‘Este es el Santo Grial, la copa de la que Jesús bebió en la Última Cena’. Y luego, cuando era estudiante de Historia del Arte, tenía una amiga, Karen, a la que le decía que cuando tuviera tiempo iba a dedicarme a resolver el enigma del Santo Grial de la Catedral de Valencia, como hizo Champollion con la Piedra Roseta. Ahí empezó todo”, contesta.
Ana Mafé, a la que “siempre” le ha gustado la investigación, se percató de que la mayoría de los estudios con base científica que se habían realizado hasta la fecha sobre el Santo Cáliz habían sido desde el punto de vista arqueológico, pero no aplicando los parámetros de la Historia del Arte, es decir, “el método iconológico”, que es el que ha utilizado para realizar la tesis doctoral y el libro.
Portada del libro El Santo Grial.
Jerusalén
La autora explica que si el Santo Grial es la copa de bendición que utilizó Jesús en la Última Cena, es necesario situare en un ambiente judío antes de analizar cualquier elemento físico aspirante a ser esa copa. Por ello, la Ciudad Santa era un destino obligado para poder investigar in situ sobre la procedencia de la reliquia. Uno de sus principales contactos fue el doctor Yonatan Adler, profesor de la Universidad de Ariel y experto en arqueología de Halakha de las Leyes del Ritual Judío. Esa entrevista sirvió para comprobar que el vaso superior del Cáliz de Valencia se corresponde con un Kos Kidush, una copa utilizada por las familias judías para celebrar la Pascua y que, en este caso, concreto “es de la época del Segundo Templo de Herodes el Grande”, como apunta la autora en el libro. “Se trata de una pieza hebrea, labrada por manos judías para celebrar su fiesta más importante, el Pésaj [la Pascua]” y que “tiene la edad de dos mil años”, especifica. Para la talla se utilizó una piedra semipreciosa, el sardo, muy parecida al ágata, un material estrechamente vinculado a la cultura hebrea. “Es un objeto con una programación simbólica desde el momento mismo en que se escogió la primitiva geoda para darle forma”, indica Mafé, que sostiene que el Kos Kidush de la Catedral de Valencia “es una pieza concebida por y para hebreos, realizada para usos y fiestas judías. No es una copa más de la vajilla diaria, ni un cuenco realizado al azar por un artesano”, argumenta.
Roma
La siguiente parada del Grial, según el itinerario histórico que se asigna a la reliquia, es Roma, adonde el Kos Kidush atribuido a Jesús, pudo ser llevado por alguno de sus apóstoles. Los testimonios que provienen de la entonces capital imperial muestran, atendiendo a los estudios de Ana Mafé, “suficientes indicios y pruebas” para afirmar que la copa de bendición de la Catedral de Valencia estuvo allí.
La investigación le llevó a visitar el mausoleo de santa Elena, la madre del emperador Constantino el Grande, que viajó a Jerusalén en el siglo IV con el objetivo de encontrar el mayor número de reliquias que pudiera llevarse a Roma relacionadas con Jesús. También se adentró en las Catacumbas para analizar la iconografía que aparece en las escenas dedicadas a la celebración de la Pascua y donde está representada una copa de bendición o Kos Kiduhs. “En la historia del arte existe un motivo singular y único. Se trata de una mujer [una diaconisa] que porta una copa de bendición frente a una mesa que recrea el rito pascual”, un “extraño motivo” que siglos después se repite en otras escenificaciones localizadas en iglesias pirenaicas de Aragón y Cataluña, es decir, del antiguo Reino de Aragón, la tierra que acogió el Grial durante la Edad Media.
En su estancia en Roma, la autora se detiene especialmente en la basílica de San Lorenzo, el lugar donde fue enterrado el diácono en el siglo III de nuestra era, para encontrar evidencias de su presencia en la capital del imperio. Lo primero era localizar en algún detalle la orden que el obispo de Roma, Sixto II, le da a Lorenzo, de poner a salvo y distribuir los tesoros de la Iglesia; lo segundo, lo “más difícil”, era hallar una imagen de un cáliz de piedra que se asemejara a la copa superior del Santo Cáliz de Valencia. En ambos casos encontró evidencias, una de ellas datada en el siglo VI, en la parte interna del arco mayor del templo, donde aparece san Lorenzo con una inscripción latina en su mano que dice ‘Distribuye a los pobres’; la otra, del siglo XIII, es un mosaico que está en el suelo del edificio, justo en el pasillo central dirección al altar. En él se muestra un Grial de piedra marrón, custodiado por animales fantásticos cubiertos con las barras de Aragón. “En la Edad Media se creía que los grifos eran los custodios del Santo Grial. La apariencia que se le daba al objeto era de color verde esmeralda; en cambio, aquí está representado como si se tratara de un vaso en piedra de color marrón. Igual que el color del Santo Grial de San Juan de la Peña en la Corona de Aragón”, explica.
Este mosaico de teselas es la parte que aún se conserva del original del siglo XIII, destruido en la II Guerra Mundial, y en cuyo interior figuraban dos caballeros, uno de ellos con la Señal Real de Aragón, y que desgraciadamente se perdió, aunque existen imágenes de cómo era.
Gracias a estas dos evidencias iconográficas es posible establecer una relación estrecha entre san Lorenzo y un cáliz antes de que se escribiera La Leyenda Dorada (Legenda aurea), la compilación de relatos hagiográficos reunida por Jacobo de la Vorágine, obispo de Génova a mediados del siglo XII.
Detalle de las representaciones vinculadas al Grial en la iglesia de San Lorenzo, en Roma. ANA MAFÉ
Otra certeza de que el Santo Grial de Valencia estuvo en Roma, según la investigación de Ana Mafé, es el descubrimiento de un detalle del arcosolio del cubículo de la diosa Tellus, en el Ipogeo di via Dino Compagni. Aparece en una representación pictórica, fechada en los siglos III-IV, donde se reproduce un vaso que coincide en sus proporciones con las medidas naturales de la copa de bendición del Santo Cáliz. “Cosa improbable de forma casual, pues todos los vasos encontrados en Roma durante los primeros siglos son de cristal. El tamaño exacto y su forma indican una intención de imitar el objeto real”, detalla la autora del libro. Es más, asegura que “si tuviéramos que hacer un porcentaje de posibilidades de encontrar estas medidas exactas en una copa dibujada en Roma, el resultado sería infinitesimal”. Otro dato, no menos importante, para refutar esta hipótesis, es que en la copa de bendición dibujada en el hipogeo aparece la mancha blanca que tiene el Santo Cáliz de Valencia en una ubicación, dimensiones y características prácticamente coincidentes. “A nuestro entender sería poco serio argumentar en este punto que se trata de una casualidad y que nada tiene que ver con la copa superior del Santo Cáliz, pese a ser casi idénticas”, recalca.
En el Ipogeo di via Dino Compagni, hay una representación pictórica, fechada en los siglos III-IV, donde se reproduce un vaso que coincide en sus proporciones con las medidas naturales de la copa de bendición del Santo Cáliz. ANA MAFÉ
El Reino de Aragón
El Territorio Grial en la Edad Media corresponde íntegramente a la Corona de Aragón, recuerda Mafé. Según la tradición, el cáliz es enviado por san Lorenzo a su tierra, Osca –la Huesca romana–, antes de sufrir martirio, cumpliendo así el encargo del obispo Sixto II de repartir los bienes de la Iglesia entre los pobres y preservar los más preciados, entre ellos la copa de bendición de la Última Cena.
El emplazamiento que ocupa la actual ermita de Loreto (Loret, la casa familiar) es el lugar en el que se cree que se guardó inicialmente el Grial, trasladándose en el año 553 a la iglesia de San Pedro el Viejo, que acababa de ser construida por el obispo Vicencio para contener la preciada reliquia. Con la llegada de los musulmanes a la península ibérica, el cáliz se trasladó a resguardo a las montañas pirenaicas, cambiando de morada en función de los avances y posiciones que iban ocupando y defendiendo los antiguos condes aragoneses. Yebra de Basa (siglo VIII), el monasterio de Siresa (siglo IX), San Adrián de Sasabe (siglo X) y Bailo, a principios del siglo XI, son algunos enclaves vinculados al Grial antes del nacimiento del antiguo Reino de Aragón.
En tiempos de Sancho Ramírez, el cáliz estuvo en Jaca, la capital del incipiente reino y donde se estaba erigiendo la catedral consagrada a san Pedro, en memoria de los comensales de la Última Cena. En uno de los capiteles historiados de aquella época (siglo XI), que se conserva en la lonja pequeña, hay una escena que narra el momento en el que Sixto II entrega a san Lorenzo los bienes de la Iglesia. Se cree que el objeto que lleva en las manos es precisamente el vaso que corona el cáliz.
En 1076 el Grial fue llevado al monasterio más importante de Aragón en la Edad Media, el de San Juan de la Peña, donde permaneció hasta 1399 antes de marchar a Zaragoza, Barcelona y, definitivamente, a Valencia, su actual sede.
Para Ana Mafé, esta escena del atrio de la catedral es uno de los principales documentos gráficos del siglo XI que certifican la tradición del Santo Cáliz, al igual que las imágenes que se conservan en pinturas de iglesias pirenaicas que pertenecieron a la Corona de Aragón donde las Vírgenes se muestran portando un cáliz blanco (Pallars Sobirà, Alto Aneu y valle del Bohí, en Lérida, y el Principado de Andorra).
“Que todos los cálices sean blancos es reflejo de que el Santo Grial se muestra por su lado blanco, que corresponde también a como se mostraba en Roma”, indica Mafé, que llama la atención sobre el hecho de que Grial es una palabra que se usaba en la Corona de Aragón y que deriva de greda, una arcilla arenosa de aspecto blanquecino. “Es evidente que las personas ajenas al uso del idioma latín, no utilizaban la expresión ‘calicem lapidem’ [cáliz de piedra] tal cual figura en los manuscritos medievales. Para mencionar el objeto crearon una palabra que lo definía por su apariencia más singular. Como la mancha blanca lo hacía parecer elaborado en greda, lo llamaron gredal”, apunta. A partir de ahí, gracias a Chrétien de Troyes y su novela Perceval, el cuento del Grial (siglo XII), la primera obra escrita sobre el Grial, la palabra gredal perdió la letra d entre vocales, quedando greal, grial.
Las imágenes de Vírgenes que portan cálices blancos en las iglesias del Pirineo, y la representación de otras mujeres que toman en sus manos una copa de bendición, como la que puede apreciarse en el capitel de la diaconisa del claustro del Monasterio de San Juan de la Peña, son herencia de la iconografía presente en las pinturas romanas de la época de las primeras comunidades cristianas. En ellas se muestra a una diaconisa [una servidora] llevando una copa de bendición durante una celebración ritual, un motivo que es, a su vez, legado de la fiesta de la Pascua judía, y que solo aparece y se repite en un territorio, en la Corona de Aragón, donde se ha custodiado el Grial desde su salida de Roma.
“El reino de Aragón no tenía nada que ver con la geografía actual, porque además abarcaba otras latitudes del Mediterráneo; pero es evidente que ese espacio físico estaba contando una historia que sucedió allí. ¿Cómo? A través del lenguaje de la época, que era la iconografía, la pintura y la escultura, y esos documentos escultóricos y pictóricos los encontramos una y otra vez narrando la misma historia: la presencia de un objeto increíblemente importante para la época y que se custodió aquí”, comenta Ana Mafé a El Pirineo Aragonés.
“Hay una tradición oral que ha llegado hasta nuestros días –cita la autora en las conclusiones del libro–. Lo ha hecho a través de los evangelios y de la literatura del Medievo, a través de los frescos de los Pirineos y de los relieves esculpidos en el Real Panteón del Monasterio de San Juan de la Peña. Todo indica la existencia de un objeto que trasciende el tiempo y el espacio. Una copa de bendición judía que se transformó en una sagrada reliquia buscada por todos: el Santo Grial”, una pieza que no puede compararse con ninguna otra.
“Valencia tiene el único Kos Kidush (vaso de bendición hebreo) que existe en el mundo, un objeto muy bonito del que el reino de Aragón podía alardear en la Edad Media y que representa una unión de culturas”, explica. Sobre una base fatimí de origen musulmán, en la que aparece una inscripción del siglo XI en escritura aljamiada (lengua románica peninsular con grafías del alfabeto árabe o hebreo), que señala que “ese objeto pertenece a Jesús”, se levanta un fuste con dos asas, un relicario en oro, que sigue la tradición cristiana y la técnica del nielado (posiblemente se trate de una obra realizada en el propio monasterio de San Juan de la Peña); y coronando el cáliz, se incrusta la reliquia, el vaso de bendición para celebrar la Pascua judía y que se cree que fue el utilizado por Jesús en la Última Cena. “El mundo hebreo, el cristiano y el musulmán unidos en un hito que es único en la historia de la arqueología”, subraya.
Y esa es precisamente la grandeza y la fuerza del Grial, un objeto que posee características propias y únicas y que cuanto más te aproximas a él nunca sabes si estás lo suficientemente cerca de desvelar sus misterios, porque siempre hay un vacío que es difícil de justificar y que alimenta la duda, por lo que llegados a este punto, la pregunta es obligada: ¿Con todo lo expuesto en el libro, puede afirmar que el Santo Cáliz de Valencia es el tan buscado Grial de la Última Cena de Jesús? La respuesta es también la esperada: “Seguro”, no duda en contestar Ana Mafé.
Entre la historia y la leyenda
Capitel de la lonja sur de la Catedral de Jaca en el que se representa la entrega del Grial a san Lorenzo por Sixto II en Roma. EL PIRINEO ARAGONÉS
“El Territorio Grial del Medievo corresponde íntegramente a la Corona de Aragón – señala Ana Mafé en su libro El Santo Grial–. El rey Anfortas del Parsifal alemán, no es otro que el rey Alfonso I, el Batallador, tal y como vienen anunciando desde hace años muchos estudiosos.
Cada vez encontramos más referencias sobre la idea de que Camelot bien pudiera ser la ciudad de Jaca, la capital del reino de Aragón en el siglo XI, tesis que mantiene el investigador Sergio Solsona con fundamento.
Si en algún lugar geográfico existió la corte de Avalon con su rey Arturo y su reina Ginebra, con su Lancelot y su Parsifal, con sus espadas míticas y su Santo Grial, sin duda, ese fue el territorio de la Corona de Aragón”
¿Y Jaca?
“Jaca fue una ciudad increíble para su época. Se le dota de fueros y es la primera ciudad en la historia de los reinos cristianos al sur de los Pirineos en la que, de alguna manera, se cuenta con la población civil para vertebrar un territorio y establecer un cierto orden jurídico y social, aplicando una serie de preceptos que permitían a los ciudadanos moverse con cierta libertad. ¡Esto es tan moderno para el siglo XI! Por eso no es de extrañar que, si un objeto sagrado como el Grial tenía que estar en algún sitio, lo lógico era encontrarlo en un lugar como este, por lo que simbolizan el espacio y la propia historia.
Todo ese poso de la historia hace que Jaca sea un lugar especial desde sus propios inicios, un espíritu imborrable que siempre va a estar ahí; por eso es tan importante contarlo y poner en valor ese espíritu a través de un relato. ¿Por qué no pensar que Camelot, que era una ciudad justa, es Chacalot (Chaca-Lot, el diminutivo que se utiliza en lengua romance para decir pequeñito)? Me parece maravilloso.
¿Por qué no pensar que aquella literatura medieval que buscaba extrapolar ciudades e historias reales a un mundo fantástico y creativo para llegar a todos los oídos, está aquí, en Jaca, y en el antiguo Reino de Aragón?”.